Cada virtud cercana está encarnada en un hombre real que el autor conoció o conoce, y que por medio de su actuar ejemplifica la virtud mentada
La cuarentena ha movido las bibliotecas de las casas, ha desorganizado las selecciones de libros y ha puesto a prueba nuevos títulos. Algunos de ellos comprados en ferias pasadas, postergados, dormitando en los estantes y a la espera de ese ojo curioso que los despierte, les permita ser libros, y no solamente decoración doméstica. Mi hijo aportó mucho en este nuevo desorden de mi biblioteca, gracias a sus manos me llegó el texto: Virtudes cercanas de Mauricio García Villegas (Angosta Editores, 2019).
Es un libro hermoso y sorprendente. Pequeño, breve y claro. Condiciones que cada día admiro más y busco con ahínco. En ciento sesenta páginas desarrolla ocho capítulos que, a su vez, son ocho virtudes: perseverancia, autonomía, elocuencia, modestia, sapiencia, benevolencia, entusiasmo, justicia. El tono del texto es cercano, anecdótico y fraternal. Está despojado de religiosidad, clericalismo, e ínfulas de superioridad moral (lo que es corriente en aquellos que hablan de virtudes), García Villegas revela su maestría como ensayista y se nos presenta como un autor en camino a ser universal, sin dejar de ser experto en lo local. Yo agregaría que esa es su virtud.
Cada virtud cercana está encarnada en un hombre real que el autor conoció o conoce, y que por medio de su actuar ejemplifica la virtud mentada. No es un libro teórico que especula sobre la bondad y la sabiduría, no se trata de una retahíla sentimental que señala defectos, sino que es un libro que nos habla de seres humanos concretos que dieron ejemplo con su vida. Que entendieron que la virtud no está en un plano metafísico, sino en la interacción cotidiana. No es una cosa ideal puesta en el cielo de los valores, sino una praxis.
Es un libro de ética que se aleja de la tradición latinoamericana, aquella que predica, pero no aplica. Como lo dice el autor: “vivimos empeñados en decir cómo deben ser las cosas, más que en hacer que las cosas sean como decimos” (p.13). Es un llamado a la práctica, a la coherencia, y por qué no, a la virtud. Estos hombres y mujeres descritos no invocan virtudes, sino que se limitan a tenerlas (como lo señala el autor, citando a Antonio Machado).
Mi capítulo favorito es: Carlos Gaviria o la elocuencia. En dicho capítulo, el autor nos permite entender mejor a uno de los más grandes juristas colombianos, a partir de una revisión de su vida, y del análisis de dos sucesos traumáticos en el seno de su hogar. Aspectos traumáticos que desconocía por completo y que me permitieron entender el por qué de sus apuestas por la libertad, por el libre desarrollo de la personalidad, así como su postura favorable en cuanto a la eutanasia.
El sello que García Villegas le pone a Gaviria es la elocuencia; virtud que confirmo por completo. Permítanme una digresión, la última vez que vi a Carlos Gaviria fue en la Universidad Eafit, en un evento sobre Fernando González, el filósofo de Envigado; no recuerdo la fecha, pero sé que fue unos pocos meses antes de su muerte. Recuerdo que me acerqué y lo saludé, tenía las manos heladas y huesudas, y su voz se veía afectada por una gripa (de las de antes). En ese primer contacto lo sentí muy frágil; sin embargo, cuando empezó a hablar nos atrapó a todos. Habíamos sido atados con tanta fuerza a la silla, que creo que algunos ni siquiera eran capaces de cruzar las piernas, otros ni parpadeaban. De pie frente al auditorio, su voz y sus manos seguían teniendo la fuerza de un adolescente.
De vuelta al libro, Virtudes cercanas me reconcilia con el autor, que ya ha cruzado varios rótulos, sin dejar de ser él mismo, de abogado a sociólogo del derecho, y de académico a ensayista. Quizá, son transformaciones del espíritu: de camello a león, y de león a niño (por ponerlo en clave nietzscheana). Y digo reconciliar, ya que su libro El orden de la libertad me decepcionó profundamente. Es posible que tuviera las expectativas muy altas, pues, sus primeras publicaciones: La eficacia simbólica del derecho y Normas de papel siguen siendo lecturas obligatorias en mis cursos. Siguen rugiendo en el escritorio.