La educación es la actividad que por excelencia va dirigida a transformar el principal componente y a la vez objetivo de una sociedad: El ser humano, el ciudadano.
Todos los países tienen carencias y deficiencias. Unas urgentes y otras no tanto pero esenciales. Los gobiernos tienen el deber de solventarlas y en las democracias para eso elegimos a los gobernantes.
Los gobiernos enfrentan el dilema de ocuparse de lo urgente o de lo importante. A veces el dilema es la prioridad en el tiempo, a veces es la prioridad de recursos y a veces deben escoger cuál resolver ante la imposibilidad de solucionar ambos. Lo ideal es que se ocupen de lo importante porque lo es y porque, además, es la base para impedir urgencias y remediar las que hay.
Sin embargo, hay urgencias inaplazables sobre las cuales hay que actuar de inmediato porque comprometen de manera inminente valores fundamentales como la vida. Infortunadamente, en numerosas ocasiones afrontar esas urgencias requieren del tiempo y de los recursos necesarios para resolver los problemas de fondo que, paradójicamente, sirven para evitar o solventar las primeras. Es un círculo vicioso en el que los gobernantes quedan atrapados. Un remolino que retiene el desarrollo de muchos países.
En los países subdesarrollados o en vías de desarrollo como Colombia, es más usual ese dilema entre lo urgente y lo importante. Por desgracia, la falta de recursos, las instituciones débiles y las catástrofes naturales o conflictos internos de todo tipo hacen que los esfuerzos públicos y privados se enfoquen en resolver las urgencias y no alcancen tiempo ni dinero para salvar los problemas de fondo. Lo grave es que las soluciones de las urgencias por lo general son pasajeras y frágiles lo cual hace que se repitan una y otra vez. Son pañitos de agua tibia que son más baratos y rápidos.
Pañitos de agua “tibia”… Dejo esa expresión por acá en remojo y luego la retomo.
¿Problemas y carencias? Cientos. Menciono algunos, no sin antes expresar que unos son causa y consecuencia de otros y que se retroalimentan entre sí: Pobreza, inequidad, salud, violencias, vivienda, medioambiente, seguridad, vías, servicios públicos, empleo, delincuencia, abandono del campo, déficit fiscal, educación, en fin. Son variados y múltiples.
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La interdependencia entre problemas o necesidades es clave. Al solucionar uno se resuelve otro y, además, hay carencias y deficiencias de mayor importancia que otras y cuya solución tiene mayor impacto en las demás. Es tal la complejidad de causas y consecuencias que, aunque sin duda hay que priorizar, es necesario ocuparse de todas en mayor y menor intensidad, aleando urgencias e importancia y, claro, siguiendo la ruta ideológica del gobierno de turno.
Al igual que mi candidato presidencial Sergio Fajardo, siempre he sido un convencido de que la educación es la prioridad de una sociedad. Una mejor educación en todos los niveles y facetas es la base para resolver la mayoría de problemas que aquejan a un país. Hablo de educación en sentido amplio: académica, técnica, ciudadana, política, sexual, emocional. Si analizamos nuestros problemas, de una u otra manera la educación es la acción que más los impacta.
¿Por qué esa suerte de “fetiche”?, ¿de darle ese cariz casi mágico a la educación? Porque la educación es la actividad que por excelencia va dirigida a transformar el principal componente y a la vez objetivo de una sociedad: El ser humano, el ciudadano. Una sociedad es mejor mientras los ciudadanos sean mejores.
Por eso la educación es la base para solucionar todos los problemas sociales. Por eso es el centro del que deben partir todas las demás acciones para lograr el desarrollo de un país. Es el motor del desarrollo. Sin embargo, casi ningún candidato pone la educación como apuesta clave de sus campañas. Razones: Sus resultados no dan votos inmediatos; no la consideran urgente (como los votos) aunque algunos la crean importante; y, además, a quien la reitere le dicen tibio porque la educación para ellos son “pañitos de agua tibia” para cautivar el sector.
Sin embargo, eso está cambiando. Primero, porque en Colombia estamos comprendiendo que la educación es una apuesta de largo aliento; segundo, porque también hay acciones de educación a corto plazo; y tercero, porque Fajardo ha liderado un proceso de 18 años cuyos frutos ya ven los colombianos. Por eso se puede. Por eso la educación es la fuerza de la esperanza. Es el ‘arma’ de la revolución serena de los pueblos.