Vivir con miedo

Autor: Jorge Alberto Velásquez Betancur
14 febrero de 2020 - 12:00 AM

Ahora, incertidumbre y desconfianza se extienden por el mundo al ritmo del coronavirus, que ya tiene presencia en todos los continentes.

Medellín

Precavida por naturaleza, doña Leticia es de las personas que mira para ambos lados cuando cruza una calle de un solo sentido. Lo suyo es dudar y desconfiar hasta de la sombra. Y a pesar de su larga historia de desconfianzas entrecruzadas, doña Leticia es adicta a los noticieros. Los ve todos y compara las noticias de uno y otro. Debido a esta afición, el miedo es el telón de fondo de su vida.

Ella y todos nosotros, en el breve término de un mes pasamos por la amenaza de una guerra nuclear entre Estados Unidos e Irán, no sin la intervención de Rusia; sentimos encima la gravedad de los incendios de Australia y desembocamos en la alerta mundial por el coronavirus.

Ahora, incertidumbre y desconfianza se extienden por el mundo al ritmo del coronavirus, que ya tiene presencia en todos los continentes, ha cobrado más de 1.300 vidas (reconocidas oficialmente hasta el día 12 de febrero) y cuenta con más de 42.000 contagiados en solo China.

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Doña Leticia sabe que el coronavirus no está solo. Es el último, por ahora, de una larga cadena de virus que durante las dos primeras décadas de este siglo veintiuno mantiene en vilo a la humanidad. En el 2002 fue el virus ZH; en el 2004 el SARS (Síndrome Respiratorio Agudo Severo), también originado en China y extendido a 37 países, causando la muerte de 774 personas y dejando 8 mil infectados; en 2005 llegó la gripe aviar y en 2009 la gripe porcina cuando una cepa llamada H1N1 infectó a varias personas alrededor del mundo y obligó a los países a comprar grandísimas dosis de vacunas que nunca aplicaron.

Más tarde fue el Ébola, que tomó su nombre de un río de Congo. El brote de Ébola de 2014-2016 en África Occidental fue el más extenso y complejo desde que se descubrió el virus en 1976, con más casos y más muertes en este brote que en todos los demás juntos.

También dio mucho para hablar el Zika, virus transmitido por mosquitos que se identificó por vez primera en macacos, en Uganda en 1947. El primer brote registrado ocurrió en la Isla de Yap (Estados Federados de Micronesia) en 2007. Le siguió en 2013 un gran brote en la Polinesia Francesa y en otros países y territorios del Pacífico. En marzo de 2015 Brasil notificó un gran brote.

Perspicaz como ella sola, doña Leticia encontró un común denominador en todos los brotes señalados: el virus de la desinformación. Los medios de comunicación repiten sin parar cifras y más cifras, creando alarma universal y produciendo algunos efectos colaterales: primero, la discriminación hacia la comunidad china o asiática en general; segundo, gente con mascarillas en sitios públicos (parques, aeropuertos, calles, centros comerciales) extiende la zozobra entre la población, que opta por encerrarse o medicarse, con graves consecuencias para la vida cotidiana y la economía.

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El coronavirus produce desinformación por exceso. Hay una cantidad de términos y situaciones que son difíciles de asimilar por la mayoría de las personas: se habla indiscriminadamente de mutaciones genéticas, enfermedades virales, cuarentenas y demás, que bien podrían configurar un cuadro de “terrorismo informativo”.

La actual alerta internacional por Coronavirus podría ser la oportunidad para que los medios masivos de información se replanteen su papel, dejen de actuar como partes de una cadena de desinformación que alimenta el miedo generalizado y asuman la tarea de investigar y explicar lo que pasa en el mundo.

Esto es necesario porque el miedo es más dañino que todos los virus juntos: crea desconfianza, produce enfermedades mentales (depresión, desesperanza), hace que la gente viva a la defensiva, lo cual genera violencia y, además, desvía recursos públicos hacia la seguridad cuando tendrían que destinarse a la satisfacción de las necesidades básicas.

Muy en su interior, doña Leticia quizás concluya, gracias a su natural desconfianza, que el miedo es una eficaz herramienta de control social y que los medios de comunicación son su instrumento predilecto.

  (Con datos de la Organización Mundial de la Salud).

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