Duele la desaparición de EL MUNDO, después de más de 40 años de actividad ininterrumpida, con periodismo de calidad informativa y pluralidad de opinión. Desde hace dos años, cuando la publicación impresa diaria le dio paso a una semanal, el diario quedó herido de muerte porque había perdido su esencia. La desaparición de los periódicos impresos es una de las consecuencias nefastas de llamada revolución digital; nefasta porque los ha destruido sin sustituirlos por nada mejor.Lea también: Harry Sasson, la renta del suelo y las sopas MaggiLa prensa impresa, que resistió los embates de la radio y la televisión, agoniza en todos los países. Se cuentan por centenas los diarios desaparecidos y los que subsisten lo hacen en formatos cada vez más escuálidos y pobres en contenido. Sin la palabra impresa, la fuerza de la vieja sentencia, “lo escrito, escrito está”, se desvanece y con ella las exigencias del rigor informativo y de la clara separación entre la opinión y la noticia.Estas dos fueron las características señeras de EL MUNDO que nunca ocultó su carácter de diario liberal militante, pero abierto siempre a una amplia diversidad de opiniones, tanto en la época de Don Guillermo Gaviria, como en los últimos años bajo la orientación de su hija Irene y de mi querida amiga Luz María Tobón.El de Don Guillermo fue un liberalismo doctrinario, más bien clásico, cuya orientación intervencionista no lo apartó nunca de la defensa de la iniciativa privada como fundamento de la actividad económica en una sociedad verdaderamente libre. Por supuesto que, como periodista, fue también un liberal en el sentido partidista, aunque, el gran hacedor de empresas que fue, seguramente se habría sentido contrariado por la orientación anti-empresarial que aqueja a sectores amplios del que fue siempre su partido.Quizás a causa de la bancarrota ideológica del Partido Liberal, el liberalismo de EL MUNDO de los últimos años perdió su matiz partidista y se hizo más conceptual y de principios, buscando irradiar los valores de la democracia liberal y la iniciativa privada con responsabilidad social a las gentes de todos los partidos y la sociedad entera.Esa defensa de la democracia liberal se expresó en sus cuestionamientos al proceso de paz por su indiferencia frente a las víctimas de la Farc y las grandes concesiones hechas a lo que no era más que organización criminal que no representaba a nadie, como quedó en evidencia con las paupérrimas votaciones recibidas en las dos elecciones en las que ha participado.Su reconocimiento de la iniciativa privada como fundamento de la actividad económica y de la creación de riqueza, se manifestó recientemente en su insistente reclamo de la reactivación de la economía acompañada de la flexibilización de la contratación laboral.Pero quizás la más firme posición de EL MUNDO en los últimos años fue su incansable y persistente reclamo al gobierno a cumplir su misión fundamental de proteger la vida de los ciudadanos. No importa lo que el gobierno haga en cualquier ámbito, si no protege la vida de las personas está incumpliendo gravemente su obligación constitucional y lo que es en definitiva su razón de ser.Muchos años atrás, cuando, por incompatibilidad con mi actividad profesional, decliné la invitación que me hiciera a escribir en el periódico que acababa de adquirir, Don Guillermo, insistente, me dijo que escribir en EL MUNDO sería un honor.Le puede interesar: Una propuesta ilegal, inconveniente y peligrosa, pero imparableHace algunos años, por invitación de Luz María Tobón, EL MUNDO acogió generosamente mis artículos. Me sentí cómodo y complacido de hacer parte de tan noble empresa periodística y muy honrado, como había anticipado Don Guillermo.
El primer trimestre de 2020, Empresas Públicas de Medellín tuvo una pérdida operacional de 791.738 millones de pesos. En el mismo período de 2019 había registrado una ganancia de 661.434 millones.Ante semejante descalabro cualquiera diría que le aparecieron sustitutos a la electricidad, el gas y el agua potable y que los clientes dejaron súbitamente de consumir los productos de EPM. Pues no, todavía no ha ocurrido, por fortuna, ese desgraciado prodigio y, en realidad, los ingresos operacionales se incrementaron en 14,5% entre esos períodos.Lea también: ¿Qué pasa con vos, Fico?Aunque síiiii crecieron sustancialmente más que los ingresos – 26,9% frente a 14,5% - el aumento de los gastos de operación y administración solo alcanza a explicar un pequeño porcentaje de la debacle. En trimestre I-20, la utilidad antes de gastos financieros fue de 743.679 millones de pesos, un 5% inferior a la del trimestre I-19.Tampoco se explica la catástrofe por un inusitado aumento de los gastos financieros. De hecho, estos disminuyeron 19,1% entre los dos períodos de la comparación. Descontados esos gastos financieros, la utilidad fue de 581.296 millones, un 1,2% menor que la del mismo