¿Qué beneficios puede esperar Colombia del viaje del Presidente para tener una entrevista de media hora con un Papa que cada vez se diluye más en medio de la decepción de los católicos?
Si el presidente es ferviente creyente de la fe católica, si es fan del Papa, si prometió en caso de triunfo electoral ir en romería al Vaticano a postrarse ante un hombre que por razones de reciprocidad es un mero jefe de Estado, allá él. Estas cosas, en un estado que bien funciona, dirigido por gente decente y consciente de la importancia de dirigirlo, son cubiertas con dineros del viajante o de algún patrocinador interesado en ganar indulgencias o contratos. Sobre todo, si, como lo hizo nuestro sorprendente presidente, se montan al paseo mujer, madre, hijos, suegra, amigos y periodistas que lo promueven.
Es peligroso que se generalice la idea de que al ser elegidos para un cargo se entrega una especie de autorización o patente de corso para aprovecharse de los recursos del Estado. Los viajes oficiales tienen que tener fundamento en las funciones mismas del funcionario que viaja, es decir, deben relacionarse con los fines del Estado ya sea en materia comercial o diplomática, o para atender asuntos propios de la dignidad que encarna. Pero ¿qué beneficios puede esperar Colombia del viaje del Presidente para tener una entrevista de media hora con un Papa que cada vez se diluye más en medio de la decepción de los católicos?
Y si eso sucede o comienza a suceder en lo nacional, en lo local es escandalosa la mala utilización del rubro viáticos del presupuesto. Nuestro alcalde municipal, el de Medellín, se la pasa viajando. Le encanta volar. Se dice que ha hecho un viaje internacional mensual desde cuando se posesionó en la alcaldía. La Contraloría Municipal debería decirnos, puesto que debe haber hecho los correspondientes controles, cuáles han sido los motivos de los viajes del alcalde, cuantos días ha estado por fuera de la ciudad, cuanto han costado las giras y, sobre todo, para qué nos han servido a los habitantes de la ciudad.
Dos cosas muy importantes hay para anotar en estos casos: la primera es que el mal uso de los bienes del Estado está tipificado en el Código penal como delito. No se puede usar el avión presidencial como una buseta para los paseos familiares, ni para cumplir promesas personales. La segunda es que no se puede pregonar mala situación económica del país, cuando se derrochan los dineros de la nación. Ni se puede viajar por cuenta del erario, inoficiosamente, solo por aprovechar los cuatro años de gloria, cuando hay que vender hasta la cama para cuadrar las cuentas del municipio.
A los patrocinadores hay que recordarles que no se trata de hacer elegir a cualquiera y que los candidatos a mandatarios nacionales, regionales o locales deben tener mucho más que votos. Es de bien nacidos y bien criados la delicadeza en el manejo de las cosas ajenas, sobre todo si son oficiales. Pero si la educación no es suficiente, ahí tienen las normas penales y de manejo de la hacienda pública. Si tampoco esto les es suficiente, deben acordarse del respeto que nos deben a los ciudadanos. Necesitamos que nuestros mandatarios cumplan con el deber de sentarse a trabajar, que dejen la viajadera.