¿Quién le apuesta a la guerra?

Autor: Rafael Bravo
29 septiembre de 2018 - 09:02 PM

El desplazamiento de tropas con el argumento de combatir el tráfico de drogas y la delincuencia, no es otra cosa que una provocación para generar un conflicto entre naciones hermanas

Se escuchan fuertes tambores de guerra en la frontera colombo-venezolana. El desplazamiento de tropas con el argumento de combatir el tráfico de drogas y la delincuencia, no es otra cosa que una provocación para generar un conflicto entre naciones hermanas. El director de la OEA Luis Almagro, en reciente visita a un paso fronterizo de Colombia, insinuó una intervención militar, debiendo retractarse de semejante despropósito aclarando que las fuerzas armadas de ese país podrían provocar un ‘’coup d’etat ‘’ para derrocar a Maduro. El New York Times hace unas semanas reveló que funcionarios del gobierno Trump y varios militares venezolanos se habían reunido en secreto al menos 3 veces entre finales de 2017 y comienzos de 2018 para buscar un golpe contra el régimen.

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Pensar en una aventura militar entre Colombia Venezuela es una locura. Son 2 pueblos nacidos de una misma matriz como lo fue la Gran Colombia. Las relaciones comerciales fueron muy estrechas hasta la llegada de Chávez quien mediante subsidios petroleros fue comprando adhesiones a su fracasada Revolución del Siglo XXI, al tiempo que se armaba para enfrentar una supuesta invasión del imperio. La superioridad armamentística le permitiría causar cuantiosos daños a la infraestructura de su vecino y lo que seguiría tendría consecuencias continentales imposibles de calcular.

El Grupo de Lima integrado por 11 naciones ha rechazado de plano la posibilidad de una intervención militar saliendo en defensa de una solución pacífica a la crisis migratoria que afecta a Colombia, Ecuador, Perú y Brasil. La Asamblea de las Naciones Unidas ha sido el escenario a través del cual se ha denunciado la violación a los derechos humanos, represión y la hambruna generalizada que ha desembocado en una gigantesca migración de ciudadanos venezolanos a esos países.

Los desplazados generan una inmensa presión sobre los escasos presupuestos de salud, educación y empleo. Sólo Colombia ha recibido a cerca de un millón de refugiados y el propio presidente Iván Duque ha pedido la solidaridad de la comunidad internacional en su alocución en la ONU. Al mismo tiempo, un grupo de 6 países decidieron presentar una demanda ante la Corte Penal Internacional denunciando al sátrapa y su cúpula.

El gobierno de los Estados Unidos tildó de “tragedia humana” la crisis actual en una  arremetida contra el régimen de Maduro y llamando a la restauración de la democracia en Venezuela. El cerco contra los testaferros se va cerrando con la propia Cilia Flores esposa de Maduro, quien ha ingresado a la lista Clinton. Por otro lado, el Tesoro norteamericano ha procedido a confiscar un avión y varias propiedades en Florida y Nueva York que al parecer pertenecen a Diosdado Cabello, camufladas bajo el nombre de una telaraña de sociedades a la cabeza de Rafael Sarria, un empresario de seguros cercano a Hugo Chávez.

Los Estados Unidos en su larga tradición de acompañar a los países que requieren de ayuda económica para auxiliar a refugiados que ingresan huyendo de regímenes totalitarios y que enfrentan conflictos internos, ha anunciado un paquete económico de 47 millones dólares que serán distribuidos entre los gobiernos de la región. Entretanto, China y Rusia pecan por el mutis a sabiendas de los grandes negocios e inversiones en Venezuela.

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De China puede decirse que es el “dueño” de la renta petrolera que respalda los prestamos adquiridos por Chávez y Maduro recientemente. Rusia a su vez es el principal proveedor de armamento, una jugosa empresa que sirve de alimento a un eventual conflicto regional. Ni un solo centavo para los cientos de miles de refugiados. Qué ironía.

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