período del 2019.Si no fue a causa de la caída en los ingresos ni de la elevación de los gastos corrientes ni de los financieros, ¿qué pudo ocasionar semejante tragedia? Ténganse finos porque no lo van a creer. Esa aterradora pérdida fue ocasionada por una pérdida por diferencia en cambio de un billón trescientos treinta y siete mil treinta y cuatro millones de pesos: 1.337.034.000.000.Para ponerlo en unidades físicas de los servicios que vende EPM, es como si se hubieran perdido 2.523’959.559 kilovatios hora de electricidad, ó 497.476.086 metros cúbicos de agua potable ó 652.272.684 metro cúbicos de gas. El 57,6% de los ingresos operacionales de ese período se perdieron por un vergonzoso error que no tiene justificación alguna.La nota 20 de los estados financieros, se nos vienen con esta “explicación”:“El gasto neto acumulado por $1,373,034 se explica por una devaluación acumulada del peso frente al dólar del 24.04% y una tasa de cierre de $4,064.81, devaluación generada por la alta volatilidad del mercado ante la crisis económica consecuencia de la pandemia del covid-19 y la disminución sustancial a nivel mundial de los precios del petróleo…”¿Cómo así que la volatilidad, la crisis, la pandemia y los precios del petróleo son los culpables? ¡No me crean tan caído del zarzo!Una empresa cuyos ingresos son en pesos y una parte sustancial de su deuda en dólares o cualquier otra moneda extrajera está siempre expuesta al riesgo cambiario, como lo sabe cualquier estudiante primíparo de finanzas. Y también sabe el primíparo que para ese riesgo existen instrumentos de cobertura llamados opciones de tipo de cambio y contratos de futuros. Por la magnitud de la pérdida, me atrevo a sostener que la totalidad de la deuda externa de EPM estaba descubierta. ¿Lo está todavía? Este asunto es tan grave como si en medio de la tragedia de Hidroituango los directivos de EPM hubieran salido a decir que no tenían contratado ningún seguro.No conozco ni tengo afán de conocer al señor Tabares Ángel que firma como “Vice-presidente ejecutivo de finanzas e inversiones”, pero no puedo entender por qué no ha renunciado dado que incumplió en forma grave al primer deber de un gerente financiero cual es proteger los ingresos de la compañía. Supe, por boca de una concejala de la ciudad, que el señor Tabares le endilgó la culpa de su falta al Ministerio de Hacienda que no le habría dado oportunamente la autorización para hacer la operación de cobertura. Con un riego de ese tamaño, el señor Tabares ha debido pararse en la puerta de la oficina del ministro hasta que le firmara la tal resolución. Pero esa excusa es baladí: desde antes de contratar deuda extranjera un gerente financiero de verdad cotiza y negocia la cobertura.No hay excusa admisible cuando se está hablando de una pérdida de un billón trescientos setenta y tres treinta y cuatro millones que volvió trizas el esfuerzo productivo y comercial de miles de personas durante un trimestre. Esto no había ocurrido jamás en la historia de EPM.A todas estas, ¿qué hace la Oficina de Control Interno de EPM?, ¿qué la auditoría?, ¿qué la contraloría?, ¿qué los miembros independientes de la Junta Directiva?, ¿qué los concejales de la Ciudad? Aquí hay mucha gente incumpliendo con sus deberes.Le puede interesar: Cinco consejos no pedidos al alcalde QuinteroTampoco conozco al señor Rendón López que firma como gerente general y tampoco entiendo por qué no le pidió la renuncia al señor Tabares Ángel, para proceder después a renunciar él mismo. Tampoco entiendo por qué el alcalde mantiene en su cargo al señor Rendón López.Decía Gómez Dávila que los incompetentes son más nocivos que los corruptos, porque los corruptos descansan de vez en cuando mientras que los incompetentes ejercen de tiempo completo. Saber que ese alcalde, ese gerente y ese financiero estarán a cargo de la futura EPM de amplísimo objeto social me causa gran desconsuelo. ¡Que Dios nos coja confesados!
El exitoso cocinero y empresario Harry Sasson anunció el cierre de su restaurante Balzac, por la imposibilidad de generar ingresos suficientes para cubrir los costos de producción y, en particular, el arriendo del local donde operaba. La tragedia del señor Sasson, que es la misma de muchos comerciantes de todos los sectores, pone en evidencia una de las más graves deficiencias de los diferentes mercados de factores de nuestra economía, cual es la extrema dificultad de ajustar a la baja los precios nominales cuando los cambios en las condiciones de la demanda de los productos finales así lo exigen.Lea también: Macroeconomía de la pandemiaEl arriendo del local es quizás el principal costo fijo de los comercios, restaurante, bares y todos los negocios que suponen la atención directa de la clientela en el lugar mismo donde se producen y suministran los bienes y servicios demandados. Como, por obvias razones, esas son las actividades más golpeadas por