El pasado 19 de mayo, en Puerto Tejada, Cauca, un policía descargó su bolillo contra el cráneo del joven Anderson Arboleda que se encontraba acompañado de su novia en la puerta de la casa. ¡Lo asesinaron!
El nuestro es un país anestesiado por una violencia salvaje, institucional, arrasadora, que gravita sobre todas las esferas de la vida social. Violencia física contra los desposeídos, asesinatos selectivos, masacres, violencia verbal, intemperancia, sectarismo (le parto la cara marica, plomo es lo que hay, se callan o los callamos) una violencia que toma forma en el desparpajo con el que la corrupción campea mientras se nos ríen en la cara, una violencia que se expresa en la inequidad rampante, en la suma descomunal de privilegios insospechados, de triquiñuelas legales, de despropósitos jurídicos.
El nuestro es un país que acumula una muy larga lista de víctimas de atropellos mortales protagonizados por las fuerzas militares y policiales. Los comportamientos execrables de agentes en gavilla contra vendedores ambulantes, ancianos inermes, mujeres cabezas de familia, gente humilde que implora que no le destrocen sus elementos de trabajo, sus magras mercancías; se han convertido en parte del paisaje cotidiano. Es como si hubiéramos perdido la capacidad de asombro, como si ya no viéramos lo que hay que ver.
El pasado 19 de mayo, en Puerto Tejada, Cauca, un policía descargó su bolillo contra el cráneo del joven Anderson Arboleda que se encontraba acompañado de su novia en la puerta de la casa. ¡Lo asesinaron! y el hecho es apenas una noticia más, que se suma a la larga lista de desaparecidos, de líderes sociales que caen bajo el fuego paramilitar, que continúan cayendo sin faltar, aún en días de pandemia.
El asesinato de George Floyd tiene hoy a Estados Unidos encendido en las protestas, gritando en las calles de las principales ciudades ¡I can’t breath!, no puedo respirar, que fueron sus últimas palabras antes de morir por la presión del policía sobre su garganta.
George Floyd no ha sido el único negro estadounidense asesinado por las “fuerzas del orden”, por los fanáticos de la derecha, los racistas del Ku Klux Klan, los militantes de la supremacía blanca. Pero este grito de hoy, esta frase desgarradora: “¡no puedo respirar!”, está llena de significado, tiene un tono de parábola final, una vocación de síntesis, una carga de ultimátum. Si, es la frase del límite extremo, que las multitudes han convertido en un grito de combate, a la manera de un “¡se nos llenó la taza!”, un “¡Basta Ya!”.
George Floyd ha muerto a manos de un policía blanco en medio del COVID19, una verdadera catástrofe histórica, un suceso global que ha desencadenado dentro de otras muchas cosas, un nivel de reflexión nunca antes vivido. Encerrados en las casas, caminando aprensivos con nuestros tapabocas, vigilados, restringidos, en el mundo entero estamos pensando en la manera como hemos vivido, replanteándonos, haciéndonos preguntas, analizando cosas inimaginables: ¿Si era el neoliberalismo la panacea que nos habían vendido?, ¿la orgía consumista de la economía de mercado tenía justificación?, ¿acaso el exitismo si era la fórmula de la felicidad?
Pero también ha ocurrido otro fenómeno global: empezamos a mirar a nuestro alrededor, vimos a nuestros vecinos, tuvimos una certeza plena de nuestras limitaciones, de nuestras carencias, miramos hacia las calles, reflexionamos sobre el poder, la corrupción, la inequidad y entonces los niveles de comprensión empezaron a elevarse, sentimos la dimensión de la asfixia. No, no éramos felices, no éramos ricos, no éramos de clase media, nuestros trabajos eran precarios, el hambre que denunciaban los “desadaptados” era un hambre cierta; la violencia que denunciaban los “rebeldes”, era una violencia cierta; la injusticia que denunciaban los “insumisos” era una injusticia cierta, y entonces supimos que ya no podemos respirar, que estamos en el límite. Todos los usufructuarios del poder y la riqueza ya lo saben, están desesperados inventando discursos y frases de reconciliación, fórmulas mágicas para arreglar el mundo que ellos mismos se encargaron de destruir, el modelo económico que ellos mismos fueron capaces de engendrar, apelando a la muy conocida fórmula “gatopardista” de proponer que todo cambie para que nada cambie. En esas están, tienen miedo, algo va a pasar…