¿No es posible aprovechar la creatividad y alegría de los niños, para que ellos mismos armen la diversión?
¿Qué es el Halloween en Colombia? Pregunté a varias personas de diferentes condiciones sobre lo que conocían de esta “fiesta” y no pasaron de describirla solo por sus signos externos, pero ninguno supo explicarme, satisfactoriamente, su origen. Y es esa impostura lo que la convierte en una celebración inocua, que no pasa de ser otra oportunidad para que el comercio venda muchos disfraces, toneladas de dulces y parafernalia para “adornar” casas y vitrinas, así como bagatelas alusivas al pretendido festejo. Y los niños, víctimas indefensas de la tramoya que se denomina Halloween: “el día de los niños”. Acompañé durante tres horas a mis nietos a la celebración que se hizo en la urbanización ¿y qué observé? Superhéroes, princesas, momias, gitanas, piratas, esqueletos, robots, mariposas y lagartos, que asistían a un deprimente espectáculo. Un teatrino de marionetas cuyos parlamentos no se entendían y resolvían los diálogos a golpes entre sí; un mago que a fuer de incompetente no lograba hacer conexión con el público, ni convencer con sus malogrados trucos; tres recreacionistas incapaces de motivar a los pequeños para las rutinas propuestas; una verdadera feria de equivocaciones. Cuando se llegó la “hora feliz” apagaron las luces del recinto y se inició una música estridente que variaba entre reggaeton y vallenato, hasta hip-hop o el militarista “compañía, manos al frente….”; era el momento de la “miniteca”. Saltos, gritos, histeria. Pero no alegría auténtica, ni creatividad. Por último el refrigerio: un inmenso sanduche con jamón y queso, donde el pan significaba el 80%; una cajita con “jugo natural”, un pastel de guayaba; más una bolsa repleta de dulces: barriletes, gomitas, bombones, chocolatinas, masmelos, confites. Quedé noqueada ante tan “nutritivo” paquete. No acertamos en nada, la campaña contra las bebidas azucaradas y las chucherías no ha llegado a los administradores de urbanizaciones y padres de familia. ¡Ah! Y no podía faltar el ridículo “trikitriki Halloween, quiero dulces para mí…” puerta a puerta; estribillo importado, mal traducido y peor adaptado.
¿En qué cabeza cabe que aquello sea una “fiesta para los niños”? ¿Dónde están: las canciones infantiles ancestrales, los trabalenguas, las adivinanzas? ¿Dónde los juegos de golosa (rayuela), chucha congelada, las rondas: que pase el tren o lobo dónde estás? ¿Por qué no carreras: de observación o de encostalados? ¿Qué tal las competencias de trompo, jugar canicas, saltar la cuerda? En su lugar ¿no sería mejor organizar brigadas para: sembrar árboles, cantar karaoke, hacer una pequeña obra de teatro aprovechando los disfraces; tocar percusión con palos y tarros? ¿Por qué no representar las obras de Pombo o de Carrasquilla? O hacer una tarde de pintura, de cortar figuras, de hacer experimentos. Acaso ¿no es posible aprovechar la creatividad y alegría de los niños, para que ellos mismos armen la diversión? Y también payasos, magos, titiriteros, marionetas, que sepan el oficio, no un remedo. Por todo refrigerio ofrecer: empanadas, buñuelos, crispetas, hostias y jugos de frutas. Poner a participar a los padres en los preparativos y responsabilizarlos de actividades.
Nuestra falta de autenticidad está plasmada en una serie de celebraciones, que poco o nada nos dicen al no tener arraigo cultural; son esnobismos que aceptamos y asumimos sin reflexión, tal vez creyendo que somos muy modernos al practicarlos. Hablo del Black Friday, los Baby Shower, pero es campeona la invasiva celebración del Halloween. En su origen celta, esta festividad celebra el fin del verano y de las cosechas, así que el 31 de octubre equivaldría al “año nuevo celta”, marcando el inicio de la estación oscura. Homenajeaban a sus ancestros con ofrendas; y con máscaras y trajes ahuyentaban los espíritus malignos. La copiosa migración irlandesa llevó esta costumbre a Estados Unidos y Canadá, donde se celebra con las calabazas y los disfraces, con todo un significado cultural. Un poco, el “día de los muertos” en México tiene un origen semejante, con raíces de la época precolombina, donde celebran la cercanía de los vivos con los muertos. Existen registros de estas ceremonias en la mayoría de culturas mayas y aztecas. Siendo hoy los principales personajes las “calaveritas” y los “esqueletos”, que copan con su imagen escaparates con ropa, comidas, golosinas, trajes; para culminar el 1 y 2 de noviembre con la celebración principal en cementerios o altares populares; con un arraigo tal, que este festejo ha sido declarado por la Unesco bien inmaterial protegido de la humanidad.
¿Para qué importar celebraciones? Solo necesitamos esculcar en nuestras costumbres ancestrales para llenarnos de ideas. Y para las discotecas, no se necesita aprestamiento, más temprano que tarde estos chicos ya estarán allá. No le faltemos al respeto a la inteligencia de los niños, no los disfracemos de malumitas.