Las mujeres esclavas llegaron a ser más valiosas que los mismos varones por su mayor sumisión a los amos, versatilidad en varios oficios, pero sobre todo por el valor de sus crías hembras, a lo que se agregaba el derecho de pernada.
"El liberto Angola compra una esclava y otras tratas en el País del Oro", la nueva novela de Ramiro Montoya, es un relato escrito con la más depurada factura literaria sobre la vergonzosa historia de la esclavitud de los afrodescendientes en el distrito minero de Zaragoza, una oportuna coincidencia donde los personajes se encuadran en los conflictos de nuestros días: El feminismo y la protesta de los negros descendientes de los esclavos de todo el mundo, ante la discriminación que todavía sobrevive.
A la minería aluvial del oro en el Bajo Cauca y del Nechí me vinculé como ingeniero desde mediados de la década del 70, hasta que la violencia de los años 90 y la llegada de las bandas criminales hizo de esa región una de las más riesgosas del país. El libro de Ramiro Montoya, reconocido escritor antioqueño, me ha incitado a volver sobre lejanas experiencias y estudios en el “País del Oro” y en el Departamento del Chocó, en gran parte poblado por mineros descendientes de antiguos esclavos negros, con lo que quisiera iniciar esta columna.
La minería aluvial del oro fue una práctica conocida por los aborígenes que poblaron el occidente del actual territorio colombiano, en especial en la cuenca del Río Cauca. El conquistador español, después de saquear y agotar los tesoros indios, empezó a interesarse por la extracción directa del metal, primero esclavizando a los indios, hasta que los maltratos y enfermedades diezmaron la mano de obra nativa, la cual fue sustituida por esclavos traídos del occidente africano y comercializados en el mercado de Cartagena, que abastecía también a los esclavistas de Popayán, los nuevos dueños del oro del litoral Pacífico.
La Nueva Granada fue el virreinato más productivo de oro de todo el imperio colonial español, más de 4 toneladas de oro por año a finales del Siglo XVIII, y todavía hoy nuestro país es el mayor productor del precioso metal en América Latina.
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En 1570 Gaspar de Rodas asumió la Gobernación de Antioquia, y entre otras avanzadas mineras fundó la población de Cáceres en el Bajo Cauca, región con abundante oro en terrazas aluviales. Desde allí la fiebre del mineral se expandió hacia el rico distrito de Zaragoza, población también fundada por Rodas en 1581 en el río Nechí en el que también abundaba el oro, desde aguas arriba de la confluencia del río Porce hasta su desembocadura en el río Cauca.
A Zaragoza llegaron comerciantes y aventureros españoles desde Cartagena y Mompox, así como desde Veraguas en Panamá y las islas caribeñas. Muchos de ellos traían sus esclavos negros. En 1595 en la recién fundada Zaragoza, ya el principal centro minero de Antioquia, había 2.000 esclavos y se produjeron 2.000 pesos de oro, y para 1617 se habían establecido 300 españoles con 4.000 esclavos y se produjeron 500.000 pesos de oro.
A mediados del Siglo XVII la minería de Zaragoza empezó a declinar. El hambre y las epidemias causaron la muerte de la mayor parte de los esclavos. No fue el agotamiento del metal la causa de esa decadencia que, sólo en parte, se reactivó un siglo más tarde.
En 1920 llegaron las dragas hidráulicas de la compañía estadounidense Pato Consolidated Gold Mining, y más tarde la minería con monitores, elevadoras y canalones que en los 70´s se transformó en minería de retroexcavadoras y volquetas, con plantas de lavado de las gravas auríferas, así como el uso generalizado del mercurio para la recuperación del oro. Una verdadera tragedia ambiental y sanitaria, que todavía no se ha podido controlar, a lo que se sumó la llegada de bandas criminales, los nuevos dueños del oro del Bajo Cauca y del Nechí.
Volvamos al libro de Ramiro Montoya, conmovedora historia de tres mujeres negras esclavas al servicio de blancos y mulatos libertos de Zaragoza, la zona productora del oro y de Mompox, población esta última donde se instalaron comerciantes, orfebres y contrabandistas.
Existe un documento notarial que registra la compra en Cartagena de Indias de una esclava de nueve años, que sería bautizada por sus dueños como Lorenza Criollo. La compra se hizo en 1741 y por ella se pagaron 200 pesos a un judío portugués, que actuaba como depositario de contrabandistas holandeses que la habían traído de Curazao. Este relato de Ramiro Montoya se centra sobre la vida de Lorenza, sus descendientes directos Jacinta e Isabel y sus respectivos amos en el País del Oro. Los propietarios de las tres esclavas entregaban sus hijas a una “criollera”, que las cuidaba hasta que pudieran ser, a su vez, vendidas o alquiladas a nuevos amos, que las empleaban en las labores mineras, así como en los trapiches, oficios domésticos o en la orfebrería del oro en Mompox. Las mujeres esclavas llegaron a ser más valiosas que los mismos varones por tres razones principales: mayor sumisión a los amos, versatilidad en varios oficios, pero sobre todo por el valor de sus crías hembras, a lo que se agregaba el derecho de pernada.
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Trascribo apartes de las lamentaciones de Jacinta, fusión de cristianismo y la visión de la muerte aprendida de la brujería, extensivas a los demás afligidos esclavos, mulatos y libertos, quienes a pesar de los esfuerzos de los clérigos nunca pudieron ser del todo catequizados en la fe de sus amos blancos, como si lo lograron con los indios de los altiplanos andinos:
…cuando te acerques al final verás la muerte llevando tu verdadero nombre… y yo la siento como la corriente del río que me arrastra. ...a mí siempre me alquilaron para la minería y los trapiches destilando el ron y el aguardiente de don Ospino, que se emborrachaba y me hacía emborrachar y también sudaba con el sudor de los chapetones pezuña de chapetón. ...es hora de que me vaya por la corriente arrastrada hasta el fondo como en el aluvión arrastrada buscando los zapatos y el vestido que me cubra para escapar de los chapetones y de su olor de pezuña...
La conmovedora historia alcanza su final con Isabel, que llegó a dominar el arte de la orfebrería del oro en el taller que su amo Heliodoro Brand tenía en Mompox, de quien con sus propios ahorros había logrado comprar su libertad y hasta pudo ella misma pagar su propia manumisión.
P.D: "El liberto Angola compra una esclava y otras tratas en el País del Oro", libro editado por el Grupo Ibañez-Uniediciones. Compras en Librería: Calle 12 B No. 7-12. L. 1, Tels: 2847524 – 2835194 y Librería Teusaquillo: Calle 37 No. 19-07, Tels: 7025760 – 7025835. Bogotá D.C. – Colombia. www.uniediciones.com