las medidas de contención de la pandemia, el arriendo o, mejor, la renta del suelo se convierte en el verdugo que da la estocada final a muchos de esos negocios.El señor Sasson se duele de los elevados arriendos que pagan negocios como el suyo y parece tener un barrunto de la causa de ese desaguisado cuando habla de las grandes marcas instaladas en Centro Andino que llevan “los arriendos a unos números difíciles para un restaurante” y, también, cuando menciona que en su desparecido negocio se “tomaron decisiones importantes para el país”, como la de Juan Manuel Santos de correr por la Presidencia y la petición en matrimonio que allí le hiciera a la dama de sus sueños un caballero de Bogotá.El barrunto del señor Sasson es acertado. Él es el responsable de la elevada renta que le cobra su arrendador, es responsable por haber tenido éxito en hacer que sus clientes les atribuyan un alto valor a los productos de su restaurante, aceptando pagar el alto precio que tienen. Ahondemos en el asunto.El señor, Sasson como todos los comerciantes, calcula los costos unitarios de todos sus productos, incluido el margen de beneficio que cree se merece y así fija sus precios: $ 25.000 la crema de arvejas verdes o $ 30.000 la sopa de cebolla francesa, por ejemplo. Eso es contabilidad de costos, no economía. Las cosas se ven de una forma un tanto diferente cuando se someten al análisis económico, es decir, al análisis de la conducta de los seres humanos que intervienen en esta historia. Hagamos pues un poco de teoría del valor, de los precios y la distribución. De eso que llaman horrorosamente microeconomía.El señor Sasson sabe cuál es el precio al que debe vender su crema o su sopa para cubrir sus costos y obtener su beneficio. Lo que no sabe con certeza es el valor que la sopa tiene para la clientela, el cual varía no solo de una persona a otra, sino que para una misma persona la misma sopa tendrá distintos valores dependiendo del día de la semana, de si es medio día o es noche, de si hace frio o hace calor, de si ha tenido un acontecimiento afortunado o un grave tropiezo en el día, en fin, de una cantidad de circunstancias prácticamente ilimitadas, que la persona misma ignora, pero que se sintetizan una de dos frases: ¡Vamos donde Harry! o ¡No vamos donde Harry!Cuando el señor Sasson fija el precio de su sopa, como todo empresario que tiene costos ciertos, está haciendo una apuesta de la que no sabe de antemano si saldrá ganador. Cuando la sopa es plebiscitada por el mercado, es decir, cuando en general su precio monetario es inferior o, a lo sumo, igual al valor que le atribuyen sus clientes, el éxito del señor Sasson no deja de ser observado por sus competidores, claro está, y por todos aquellos que participan directa o indirectamente en la producción del plato de sopa y que empiezan a pensar la forma de participar en esa lotería, porque vender una sopa por 30.000 es como ganarse una lotería.Así razonan los vendedores de cebollas, arvejas, espárragos y de todos los insumos que intervienen en la preparación de las cremas y sopas, y, por supuesto también, los meseros, los cocineros, el dueño del local y todos aquellos cuyos ingresos directos o el precio de cuyos productos estén vinculado al precio de la sopa. Así, un día cualquiera, el de las cebollas subirá un poco el precio, alegando cualquier excusa. Los meseros y cocineros reclamarán un mayor salario, a la primera oportunidad, y el dueño del local, en la renovación del contrato, apretará inclementemente las clavijas. Como la oferta de cebollas es prácticamente ilimitada para un negocio como el Balzac y meseros y cocineros no son difíciles de sustituir, estas personas deben ser moderadas en sus pretensiones pues Harry puede prescindir de sus servicios sin mayor problema. No ocurre lo mismo con el arrendador del local.La esquina de calle 83 con la carrera 12 de Bogotá, donde queda Balzac, es única y no puede ser reproducida mediante el trabajo. Hay sustitutos cercanos, otros locales situados en las vecindades del Centro Comercial Andino, donde están instaladas grandes marcas que pueden vender sus productos a elevados precios lo que les permiten pagar elevados arriendos que elevan el precio de los locales circundantes y los arriendos que reclaman por su alquiler sus propietarios. En realidad, es la misma cosa: el precio de un pedazo de tierra o de un local cualquiera no es otra cosa que la renta capitalizada. Primero es la renta, después el precio de la tierra o el local, y antes de la renta, el precio de los bienes y servicios finales a cuya producción contribuye esa tierra o ese local, y antes de ese precio, el valor que la personas atribuyen a esos bienes y servicios lo cual se expresa en la demanda monetaria que determina ese precio que cubre los costos de Harry y todos los demás comerciantes que apostaron a prosperar en esa Zona T, como la llaman.Podemos ahora enunciar la