Tillerson y el gobierno que representa están movidos por la preocupación ante una posible intervención de Rusia, y tal vez también de China, en las elecciones que se avecinan. Una injerencia que no resulta nada descabellada.
En su primera gira por Latinoamérica, el secretario de Estado de los Estados Unidos, Rex Tillerson, tuvo como primer punto de su agenda la crisis venezolana. La abordó con su homólogo argentino, Jorge Faurie, con quien insinuó aplicar “sanciones petroleras” al régimen de Maduro; con el presidente peruano, Pedro Pablo Kuczynski, a quien agradeció su liderazgo, mediante el llamado Grupo de Lima, para abordar “la destrucción terrible que existe” en la democracia venezolana, y lo hizo con el presidente Juan Manuel Santos, a quien le dijo que Colombia es un “jugador muy importante” para devolver la democracia al vecino país. No solo por el tiempo dedicado al asunto en sus declaraciones a los medios sino por los términos empleados, es claro que la misión del jefe de la diplomacia norteamericana en su visita era verificar la postura de sus aliados en la región para hacer frente a la situación y advertir, aunque no habló públicamente de ello, del riesgo de injerencia rusa en las elecciones que se celebrarán en la región durante este año en México, Colombia, Paraguay, Brasil y Venezuela.
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Ante los constantes reclamos del presidente Trump por los que, a su juicio, son malos resultados de la lucha contra las drogas en nuestro país, sorprende que el narcotráfico y los cultivos ilícitos hayan pasado a un segundo plano, al menos durante la comparecencia ante la prensa del presidente Santos y del secretario Tillerson. Ante las cámaras, el diplomático norteamericano se mostró satisfecho, aunque expectante por nuevos resultados, con la política antidrogas de Colombia, hasta el punto de sonar contradictorio con respecto a las últimas declaraciones de Trump, al reconocer que, al ser el mayor mercado para las drogas, su país también es responsable en la lucha antinarcóticos. Vale recordar que el pasado viernes, en una base de la aduana en La Florida, Donald Trump volvió a amenazar a los países “que no eviten” la llegada de drogas a los Estados Unidos, pero sin dar nombres.
Lo dicho por Tillerson lo quiso hacer ver el Gobierno Nacional como avales a su política antidrogas por parte de los Estados Unidos, postura que descartamos pues quedó en evidencia que la prioridad de la agenda no era esa, sino Venezuela, y no sería conveniente para los Estados Unidos que, en público, fuera a poner contra la pared al Gobierno que considera, a su vez, uno de sus mayores aliados y la punta de lanza en su intención de contribuir a restablecer la democracia en el vecindario.
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Y a juzgar por las declaraciones dadas hace una semana, en el encuentro trilateral con sus homólogos de Canadá y México en el Distrito Federal, y reiteradas ayer en una entrevista dada desde Bogotá a la cadena Fox News, detrás de esa intención de ayudar a resolver la crisis venezolana, Tillerson y el gobierno que representa están movidos por la preocupación ante una posible intervención de Rusia, y tal vez también de China, en las elecciones que se avecinan. Una injerencia que no resulta nada descabellada si, como dijo el propio Tillerson en México, su Gobierno ha recibido reportes en similar sentido de sus aliados europeos, y si se tiene en cuenta la enorme deuda del régimen de Maduro con ambas potencias, los nexos de China en Centroamérica y los acercamientos que Rusia ha buscado estrechar en la región.
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Lo más alentador de la visita es que el Gobierno de los Estados Unidos esté considerando la posibilidad de redireccionar las ayudas que se destinan a paliar la grave crisis humanitaria que vive el pueblo venezolano, ante las enormes dificultades para asegurar que los recursos lleguen a su destino. La idea que sopesa Washington es la de enviar ese dinero a Colombia para contribuir con la atención de los venezolanos que día tras día cruzan la frontera en tal cantidad que, como expresamos en nuestro editorial Una política para los refugiados de Venezuela, el viernes pasado, ya rebasó la calidad de migración para ser claramente una tragedia que exige realizar acciones protectoras, con apoyo internacional. Tal iniciativa, de concretarse, abriría la puerta para que Naciones Unidas y otros organismos multilaterales, apoyen a Colombia en la creación de campos de refugiados pues, a juzgar por la coyuntura actual, en la que el régimen se prepara para confirmar su dictadura mediante las ilegítimas elecciones que se prepara para convocar, la situación de los migrantes puede todavía empeorar.
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