Vivir para contarla

Autor: Luis Fernando Ospina Vanegas
20 abril de 2020 - 12:02 AM

Canessa construyó un respirador artificial mecánico a partir de piezas como ventiladores usados, motores de limpiabrisas de carro e impresoras de punto

Medellín

No hablo de la biografía del Nobel Gabriel García Márquez, por estos días recordado a seis años de su muerte, sino de quien podría merecer, quizás, más homenajes y reconocimientos por lo que está haciendo para enfrentar esta pandemia del covid-19.

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Él escribió también su libro, tal vez sin pretender ganar un Nobel de Literatura, pero sí queriendo inmortalizar su vivencia.

Su título: Tenía que sobrevir, y el autor es Roberto Canessa, uno de los 16 sobrevivientes del accidente aéreo que en octubre de 1972 clavó las banderas del heroísmo en lo más alto de los Andes. El siniestro aeronáutico que convirtió en tragedia la búsqueda de gloria de un equipo de rugby uruguayo.

Gabo fue, sin duda, un gran escritor, pero Canessa es un gran ser humano y su vida sí que merece ser contada. Tenía 19 años cuando el avión en que viajaba se estrelló en los Andes, vio morir a la mitad de sus compañeros y tuvo que comer, entre otras cosas, carne de sus amigos muertos para poder sobrevivir.

Caminó diez días, junto a su compañero Nardo Parrado, y atravesó la cordillera antes de poder decirle al mundo que estaba vivo y, con él, otros 15 compañeros que durante dos meses largos se aferraron a la vida como quien ahora se aferra a un ventilar mecánico para ganarle la partida a la muerte que representa el covid-19.

Canessa es hoy un médico, especialista en cardiología, que convivió con la muerte, pero jamás se entregó a ella, porque entendió que ¡Tenía que sobrevivir!, no para contar su odisea, que lo hizo, sino para mostrarnos que en la vida “es más importante dar pasos para ayudar a los demás, que conseguir dinero o fama, porque siempre hacia delante hay pasos que llevan a logros extraordinarios”.

Haberse salvado de una muerte inminente ya es de por sí extraordinario. Haber sobrevivido bajo las más extremas condiciones humanas y climáticas, resignificando cada momento, y usando elementos y aparatos en asuntos para los que no fueron hechos, es lo que ha hecho posible que Roberto Canessa sea hoy un testimonio de vida contra el covid-19 en su natal Uruguay, aunque su historia, la del avión y la de ahora en tierra, sea universal.

Con otros amigos médicos, pero sobre todo con su capacidad de servir y ayudar a los demás, Canessa construyó un respirador artificial mecánico a partir de piezas como ventiladores usados, motores de limpiabrisas de carro e impresoras de punto. Ya han pasado varias pruebas y Canessa, que sabe mucho de esperar, aguarda su aprobación oficial para ponerlo al servicio de los hospitales en Uruguay.

Mientras eso pasa, todos los días acude al hospital donde presta sus servicios como cardiólogo infantil y vuelve a darse cuenta de que todo está conectado. Sobre todo con sus recuerdos. No olvida por un instante a su madre. Esa a la que algún día le escuchó decir cuando él apenas era un niño: “no te puedes morir nunca, porque yo no podría vivir sin mis hijos”.

De ahí que esos monitores médicos que mira todos los días en el hospital lo lleven de inmediato a revivir los peores momentos de la tragedia: cuando en las noches se metía dentro de la parte del fuselaje que quedó del avión de la Fuerza Aérea de Uruguay y por la ventanilla veía pasar lenta la luna y él aprovechaba para enviarle un mensaje a su madre. “Dile que me espere, que yo estaré de regreso pronto, porque no quiero que se muera por culpa mía”.

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Fue esa esperanza la que lo llevó a lanzarse, desnutrido y acabado, junto a Parrado, a la conquista de los Andes y gritar que estaba vivo. Que está vivo, pero no para contar su historia, sino para ayudar a que otros cuenten la propia.

 

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