teoría del valor sopa de cebolla o crema de arvejas verdes, como se quiera: el precio de los bienes intermedios y la remuneración de los factores de producción que intervienen en la producción de la sopa de cebolla depende del precio de la dicha sopa y este del valor que los clientes de Harry le atribuyen, dependiendo de la infinidad de circunstancias atrás enumeradas y de la forma en que afectan las emociones de los clientes potenciales, que no tenemos que explorar porque, afortunadamente, aquí no es asunto de psicología sino de economía. Y en economía nos basta con saber que un bien es una “cosa” del mundo físico localizada en un lugar del espacio y un momento del tiempo.Harry sabe bien eso. Él sabe que una sopa de cebollas es una sopa de cebollas. Pero sabe también que, una sopa de cebolla, una noche fría de viernes de octubre, en un lugar como Balzac – donde nacen candidaturas presidenciales y donde hombres poderosos piden en matrimonio a glamorosas damas – no es la misma “cosa” que una sopa de cebollas, igualmente tiernas y olorosas, en la Plaza de San Victorino un caluroso día de agosto. Si fueran la misma cosa, Harry estaría en San Victorino, sirviendo platos a ñeros, y no en la Zona T, atendiendo candidatos presidenciales.Economistas de diferentes épocas - Thorstein Veblen, George Katona, Dan Ariely - han explorado el campo de las decisiones de consumo de las personas que las llevan a pagar hasta 30.000 pesos por una sopa donde Balzac o 50.000 por un gorra en una boutique del Centro Andino.Veblen habló de algunos bienes de lujo cuya demanda aumenta cuando sube el precio, porque las gentes que los compran se sienten más seguras de que lo que compran vale ese precio porque así lo muestran los compradores más ricos a quienes se esfuerzan por imitar. Un alumno de Veblen, llamado Duesenberry, ahondó en este asunto indicando que el consumo de la gente depende del ingreso propio y de lo que ven consumir a los que tienen un ingreso más elevado. “Efecto demostración” o “efecto Duesenberry” es el nombre que se le da a esta modalidad de la envidia. A la envidia, George Katona añadió la estupidez, la ignorancia y la imprevisión como factores determinantes de la aparente irracionalidad de algunas decisiones de los consumidores. En fin, en su divertido libro Las Trampas del deseo, Dan Ariely explica por qué una aspirina de 50 céntimos de dólar alivia más que una de un céntimo. El capítulo se titula El poder del precio y su lectura permite entender por qué una sopa de cebolla de 30.000 es más reconfortante y nutritiva que una de 3 mil.Siempre me ha parecido que esos estudios sobre la conducta efectiva los consumidores son muy importantes para el lucrativo trabajo de mercadeo y ventas, pero que nada aportan en realidad a la teoría de la demanda y a su fundamento: la hipótesis de racionalidad.Conducta racional no quiere decir conducta razonable, conducta acertada o conducta decente. Jack el Destripador y Sor Teresa de Calcuta son igual de racionales a la hora de ejercer sus preferencias; aunque las suyas llevaron al infierno, al primero, y al cielo, a la segunda; pero eso nada tiene que ver con la economía.Lea también: Manifiesto por un Estado Omnisciente, Omnipotente e InmaculadoPara volver a Balzac, es perfectamente racional, aunque pueda ser estúpido e indecoroso, el hecho de que un señor pague una crema de tomate de 30.000 pesos a una amante joven y voluptuosa, al mismo tiempo que le lleva a su esposa un sobre de Maggi para que se la prepare ella misma. Tiene toda la razón Harry cuando se enfurece con quienes le hablan de “reinventarse” atendiendo domicilios. Para la amante están Balzac y su sopa; para la esposa, el hogar y los deliciosos sobres Maggi.
Hace algunos días una periodista llamada Camila Zuluaga, en una nota televisiva, que si no era un publirreportaje se le parecía mucho, comparó a la alcaldesa Claudia López con Ángela Merkel y otras jefas de gobierno en cuyos países el manejo de la pandemia ha sido más exitoso que en otras partes. Lea también: Una amenaza llamada Claudia LópezSiempre me ha fascinado la teoría de los universos paralelos y estoy creyendo que es verdadera y que la señora Zuluaga habita en uno diferente al mío, puesto que en el que yo vivo, Bogotá se parece cada vez más a Guayaquil y la alcaldesa López cada vez más a la atribulada Cynthia Viteri, alcaldesa de la sufrida ciudad ecuatoriana. Con una gran diferencia a favor de la señora Viteri: el dolor verdadero y la humildad contrita con los que asume su responsabilidad contrasta con la soberbia y la altanería con la que la señora López se reúsa a asumir la suya.Con la cuarta parte del PIB colombiano, un PIB por habitante que supera en 56% la media nacional y el 17% de la capacidad hospitalaria del país, Bogotá parecía la región mejor preparada para enfrentar la pandemia y las restricciones implantadas a la vida económica para frenar su