De lo que casi ningún colombiano parece aún enterarse, que hay una guerra en curso contra Venezuela, es ya evidente para sus habitantes
Daniel Yepez Grisales*
En los últimos meses se ha vivido algo pintoresco y dramático en las ciudades colombianas: la venta informal -cual si se tratara de peculiares souvenirs- de billetes venezolanos en los buses. Cualquier denominación en bolívares (Bs) por un módico precio de una moneda colombiana. Aprovechando la ocasión, salí en busca de mi billete de Francisco de Miranda, antiguo objeto de deseo que antes era el de 2 Bs, luego fue el de 5.000 Bs, más tarde el de 500 Bs y ahora es el de 200 Bs. Curiosamente, no lo encontré.
Apurados, divertidos, al final indignados, aquellos venezolanos me ofrecían una gran variedad de billetes, haciendo sonar sus devaluados fajos. Fue inútil: yo quiero es a Miranda, el prócer venezolano de la Independencia, que acuñó la palabra Colombia para referirse al proyecto de país de la unidad latinoamericana, el cual, en sus mejores momentos bajo el mando de Bolívar, comprendió lo que hoy conocemos como “Gran Colombia”: Venezuela, Colombia, Panamá y Ecuador. Salí, pues, en busca de un símbolo de unidad, palabra hoy tan olvidada en estos dos hermanos países. Y no lo encontré.
La situación de Venezuela es grave y no se presta para juegos. De lo que casi ningún colombiano parece aún enterarse, que hay una guerra en curso contra Venezuela, es ya evidente para sus habitantes, que acaban de pasar por un sabotaje eléctrico de grandes proporciones que los dejó a oscuras durante cinco días; además de ver cómo se incendiaban tres gigantescos tanques en un campo de la empresa de Petróleos de Venezuela PDVSA ubicado en la faja del Orinoco, la mayor reserva de petróleo del mundo, codiciada por Estados Unidos (que por mucho menos invadió Irak en 2003).
¡Madurista!, me tilda ya más de un lector colombiano, que no admite otra verdad que la de los medios masivos de comunicación colombianos y las redes sociales. No. Afortunadamente la política venezolana no es -todavía- blanco o negro. Se puede admitir que Maduro es un fiasco, un burócrata, un traidor del proyecto bolivariano de Chávez, y a la vez admitir que hay guerra, y que la guerra es contra ese proyecto más que contra el gobierno Maduro-Cabello.
El pueblo venezolano está cansado, la izquierda misma está cansada de ese gobierno, de esa camarilla burócrata, corrupta y hasta mafiosa. Quieren un cambio. Pero no el cambio que hoy se ventila, no un cambio dictado por Donald Trump y sus aliados -que quieren imponerlo por la fuerza mediante la guerra civil y militar-no un cambio para retroceder al régimen oligárquico de Punto Fijo (versión venezolana del Frente Nacional). Un cambio para avanzar. Cambio que sólo se conseguirá mediante elecciones libres, limpias y legales, vigiladas por la Unión Europea y avaladas por el presidente electo, quien ha afirmado estar dispuesto a negociar e incluso a medirse en elecciones con el recién aparecido líder opositor.
Ojalá no haya una escalada militar del conflicto, que dejaría cientos de miles de latinoamericanos muertos y un resultado incierto. Ojalá haya elecciones pacíficamente convocadas. Ojalá pueda presentarse un candidato que no sea ni madurista ni oligarca, que pueda rescatar el proyecto bolivariano. Ojalá tanto venezolanos como colombianos comprendamos que los problemas de Venezuela los deben resolver los venezolanos, no los estadounidenses con sus sanciones, amenazas y acciones de guerra. Ojalá recordemos esa verdad, que nos la enseñaron nuestros próceres de la Independencia, verdad que hemos olvidado, dejándonos llevar por los prejuicios y las mezquinas pasiones que nos dividen en vez de unirnos. Ojalá que los colombianos logremos encontrar el billete de Miranda.
* Estudiante, Maestría en Ciencia Política, UdeA