Avanzábamos en dirección a los Objetivos de Desarrollo Sostenible cuando, en cuestión de semanas, el virus echó por tierra lo logrado y alejó aún más lo que está pendiente.
El minucioso trabajo de las Naciones Unidas, primero para establecer las Metas del Milenio y en 2015 los Objetivos de Desarrollo Sostenible, se está viniendo al suelo producto de la pandemia y su ruido ya se hace sentir. La 75ª Asamblea General de la ONU, prevista para septiembre de este año, con formato virtual como tantos otros acontecimientos en esta época, será la oportunidad para tomarle la temperatura al sistema multilateral y realizar una primera lectura de los daños causados por el coronavirus en el mundo entero.
Se les denomina sostenibles porque, además de responder a las exigencias de hoy, deben asegurar un crecimiento económico futuro, genuinamente inclusivo, exento de las actuales desigualdades y capaz de proteger al planeta.
Los ladrillos para la construcción del edificio sostenible son los 17 objetivos identificados a partir de los principales desafíos de la humanidad. Habían transcurrido casi 5 años desde 2015, se avanzaba en dirección al 2030, los Objetivos de Desarrollo Sostenible son un norte común para que la tierra fuera un lugar más justo, menos desigual y con futuro, cuando, en cuestión de semanas, el virus, con rapidez implacable, está acabando con buena parte de lo logrado.
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De los 17 ODS, diez han quedado gravemente heridos y no hay, sino que mirar alrededor para comprender la magnitud del retroceso. Sólo en el segundo trimestre de este año se perdieron en el mundo 400 millones de empleos y se estima que para fines del 2020 más de 265 millones de personas serán víctimas de inseguridad alimentaria.
Cae por su peso que de aquí al 2030 no será posible erradicar la pobreza ni acabar con el hambre. El covid 19 es una amenaza descomunal a la garantía de una vida saludable y la promoción del bienestar universal. Amenaza también a la creciente aspiración de “educación de calidad inclusiva y equitativa”, sin la cual el futuro de la humanidad es simplemente impensable. Lo mismo para conseguir que, ahora y en futuro, la igualdad entre géneros y el empoderamiento de las mujeres y niñas, pase de la retórica a los hechos.
Con la pandemia sobran las palabras para reconocer al agua y el saneamiento como dos derechos esenciales en la vida del ser humano y, junto a ellos el acceso a “energías asequibles, fiables, sostenibles y modernas para todos”.
El Objetivo 8: “fomentar el crecimiento económico sostenido, inclusivo y sostenible, el empleo pleno y productivo, y el trabajo decente para todos”, reduciendo “las desigualdades entre países y dentro de ellos”, está en el epicentro de la crisis causada por el coronavirus y avanzar hacia él sólo será posible si se tocan los fundamentos económicos de un sistema como el actual, generador de desigualdad y exclusión social. Si el covid 19 se ensañó con los más débiles fue porque construimos un orden de esas características.
Los restantes 7 objetivos obligan al redireccionamiento de políticas y prioridades nacionales para el desarrollo de infraestructuras resilientes, una industrialización inclusiva y sostenible, basada en innovación constante. Estos propósitos comienzan a instalarse en la mentalidad del empresariado actual.
La experiencia de la cuarentena, vivida por buena parte de la población mundial, puso sobre el tapete la importancia de hacer de nuestras ciudades y asentamientos humanos, ámbitos inclusivos, sostenibles y resilientes.
Si al covid se le puede encontrar algún beneficio colateral, es haber contribuido al impostergable anhelo de “combatir el cambio climático y sus efectos”, proteger los océanos, mares y recursos marinos, utilizar de manera sostenible los ecosistemas terrestres, proteger los bosques, combatir la desertificación, detener y revertir la degradación de la tierra y la pérdida de diversidad biológica; ese conjunto indispensable para garantizar la continuación de la especie humana sobre la tierra.
Cobra también nueva vida el penúltimo ODS, requisito indispensable para todo lo anterior: “promover sociedades pacíficas e inclusivas para el desarrollo sostenible” facilitando el acceso a la justicia para todos. Y, desde luego, comprometer a toda la ciudadanía en la “alianza mundial para el desarrollo sostenible”, es decir la unión de los esfuerzos de ciudadanos, empresas y organizaciones indispensable para el logro de los ODS.
Antonio Guterres, secretario general de la ONU, llamando a un nuevo contrato social y a un renovado pacto mundial, se refirió al “mito de que estamos todos en el mismo bote, porque, aunque todos flotamos en el mismo mar, es claro que algunos lo hacen en yates de lujo mientras que otros se aferran a los deshechos que quedan a la deriva”, para mostrar la urgencia de respuestas acordes con el tamaño del desafío actual. No podemos seguir en un mundo donde el 1% más rico se apropia del 27% de los ingresos totales.
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Los tiempos son también difíciles para el sistema multilateral. La irrupción de la pandemia mostró su fragilidad cuando cada país quiso arreglárselas por su cuenta y ni la UE se vio libre de ese virus. El comportamiento abiertamente hostil del actual gobierno estadounidense, que abandonó la OMS en plena pandemia, es otro peso muerto que atenta contra el binomio cooperación-solidaridad. Esperemos que en ese país pronto corrija el rumbo.
Lejos de perder validez, los ODS cobran nueva vida y mayor urgencia, no sólo porque el covid 19 ha evidenciado su pleno valor, sino porque, habiéndose hechos más lejanos, será indispensable que el multilateralismo incluyente se dote de nuevo vigor, reajuste sus estrategias y tenga la capacidad de orientar los esfuerzo que cada país debe hacer para salir del ahogo en que se encuentra.