expansión. Pero al parecer no ha sido así: a los cien días del primer contagio, con el 15% de la población, Bogotá tiene el 32% de los contagios y el 23% de los fallecimientos. No es ocioso recordar que la alcaldesa, en entrevista con el periodista Yamid Amat, se había comprometido a tener 4.000 UCI en junio.Desde hace días la alcaldesa López, en el tiempo que le deja su anodino perifoneo, viene preparando el escenario para culpar al Gobierno Nacional de la tragedia, ¡Dios no lo quiera!, que se avecina para la Capital. En su infatigable trinar pregona que el Gobierno no ha cumplido con los ventiladores prometidos y que Bogotá está próxima al desbordamiento de su capacidad hospitalaria de UCI.Las cifras que maneja la alcaldesa no concuerdan con las que reporta el Instituto Nacional de Salud (INS), sobre contagios, y el Ministerio de Salud (MS), sobre capacidad hospitalaria. A 12 de junio, Bogotá tenía, según el INS, 139 pacientes Covid 19 en UCI, y, según el MS, 1182 UCI en total, el 50% de las cuales, es decir 591, reservadas para los pacientes Covid 19. Esto arroja una ocupación de 23,5%. En su cuenta de twitter, la alcaldesa, a 11 de junio, reportaba un nivel de ocupación de 50%.No alcanzo a entender por qué la alcaldesa busca exagerar la situación de ocupación de UCI en Bogotá. En cualquier caso, es inaceptable que una funcionaria pública de tan alto rango mienta de esa forma en un asunto de tanta gravedad. A lo mejor, es una estrategia para presionar que se le dé prioridad a la Capital en la distribución de los ventiladores importados por el Gobierno Nacional o para impedir el restablecimiento de la actividad productiva al que, al igual que toda la izquierda, la alcaldesa López se ha opuesto con todas sus fuerzas con los argumentos más peregrinos, como lo han hecho con todo el accionar del Gobierno.Si el Gobierno Nacional relaja la cuarentena, es para favorecer a los ricos; si reparte auxilios monetarios o en especie, se le enrostra porque no llegan de inmediato a todo mundo; si decide subsidiar las nóminas, les parece muy poquito; si alivia las restricciones, se le acusa de querer matarnos; si importa ventiladores, que por qué tan tarde, que por qué tan caros, que por qué tan pocos. Y así: palo porque bogas, palo porque bogas.Le puede interesar: La reactivación de la economía no debe detenerseHay que esperar que, gracias a la acción del Gobierno Nacional, el mediocre manejo de la pandemia por la alcaldesa López y su gabinete no se convierta en una tragedia para la ciudadanía bogotana en los próximos meses. Hay que ayudar a la alcaldesa a salir del berenjenal en el que está metida por su incompetencia, a pesar del infame juego político en el que está comprometida con los demás líderes de izquierda: oponerse a todo lo que lo que propone o hace el Gobierno Nacional, con la expectativa de que fracase para caer como buitres sobre los despojos del País. Hay que ayudarla para que Bogotá no se transforme en otra Guayaquil y para que la periodista Zuluaga, al llamar a la alcaldesa de Bogotá, no tenga que escoger entre Claudia Viteri o Cynthia López.
Me duele la detención de Aníbal Gaviria Correa, acusado por la Fiscalía de celebración de contratos sin cumplimiento de requisitos legales y peculado en favor de terceros. Ser acusado de esos delitos es un riesgo al que está expuesto cualquier funcionario público en Colombia. Un enemigo político o un contratista frustrado por no haber resultado favorecido, puede, en cualquier momento, saltar y, por la falta de una firma o de cualquier papelillo, acusar al funcionario de violar el estatuto de contratación pública, en cual, con su infinidad de artículos, incisos, parágrafos y acápites, supuestamente destinados a dar “transparencia” a la contratación, se ha convertido una gigantesca trampa en la que con frecuencia caen funcionarios honestos que solo buscan cumplir de forma eficaz y eficiente con sus obligaciones.Lea también: Andrés Felipe Arias y la justicia vengativaA los riesgos inherentes a la maraña de normas que rigen la contratación pública en Colombia, se añaden los que supone “la vigilancia y control” de las dos entidades existentes en el País para velar por la “transparencia” en la contratación pública: Contraloría y Procuraduría, a las cuales frecuentemente se añade la Fiscalía, que encuentra en la acusación de un funcionario público, desde un alcalde de pueblo hasta funcionario de elevado rango, la forma de ocultar su incapacidad de combatir las múltiples formas de delincuencia que azotan el País.A los grandes delincuentes instalados en la política no les asusta el riesgo de ser cogidos in fraganti o a posteriori cuando usan sus influencias en el aparato gubernamental, usualmente algún funcionario a quien hicieron nombrar en el cargo, para favorecer al contratista del que reciben la coima. Ello se debe a que estos delincuentes roban en grande y por no tener