El cambio de costumbres que impuso la sociedad de consumo estimulada por el neoliberalismo, trastocó los valores y nos hizo creer que al convertirnos en depredadores éramos más modernos.
No somos dueños de nada. Recibimos en préstamo (comodato para decirlo en términos jurídicos) el territorio que habitamos, de manos de nuestros mayores, de padres y abuelos que trabajaron la tierra con sabiduría y honradez, y no la hemos sabido cuidar. Ahora les entregamos a los hijos un casi-desierto improductivo, contaminado, con un aire irrespirable y enfermizo, sin agua suficiente, casi sin campos verdes ni bosques que sirvan de hábitat a las especies sobrevivientes de fauna y flora. Es decir, hicimos de la naturaleza, que es la obra perfecta, un verdadero caos.
El actual modelo económico afecta la capacidad de resistencia de los ecosistemas, generando problemas como la contaminación ambiental, el agotamiento de los recursos renovables y la inseguridad alimentaria, lo que impide un desarrollo eficiente que respete el equilibrio entre el uso de los recursos necesarios para la supervivencia y la sostenibilidad.
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Si esto sigue así (y en el mundo no hay mucho interés por cambiar las cosas de parte de quienes manejan los controles económicos y los hilos de los políticos), en cuestión de pocas décadas la gente morirá asfixiada, recalentada, hambrienta y sedienta.
El calentamiento global es un nuevo factor de división en el mundo. Los países ricos construyen muros y adaptan sus terrenos, creyendo que nada les sucederá y que el cordón sanitario que imponen a los inmigrantes les garantiza su protección. Al otro lado, están los países víctimas y las personas desplazadas por el hambre, por la desertificación, por la falta de agua y por el aumento de la temperatura. Detrás del calentamiento global está la millonaria cifra de inmigrantes (7 millones en el presente año), muchos de los cuales mueren en su intento de cruzar el Mediterráneo o son confinados en los campos de concentración que construyeron en sus fronteras los países de Europa y Norteamérica
El cambio de costumbres que impuso la sociedad de consumo estimulada por el neoliberalismo, trastocó los valores y nos hizo creer que al convertirnos en depredadores éramos más modernos. Antes se hacía mercado con canastos, los alimentos se transportaban en costales de fique, la leche se vendía en envases de vidrio retornable, lo mismo que las gaseosas, los jugos eran de frutas naturales y se hacían al instante; los panes se llevaban en bolsas de papel, los alimentos se servían en platos de loza o porcelana y las bebidas en vasos de cristal, los fiambres se empacaban en hojas de plátano y las frutas conservaban su empaque natural (cáscara, les decíamos, porque ahora van peladas y en coca, o “tupper”, dependiendo de quien la lleve).
El paisaje natural, colorido y saludable cambió un día cualquiera de hace un poco más de cuarenta años, cuando los medios de comunicación y la publicidad le dijeron a la gente que estas prácticas eran anticuadas porque lo moderno era el plástico. Y en un abrir y cerrar de ojos todo se llenó de plástico: los almacenes, las cocinas, las loncheras y hasta el cuerpo humano.
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Y llegados a este punto, nos tenemos que detener a analizar un factor que poco se toca en el actual debate sobre el calentamiento global: el papel de los medios de comunicación y de la publicidad en el cambio de costumbres, en la derrota del paradigma de la simplicidad en favor del mal llamado progreso que impuso el plástico a toda costa y nos contaminó la vida de químicos y derivados del petróleo.
Ya los medios y la publicidad habían promovido, mediante vistosos avisos, el carro como símbolo de estatus y poder, en contra de los medios públicos de transporte, potenciando una industria que no solo acabó por contaminar el aire que respiramos, sino que exterminó las reservas de crudo, obligando a extender las exploraciones al mar, a las zonas prohibidas de Alaska y Siberia y a incurrir en prácticas nefastas como la fracturación hidráulica o “fracking”.
Los mismos medios de comunicación, ahora con la ayuda de Internet y las redes sociales, deberían asumir un nuevo compromiso educativo para ayudar a la humanidad a recuperar sus viejos paradigmas, para retornar a un modo de vida y a un sistema económico amigable con la naturaleza y menos asfixiante.