Rojas Pinilla, por su origen, por su rol en la célebre Violencia el estilo de su partido Anapo, precursor del populismo moderno en Colombia, fue la más prístina derecha imaginable.
La marejada populista que baña a Latinoamérica ajusta dos décadas y ya incluso llega a democracias anglosajonas tenidas por ejemplares e invulnerables como Estados Unidos, la Inglaterra del Brexit, Austria, Cataluña, etc. El fenómeno, lejos de ser uniforme, es bien variado. Ofrece agudos contrastes en la forma y el fondo. Vale decir, en la ruta que se sigue y las metas que se propone, cuando de veras se las propone en medio de tantas improvisación y vocinglería como lo distinguen. Al respecto en el Primer Mundo predomina la derecha, o sea todo lo que tiende a preservar el status quo, con sus aberraciones subyacentes, mientras en Latinoamérica ocurre lo contrario: en los años que corren (no en el pasado) aquí hay un hálito de izquierda, pero, obsérvese bien, apenas un hálito, no un prospecto, y menos una obra.
Ambas tendencias, sin embargo, hoy se encuentran en algo que les es común: la demagogia, o más precisamente la oclocracia, que es el culto a la pobrecía y a la vez la exaltación de pasiones primitivas como el chauvinismo, la vana patriotería y el antimperialismo de palabra, estridente y a necesidad. También, por supuesto, la explotación del resentimiento social que la exclusión e inequidad justificadamente despiertan en esa enorme masa o conglomerado, sin ocupación ni futuro, que David Ricardo llamaba “lumpen” y Marx, más eficaz y tendencioso, bautizó como “lumpenproletariado”. En Latinoamérica el populismo, enfocado a la manera de los estudiosos, reparte sus preferencias o adhesiones en los polos opuestos consabidos, dejándole su espacio a los neutrales, o el Centro, donde el populismo no cabe, dada su propensión por los extremos. Populismo centrista no encaja ni en la teoría ni en la praxis política. Menos aún en el ejercicio del poder.
Dentro de la variopinta y vagarosa corriente populista es fácil confundir las filiaciones y ubicación en izquierda o derecha. De modo superficial, guiados por las apariencias o por las arengas de balcón que oímos, a la ligera solemos encasillarlos en un lado u otro. Miremos al pasado, por ejemplo: se cataloga a Perón como de izquierda solo porque él y Evita, su consorte, aglutinaban a los “descamisados”, como graciosamente llamaban ellos a los pobres del momento. Mas Perón en los hechos, al revés del brasilero Getulio Vargas, era de derechas por instinto y vocación. El muy “justicialista” Juan Domingo fue colaborador y cómplice taimado del eje nazi fascista. Tanto que prófugos de las SS en la postguerra, como Eichman, prefirieron esconderse en Argentina antes que, en la misma España franquista, bastión y refugio de la caverna europea.
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Y un ejemplo más próximo a nosotros, emparentado con el anterior. Rojas Pinilla, por su origen, por su rol en la célebre Violencia de los años cuarenta y cincuenta que precedió al Frente Nacional, por la composición y el estilo de su partido Anapo, precursora del populismo moderno en Colombia, fue la más prístina derecha imaginable, así muchos de sus militantes no lo supieran. Por su acción, preferencialmente desplegada en calles y plazas, un poco a la manera de Gaitán, no faltaba quien lo matriculara en la izquierda, como hicieron con Perón solo porque cierto sindicalismo sobornado lo seguía en Argentina. Por falta de espacio hoy, continuaremos luego esta reseña del viejo y nuevo populismo en Colombia sin omitir al M19, derivación de la vieja Anapo del 70. Veremos cómo, fieles a sus genes y raíces, en política tanto los individuos como los partidos, nunca pierden, en lo básico, ni el talante ni el discurso.
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