prestigio alguno que perder, están dispuestos a asumir la deshonra de un proceso fiscal, administrativo o judicial y a pagar, incluso, un tiempillo de reclusión en las celdas doradas que el sistema carcelario colombiano tiene reservadas para los delincuentes de cuello blanco, los narcotraficantes y todos los criminales que puedan pagar por ellas a los corruptos funcionarios del Inpec. Pero lo más usual es que ni siquiera lleguen ahí pues sus recursos les permiten pagar legiones de abogados mañosos que consiguen librarlos de cualquier sanción “por vencimiento de términos”. Después disfrutan en tranquilidad sus fortunas mal habidas y, pasado un tiempo, vuelven a la política como si nada fuera.No ocurre así con los funcionarios honestos que, frecuentemente, por algún otrosí que amplía el presupuesto para atender alguna obra adicional no contemplada en el contrato inicial pero cuya necesidad es descubierta en el terreno al momento de ejecutarlo. En cualquier obra pública o privada, con los mejores estudios de factibilidad técnica, es usual encontrar contingencias geológicas o ambientales que demandan una adición presupuestal so pena de dejar inconclusa la obra o de ejecutarla imperfectamente.Y este es justamente el caso por el que acusan Aníbal Gaviria. En un contrato de cerca de 42.000 millones de pesos, celebrado en 2005, cuando Gaviria era gobernador por primera vez, se otorgó al contratista un anticipo del 25% que luego se amplió a 29%. Por este cambio, que según la Fiscalía “significó casi 1.500 millones de pesos más para el contratista” es que acusan al gobernador.Pero no es la inanidad del hecho que fundamenta la acusación lo único que llama la atención en este caso, sino la desmesura de la actuación de la Fiscalía y el momento en el que se produce. Quince años después de celebrado un contrato, que no ha dado lugar a ninguna investigación fiscal o administrativa, por la Contraloría o la Procuraduría, salta la Fiscalía con una orden de captura contra un hombre cuyo ya enorme prestigio se había visto acrecentado por el exitoso manejo de la pandemia de la covid 19 en su departamento.Eso hace inevitablemente pensar el caso de Andrés Felipe Arias, condenado por la Corte Suprema de Justicia a 17 años de prisión con una acusación similar que destruyó su promisoria carrera política. Arias, recordémoslo, fue acusado, procesado y condenado, por el supuesto delito de celebración de contratos sin cumplimiento de requisitos y por favorecer, presuntamente, a determinas personas con los subsidios otorgados por el programa Agro Ingreso Seguro.El caso de Aníbal Gaviria pone en evidencia, una vez más, el enorme problema institucional que enfrenta Colombia: la politización de la justicia y de sus organismos de control fiscal y administrativo. La Fiscalía, la Contraloría y la Procuraduría no solo se han convertido en trampolines para impulsar la carrera política a la presidencia de todos quienes llegan a esas dignidades sino también en instrumento de la lucha política en su forma más abyecta. Por supuesto, la más peligrosa es la Fiscalía que lo puede meter a uno a la cárcel mientras investiga si ha delinquido o no.Le puede interesar: La tragedia de Venezuela y las lecciones para ColombiaAníbal Gaviria seguramente saldrá libre de toda acusación. Y, aunque logre recuperarse del golpe artero que sus enemigos agazapados han querido darle a su carrera política, el sufrimiento humano causado a su familia y sus amigos es irreparable. El sufrimiento de Doña Adela, su madre, que ha tenido que encajar golpes tan duros como el asesinato de Guillermo, su hijo, por las Farc y la orden de captura proferida por otro fiscal contra Don Guillermo, su esposo, sin consideración con su edad avanzada ni su precario estado de salud. El sufrimiento de sus inteligentes y corajudas hermanas, comprometidas como su padre y sus hermanos en la defensa de las libertades. El sufrimiento de su esposa valiente Claudia y de sus pequeños hijos. En fin, el sufrimiento de esa distinguida y sufrida familia que le ha servido al País desde la empresa, la política y el periodismo, ejercido con singular nobleza. A todas ellas y a los otros hermanos ofrezco mi solidaridad y afecto en estos momentos de infinito dolor.
