¿Macondo en cine?

Autor: Álvaro González Uribe
15 marzo de 2019 - 09:05 PM

Cien años de soledad es de esas novelas casi irrealizables en cine o en cualquier arte. ¿Por qué? Porque es una obra literaria cuya forma de lenguaje está íntimamente ligada a su contenido

¿Te gustó más la película o el libro?

Es una pregunta usual cuando vemos una película basada en un libro que hemos leído. Tiene algún sentido en cuanto al contraste de las emociones que nos genera ver la una o leer el otro. Sin embargo, es una pregunta que no considero pertinente porque es comparar peras con empanadas.

La semana anterior supimos que será llevada al cine -a una serie de Netflix- Cien años de soledad, la obra cumbre de Gabriel García Márquez y quizá una de las más notables de la literatura universal. El mismo Gabo manifestó la imposibilidad de llevar al cine la novela dada su complejidad.

“Hubo intentos de cineastas, pero nunca hubo realmente ningún progreso porque Gabo nunca creyó, primero, que se pudiera hacer en una película o en dos”, expresó hace poco Rodrigo García Barcha, uno de los hijos del maestro de Aracataca.

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Hay libros más fáciles de llevar al cine que otros debido a la linealidad de la historia, a la menor importancia que tiene en la obra el tipo de lenguaje usado, al estilo, a la arquitectura y técnica, en fin, a muchas características que facilitan esa especie como de extrapolación de formas.

Pero ahí está el detalle. Es que se trata, como dije al principio, de comparar peras con empanadas, o con casas o con carros. Son dos artes diferentes. Ya en el ámbito de las artes, para ser más explícito, comparar una película con un libro es como comparar un cuadro con una sinfonía.

Cien años de soledad es de esas novelas casi irrealizables en cine o en cualquier arte. ¿Por qué? Porque es una obra literaria cuya forma de lenguaje está íntimamente ligada a su contenido, es decir, el lenguaje escrito usado por el autor es parte fundamental del éxito de la novela. Por otro lado, la inmensidad de metáforas, los simbolismos, la complejidad y cantidad de historias entrelazadas y también la gran extensión de la obra, entre otros aspectos, dificultan más llevarla al cine o a cualquier otra arte.

Lo que sí puede ser viable es hacer una película basada en Cien años de soledad, pero sería “basada” y, más bien, una versión que sin duda resultará otra obra bien diferente al libro, con otras almas y esencias. No creo que la versión cinematográfica produzca las mismas emociones que produce la novela. Puede producir buenas emociones y agradar mucho, pero no comparables a las que produce leer el libro máximo de Gabo.

Ahora, dadas esas complejidades de Cien años de soledad, el hecho de que sobre la novela se haga una serie y no una película facilita más el trabajo. Ello soslayaría mucho la dificultad de la extensión que ya mencioné, pero que no es la única. De todas maneras, la habilidad y sensibilidad del director son también claves.

Siempre será un reto intentar pasar sensaciones, emociones y sentimientos de un recipiente a otro distinto. Esos sentimientos toman la forma del nuevo recipiente, de eso no quepa duda y quien lo intente debe ser consciente de ello.

Hace algunos años, con varios escritores tuve la fortuna de participar en una tertulia en una librería en Santa Marta sobre la obra de Álvaro Mutis. Y, entre varios temas, nos surgió la inquietud de cómo cada uno de los presentes se imaginaba la figura de Maqroll el Gaviero, protagonista de varias de sus novelas. Impresionó la diferencia de representaciones mentales, pese que se trata de un marino, más o menos imaginable. De allí surgió una interesante discusión sobre qué tanto una película -o cualquier imagen visual- limita la imaginación del lector de un libro.

Hay autores realistas que describen personajes y entornos de una manera minuciosa que dejan poco a la imaginación del lector. Sin embargo, aun así la imagen que cada lector se forma es diferente. Es lo bonito de la literatura: Cada lector tiene un libro diferente en su cabeza, mínimo en cuanto a personajes y lugares pero también en cuanto a las historias y percepciones en general. Cada escrito es individualizado por el lector fruto del tamiz de su formación, información, vivencias y personalidad, entre otros aspectos.

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Cuando un libro es llevado a imágenes al lector se le limita o reduce su imaginación, por decirlo de alguna manera. Puede ser bueno o malo, no lo sé. Yo por mi parte prefiero ser una especie de complemento del autor dibujando e interpretando con mis elementos mentales y mi historia personal cada escrito que leo. Es parte de la magia de la literatura: El lector se convierte en una suerte de coautor.

 

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