Detrás de las guerras y los conflictos armados, se presentaba una mayor concentración de la propiedad de la tierra
¿Porque el conflicto armado se ancló en Colombia tantos años? ¿Cuántos? Depende de la mirada y del punto de arranque del análisis.
Para muchos, la violencia en nuestro país no se ha detenido desde la conquista española cuando, desde la península, llegaron unos hombres armados a imponer unas instituciones feudales y monárquicas, entre ellas la religión monoteísta en contra del politeísmo imperante en las Américas. Fue un choque brutal: militar, social, institucional, cultural. Cuando los indígenas, enclenques físicamente para actividades rudas o expoliadoras como la minería, no pudieron atender las exigentes necesidades de metales preciosos por parte de la corona para financiar su confrontación con otros imperios, trajeron a los negros como esclavos para meterlos a los socavones.
Llegó la lucha por la independencia nacional, con muchas vacilaciones e incongruencias. Empezó como la continuación del movimiento de los comuneros contra los altos impuestos del virreinato. No contra el rey, ni contra el imperio, contra el virrey. Los sectores poblacionales más afectados por la presencia española como los indígenas y los negros esclavos no cerraron filas, unánimemente, para apoyar a los criollos, pues estos solo aspiraban a asumir los cargos públicos escriturados a los blancos con sangre peninsular. Los criollos les prometieron a los aborígenes repartir las tierras, incluidas las de los resguardos, y esa no era una bandera de interés para los jefes o caciques quienes ejercían su poder en territorios donde la propiedad era colectiva. La propiedad privada no despertaba los apetitos de posesión por parte de los indígenas.
Los esclavos negros, patinaron mucho rato para apoyar la independencia. Los españoles, muy hábilmente, les prometieron la liberación si los acompañaban en contra de los criollos, quienes eran mayoritariamente los esclavistas de la época. Por algo tuvieron que pasar más de 30 años después de la batalla de Boyacá, en 1819, para que se pudiera materializar la abolición de la esclavitud.
La patria boba nos marcó como nación. Sin lograr desterrar a los españoles del territorio de la Nueva Granada, envalentonados por la liberación en 1814 del rey Fernando VII, preso por Napoleón, decidido a reconquistar estas colonias del nuevo continente con Pablo Morillo a la cabeza, los criollos se agarraron con virulencia entre sí por desacuerdos sobre el modelo de Estado a construir o por la relación a establecer entre el centro de santa Fe de Bogotá y la periferia. De paso, el papel de la iglesia alimentó esa confrontación. Santander fue condenado a muerte por, según se dice, intentar asesinar a Bolívar. Finalmente, por presión de los amigos, la condena se convirtió en destierro. Pero esa puja entre federalistas y centralistas, clericales y laicos, esclavistas y no esclavistas, se resolvía con violencia. Proliferaron las guerras civiles generales o provinciales. Después de una guerra, venia una nueva constitución nacional. La violencia fue siempre nuestra partera de la historia. La solución pacífica de los conflictos no hizo parte de la agenda de las elites de este país.
La dificultad para derribar el muro de la desigualdad que nos identifica como pioneros en el mundo, después de Haití y Suráfrica, tiene que ver con una de las consecuencias inveteradas de la violencia: la concentración de la tierra. Detrás de las guerras y los conflictos armados, se presentaba una mayor concentración de la propiedad de la tierra. Nuestro Gini, en este campo, está por encima del aberrante 0.8 (recordemos que el coeficiente de Gini se mide entre 0 y 1, menos desigualdad, más desigualdad). Con tal concentración de la tierra es muy difícil tocar los cimientos de la desigualdad en Colombia. También de la violencia. La tragedia nuestra es que los que más tienen, quieren tener más. El sambenito de la propiedad privada hace infranqueable tocar tales estructuras, a pesar de que, desde la década del 30 del siglo pasado, se empezó a hablar de la función social de la propiedad. Entre otras cosas, porque sus agentes son los que han mandado y mandan. A las buenas o a las malas, sin armas o con armas, pero mandan.