Nunca como este jueves hubo tantos carteles manuales y camisetas pintadas con ingenio y sabiduría
Con el eco de la vergonzosa conversación en Washington entre Pachito Santos y la canciller con minúscula que Duque acaba de nombrar, una conversación que pareciera sintetizar todo lo que significa este gobierno, con ese eco – digo - el país salió a marchar apoyando el paro. Si, ¡el país! Incluso el país que vive en el exterior.
Las marchas fueron monumentales, apoteósicas, gigantescas. La de Medellín, sobresaliente, además.
Pero el gobierno de Duque, la derecha unida, el uribismo y su ejército de hackers, hicieron hasta lo imposible para que no saliera nadie. Los grandes derrotados son ellos y las prácticas perversas de la propaganda negra y la desinformación.
Quisieron sembrar terror y cosecharon dignidad y valentía.
Nadie puede acusar a los marchantes de ningún desmán o algún hecho de violencia. Lo que pudo presentarse fue minúsculo para la dimensión de lo vivido y jugaron en ello tanto las provocaciones de la fuerza pública como el delirio de los encapuchados. Bienaventuradas sean las cámaras de los celulares que muestran los desafueros del Esmad.
Nunca como este jueves hubo tantos carteles manuales y camisetas pintadas con ingenio y sabiduría: “¡Nos quitaron todo, hasta el miedo!” se leía en uno de ellos sostenido en alto por un muchacho en la avenida oriental.
Es asombrosa la incapacidad del establecimiento para leer lo que realmente está sucediendo. Encapsulados en su mundo extraño, no son capaces sino de mirarse a ellos mismo, el resto del país no existe. Vargas Lleras escribe una columna de desvarío aduciendo que detrás de este suceso se esconde el inicio de la campaña presidencial (¿!) y resultó hasta divertido el galimatías en el que se metieron tanto el señor Duque como su ministra de gobierno, los periodistas fletados, los medios abyectos, para entregar noticias, documentales y declaraciones diciendo que respetaban el derecho a la protesta social, pero que iban a ser implacables con el terrorismo. Miraban a las cámaras, impávidos, diciendo que el país no estaba militarizado, mientras las imágenes de la televisión mostraban al ejército pavoneándose por las calles sin pudor. Todos ahogados en un mar de contradicciones.
La típica babosada de quien empieza su frase racista diciendo “Yo no tengo nada contra los negros, pero…”.
Ah, ¡el lenguaje!
Decía Wittgenstein algo así como que solo tiene sentido lo que lingüísticamente puede ser designado. Así, el lenguaje es la expresión del pensamiento. No, ni Duque ni toda esa gente tienen nada contra la democracia, pero…
Ese país que se movilizó, el país real, el que ellos son incapaces de ver y que no está incluido en las cifras del crecimiento que delirantemente exhiben, es el país víctima de la hecatombe neoliberal, el que no tiene oportunidades, el que se ahoga en la desigualdad, el país que integra a eso que ahora se llama “la sociedad del descenso”.
Escribo en la noche del 21, ya para terminar, empieza a escucharse el eco del cacelorazo…
Algo fascinante empieza a suceder, una esperanza toma forma, se ve una luz en medio de la oscuridad…