La reactivación de la economía no debe detenerse, debe incluso acelerarse para evitar más afectaciones a las empresas y sus trabajadores. La cuarentena cumplió el objetivo de reducir la tasa de contagios, para permitir el fortalecimiento del sistema de salud, y educar a la población en las medidas de higiene y protección.Lea también: Indemnizar a las empresas y pasarle a China la factura de la pandemiaA pesar de la caída de la tasa de contagios, del aumento de las recuperaciones, de que la mayoría de los casos son leves y de la poca letalidad de la enfermedad, todo lo cual se traduce en la baja utilización de la capacidad hospitalaria reservada para atender a los enfermos graves; hay quienes insisten en desacelerar la reactivación de la actividad económica o, incluso, en restablecer la cuarentena en su forma más estricta.El problema no puede ser abordado mirando exclusivamente la tasa diaria de contagios sino considerando en su conjunto las cinco variables mencionadas, como trataré de explicar con la ayuda de la ilustración que se muestra a continuación.El asunto no es evitar que la gente enferme, pretendiendo reducir a cero la tasa de contagios. Como en el caso de cualquier enfermedad, se trata de que quienes enferman gravemente puedan ser convenientemente atendidos sin que se desborde la capacidad hospitalaria.La capacidad hospitalaria – el número de camas ordinarias, de atención intermedia y de cuidados intensivos – puede ser representada como una especie de piscina que tiene un flujo de entrada, el de los contagiados y tres flujos de salida: el de los casos leves, el de los recuperados y el de las personas fallecidas. Evidentemente, cuando los contagios diarios son mayores que la suma de las recuperaciones, los casos leves y los fallecimientos, el nivel de la piscina tendrá a subir; se reduce en caso contrario y se mantiene cuando son iguales. El problema es desacelerar el aumento en el nivel de la piscina, utilización de la capacidad hospitalaria, al tiempo que tratamos de aumentar su tamaño con más camas, más UCI y más ventiladores.Veamos ahora lo que podemos llamar la aritmética de la pandemia. Entre mayo 14 y mayo 16 se presentaron 1.329 casos nuevos. De estos, 953 quedaron en casa por ser leves, quedan 376. Entre ambas fechas se recuperaron 229, lo que deja un saldo de 147. Como fallecieron 37, quedan 110, que aumentan el nivel de la piscina, 100 con atención hospitalaria corriente y 10 en UCI.Miremos ahora el nivel de la piscina para ver qué tan preocupante es la situación. La capacidad instalada para atención del Covid está conformada por 20.887 camas corrientes, 1.653 de cuidados intermedios y 3.289 UCI. A 16 de mayo había 845 personas en hospitalización ordinaria y 148 en UCI. Esto da una utilización de 3,7% del total de camas ordinarias y de atención intermedia y de 4,5% de las UCI. No parece pues que la piscina se esté desbordando ni que esto vaya a ocurrir prontamente.Por las camas ordinarias no hay que preocuparse demasiado. Los hoteles están desocupados y aceptarían gustosos la habilitación de sus camas para atender enfermos Covid 19. En cuanto a las UCI, está en marcha la importación de 2.817(1), mientras que empresas de Medellín están próximas a iniciar la fabricación de 2.000 ventiladores, pendiente solo de la autorización del Invima[2]. Así las cosas, en uno o dos meses a lo sumo, la capacidad instalada de UCI se elevaría a 8160 unidades. Incluso con los 200000 casos que probablemente se tengan hacia mediados de julio, la capacidad hospitalaria actual, sin importaciones ni habilitar camas de hotel, tendría una utilización de 60% en UCI y 50% en camas ordinarias e intermedias.El aumento de los casos acumulados, casi lo único en que se insiste en los medios de comunicación, seguramente llevará a que se intensifiquen las presiones políticas y mediáticas sobre el Gobierno Nacional para que desista de reactivar la actividad económica e, incluso, restablezca la cuarentena más estricta. El Gobierno debe resistir a ello y como sociedad debemos apoyarlo.El dilema que enfrentamos como sociedad no es entre economía y pandemia sino entre el sufrimiento humano causado por la covid 19 y el sufrimiento humano causado por la parálisis de la economía. Porque en sufrimiento humano es en lo que se traduce la parálisis de la economía: en sufrimiento por el desempleo, en sufrimiento por la pobreza, en sufrimiento por el hambre, en sufrimiento por la desnutrición de los niños, en sufrimiento por el deterioro psíquico y emocional de las personas y en sufrimiento, también, por las muertes que causará y está ya causando todo lo anterior.Le puede interesar: Una amenaza llamada Claudia LópezLa gráfica presenta el dilema al que nos enfrentamos. En el eje vertical se mide el sufrimiento y en el horizontal la duración en días de una cuarentena obligatoria draconiana. No está fuera del alcance de cualquier economista medianamente entrenado construir un índice del sufrimiento humano asociado a la pandemia y a la parálisis de la economía. Aquí basta con saber que puede construirse.La línea AA´ representa el sufrimiento de la pandemia en función de la duración de la cuarentena draconiana. Se supone, sin que ello sea del todo seguro, que este sufrimiento se reduce a medida que se aumenta el tiempo de confinamiento, tendiendo a cero si el confinamiento se mantiene hasta que aparezca la vacuna, como se ha sugerido.La línea BB´ representa el sufrimiento humano por la parálisis de la economía, el cual aumenta a medida que aumenta la duración del confinamiento y que tiende a infinito si logramos destruir la economía extendiéndolo hasta que se tenga la anhelada vacuna.En el punto de intersección de esas dos curvas se minimiza el sufrimiento humano total y es ese punto el que, a tientas, como en todas partes, está buscando, el Gobierno Nacional.[1] https://www.minsalud.gov.co/Paginas/Colombia-consolida-su-capacidad-instalada-para-atencion-de-covid-19.aspx[2] https://www.elcolombiano.com/antioquia/ventiladores-hechos-en-medellin-en-fase-final-para-aprobacion-del-invima-ND12998115
