“…es el que se decide en el anonimato, el proyecto, el partido y el candidato que más se acerquen a los valores y necesidades del elector de cara al beneficio colectivo, independientemente de las encuestas, del resultado…”
Que contienda electoral esta más rara, como que ya hay una sensación generalizada de tanta desesperanza, de tanta zozobra, de tanta desconfianza en los partidos y movimientos, que cualquier indicador de honorabilidad y conocimiento que un candidato demueste, se mancha simplemente con ser amigo, así sea lejano, de algún político. También funciona al contrario, una muestra de independencia a cualquier maquinaria, así haya saltado de organización en organización, hablando mal de cada una de las que dejó, podría ser positivo en este país que manifiesta tanta polarización y tanto resentimiento, a la hora de elegir. A tanta fragilidad, a tanto desequilibrio social, lo contraresta el voto ético.
La participación ciudadana es tan determinante, que ponerle precio a un voto, constituye uno de los actos más nocivos para cualquier democracia. La ética, entendida como la reflexión sobre la moral, tendría que ser la mayor consejera a la hora de decicir por un gobernante, sin embargo, las necesidades no resueltas y las dificultades del mercado laboral, tienen el poder. La relación entre voto y ética nos la ayuda a entender la propuesta de Abraham Maslow que pone en la base de su pirámide de necesidades, las elementalidades a resolver, las que están a medio camino para llegar al 100% en América Latina. Si este piso elemental no esta firme aún, los valores no lo estarán tampoco. No se le puede pedir a una población sin lo mínimo, que vote bien, porque el que me resuelva el tema de la siguente comida, será el elegido, así prolongue para siempre la inexistencia de agua potable y cloacas. El voto, es el ejercicio de la ciudadanía, se deposita conscientemente y sin presiones, cuando las condiciones de vida son equilibradas y estables, como la ciudadanía es un valor, y si lo mínimo básico elemental no está resuelto, no hay valores, entonces, tampoco hay ciudadanía, por ende, tampoco voto. Toda esa retaíla se articula en El voto ético, que parafraseando al gran Alfonso Zárate, mi columnista preferido en México: es el que se decide en el anonimato, es el que mira el proyecto, el partido y el candidato que más se acercan a los valores y necesidades del elector de cara al beneficio colectivo, independientemente de las encuestas, del resultado.
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Esto explica porque los resultados en los lugares más marginados son tan predecibles y porque en las ciudades con mayores condiciones no lo son. En las capitales más importantes de Colombia, los resultados fueron impredecibles, o quién podría pensar que el candidato del alcalde con mayor popularidad de Colombia en toda la historia, no llegaría ni al 10% de opción, eso sin mencionar a Claudia Nayibe López, con casi 80 mil votos de diferencia con respecto a su contendor. Estas jornadas me dejaron muchísimos aprendizajes; el más valioso: hay que concentrarse en las propuestas y no en las acciones de los demás, y lo escribo porque fue lo que se hizo en la campaña del Movimiento “Es el momento de Antioquia” y tambien para manifestar afinidad por esta Nueva Agenda, que me leí y releí maravillado y claro está para expresar mi felicidad por el triunfo del Gobernador Anibal Gavíria Correa, una persona a la que quiero y admiro profundamente, para la que ejercí mi voto ético. Termino con una frase que podría definir la acción de un gobernante idóneo: El que quiera ser el primero, debe ser el servidor de todos