La pregunta es si en el juicio que se lleva contra Trump hay algún Goldwater con el valor de levantarse y mostrar la autoridad moral que tuvo el entonces senador
“There are only so many lies you can take, and now there has been one too many. Nixon should get his ass out of the White House—today!”
‘’Solo hay tantas mentiras que uno pueda aceptar y ya ha habido demasiadas. Nixon debe cogerse del culo y salir de la Casa Blanca hoy’’.
Barry Goldwater, agosto 1974
El inicio del juicio a Donald Trump por abuso de poder y obstrucción al Congreso nos recuerda algunas similitudes y diferencias con el escándalo de Watergate que terminó con la renuncia de Richard Nixon a la Presidencia. Nada más cercano a la realidad donde la inmoralidad y desenfreno del actual presidente de los Estados Unidos son el pan de cada día. Los tiempos actuales difieren con la decisión de permitir el ingreso ilimitado de dinero en las campañas a través de los Comités de Acción Política o Superpacs luego del fallo de la Corte Suprema conocido como Citizens United.
Sus consecuencias están a la vista: la creciente idea de que Washington se ha convertido en una manigua corroída por dinero político que hizo posible la llegada de Trump a la Presidencia. Los partidos y en particular el republicano debilitado por el ingreso de grandes sumas para elegir candidatos de extrema derecha y lo peor, el dominio ideológico de grupos extremistas y donantes que han llevado a los legisladores a devolver favores.
El punto de inflexión que hizo posible la salida de Nixon en 1974 fue el senador Barry Goldwater, reconocido por sus posiciones racistas y una figura de gran influencia en el partido republicano pues fue candidato a la Presidencia y quien en compañía de los líderes en el Senado y Cámara fueron a la Casa Blanca con el peso y dignidad suficiente para convencer a Nixon de renunciar. Goldwater muy parecido a lo que ocurre hoy, afirmaba que si bien Nixon estaba haciendo un “tremendo gobierno” el escándalo comenzaba a oler mal. “Acabemos con el mal olor” y en privado habría dicho: “estoy harto del Watergate y sus mentiras”. Palabreja tan repetida en estos tiempos.
Al igual que hoy, la bancada republicana y la base del partido apoyaba fielmente a Nixon y un ataque al presidente era una afrenta a las buenas costumbres y la forma de vida. Millones de norteamericanos creían que sus valores estaban siendo erosionados por la izquierda insurgente. Un tono similar a lo que hoy defienden los legisladores republicanos y un sector de votantes que apoya firmemente a Trump.
La pregunta es si en el juicio que se lleva contra Trump hay algún Goldwater con el valor de levantarse y mostrar la autoridad moral que tuvo el entonces senador. La persona que se asemeja por su condición de excandidato presidencial y con una trayectoria moral reconocida seria Mitt Romney. Lamentablemente, este último ha sido renuente y tímido a la hora de rechazar los innumerables escándalos y faltas éticas del presidente. Es más, Trump se considera a sí mismo incólume y digno de su posición.
Mientras los demócratas parten de la necesidad de llamar a otros funcionarios a testificar, solo la senadora por el estado de Maine Susan Collins ha mostrado su aparente disposición a ello, entretanto Romney peca por el mutis. Por otro lado, Trump se ha apoderado de su partido con una mano rígida que por el momento no muestra fisuras en el apoyo incondicional y decidido y el hecho de que hoy la corriente moderada ha desparecido.
Lo que alguna vez fue un círculo virtuoso conformado por personajes de enorme trayectoria publica y respetada admiración como el ultimo jefe de gabinete John Kelly, Jim Mattis Secretario de Defensa o Rex Tillerson, quien actuó como responsable de las relaciones exteriores, Trump opta por leales como Mike Pompeo, el fiscal Bill Barr y otros cuyo papel será jamás disentir o ejercer influencia de manera que se acepten los errores y el daño causado por decisiones apresuradas y sin fundamento. Para sobrevivir políticamente, es imprescindible estar de lado de Trump o de lo contrario someterse al escarnio público y el bloqueo de la Casa Blanca.
Finalmente, si bien Nixon ponía en alto lo que significaba el cargo presidencial como institución y fuerza moral para el país, no puede decirse lo mismo de Trump para quien los intereses personales tienen prioridad. Vivimos bajo los designios de un personaje egocéntrico y sin límite.