La muerte es siempre triste, pero en estos días de confinamiento lo es mucho más. La muerte de un amigo es la oportunidad de encontrar otros amigos, de evocar y celebrar con ellos la vida del amigo que parte, de recordar los trozos de vida que con él compartimos. Es por eso que la muerte de Gonzalo es doblemente triste, porque el confinamiento, al impedirnos compartir el dolor que su muerte nos causa, nos impidió también recordar la alegría de lo con él vivido.Gonzalo fue mi profesor de Desarrollo Económico, una materia que ha desaparecido de los programas de economía, donde fue reemplazada, creo, por Crecimiento Económico, que, aunque parecida, no es la misma cosa. Tampoco es la misma cosa la llamada Economía Institucional, que también se le parece.Le puede interesar: Hernán Henao, el hombre de familiaA Gonzalo le debo el conocimiento de la obra de Arthur Lewis, Simon Kuznets y W.W. Rostow. En los años 60 y 70 del siglo XX esos eran los grandes tratadistas del desarrollo económico y sus libros se estudiaban en todas las buenas facultades de economía del mundo, incluida la de la Universidad de Antioquia. Gonzalo conocía muy bien a esos autores, especialmente a Lewis, cuyo libro Teoría del desarrollo económico consideraba el mejor en su campo. Creo que entonces y ahora, Gonzalo tenía razón: la mayor parte de las contribuciones de la Nueva Economía Institucional en su vertiente histórica son una reelaboración más o menos sistemática de las ideas de Lewis.Gonzalo fue el impulsor, fundador y primer director de Lecturas de Economía, la revista del Departamento de Economía de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Antioquia, la cual, en enero de este año, con su número 92, cumplió 40 años de existencia. El primer número salió bajo en nombre de Temas Económicos, que tuvo que ser cambiado porque ya estaba registrado en el Ministerio de Gobierno. Como la información llegó cuando la revista ya estaba en prensa solo a partir del segundo número tomó el nombre de Lecturas. Tanto “Temas” como “Lecturas” salieron de caletre de Gonzalo. Creo que fue afortunado que el primer nombre estuviera registrado.Ese primer número fue toda una hazaña. El hábito de escribir y publicar no estaba muy difundido y entonces no se premiaba de por vida la publicación de cualquier nota bibliográfica en una hoja parroquial. En sus primeros años, cada número de Lecturas exigió un tremendo esfuerzo para la consecución del material. Ahí estuvo siempre Gonzalo, apremiando a todo el mundo para que se animara a escribir y publicar; corrigiendo con esmero los textos a veces muy burdos que le entregaban. A mí me hizo publicar, casi que, a la fuerza, una pequeña nota sobre Schumpeter, mi primera aparición en letras impresas.En efecto, le debo a Gonzalo el conocimiento y la devoción por la obra de Schumpeter. En sus clases, pero mucho más fuera de ellas, me hablaba mucho de sus libros y me hizo leer la Teoría del desenvolvimiento económico. Dentro de las pocas cosas que publicó Gonzalo hay justamente un espléndido ensayo sobre Schumpeter en el que mezclaba finas observaciones sobre la obra y vida del personaje con pertinentes referencias al Hombre sin atributos, la novela de Robert Musil.Lea también: Beatriz Restrepo, filósofa ciudadanaGonzalo fue en efecto un fino lector de Musil y de toda la gran literatura del siglo XX. La literatura más que la economía fue su gran pasión. Estaba al tanto de todo lo que salía y tenía juicios certeros sobre infinidad de libros y autores. Cuando le oía decir a Gonzalo que algún autor escribía bastante bien, yo corría a leerlo. Al último que me hizo descubrir fue a Juan Gabriel Vásquez con el Ruido de las cosas al caer.Las recomendaciones literarias, y las recomendaciones de cualquier índole, las daba siempre Gonzalo en tono menor. Ese fue un rasgo que me impresionó siempre de su modo de ser durante el tiempo en que fuimos colegas de docencia en la Facultad de Economía de la U de A. Estaba siempre dispuesto a promover y apoyar todas las iniciativas de interés académico – la revista, la realización de eventos y seminarios, la actualización de los currículos, etc. – con decisión y persistencia, pero sin ningún interés de figuración o protagonismo. Su actitud frente a la vida política y social siempre me hacía pensar en el lúcido escepticismo de Ulrich, el protagonista del Hombre sin atributos, la novela que Gonzalo amó.