Todo el mundo exige la construcción de un Metro en Bogotá, como si este fuese la panacea. Prometerlo se ha convertido en programa político inexorable para quien quiera ganar las elecciones, convirtiendo así al electorado en “autoridad de transporte”.
Es muy deplorable que la congestión y el hacinamiento en Transmilenio menoscaben diariamente la calidad de vida de sus pasajeros, cerca de 2 600 000, pero un pequeño Metro lineal y embrionario no constituye solución verdadera para Bogotá.
En los inicios del Metro de París, el gran ingeniero F. A. Bienvenüe (1852-1936) estableció en 500 metros a la redonda la capacidad de una estación para atraer pasajeros. A ese principio obedecía la red de 320 km de vías prevista para Transmilenio, que hubiera dado a Bogotá un sistema de transporte integral, eficiente y cómodo. Por desgracia, un poco más tarde las determinaciones dejaron de ser técnicas para convertirse en decisiones políticas, que han llevado ese medio masivo, reducido a unas pocas y sobresaturadas líneas, a una situación crítica, hasta el punto de que todo el mundo exige la construcción de un Metro en Bogotá, como si este fuese la panacea. Prometerlo se ha convertido en programa político inexorable para quien quiera ganar las elecciones, convirtiendo así al electorado en “autoridad de transporte”.
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Una línea de 24 km de Metro en Bogotá no pasa de ser una remota carrilera perdida en medio de la inmensa masa urbana, que solo puede significar una oferta adicional insuficiente. Por tanto, el Metro sería solo un complemento, no la definitiva solución de transporte que la ciudadanía espera con fe inmensa, después de medio siglo de propaganda sensiblera sobre las propiedades mágicas de ese tren para solucionar los problemas del transporte urbano masivo en la capital.
Ahora bien, nadie sabe cuánto puede costar. Se habla de 14 billones de pesos (US $ 3900 millones), inmensa suma que sería aceptable si el Metro fuera solución, pero absolutamente desproporcionada para un complemento apenas dentro del transporte masivo, ¡porque se trata nada menos que de US $ 163 millones/ kilómetro!
El Metro elevado es menos costoso, pero tampoco es viable económicamente. Su operación exigiría también un subsidio elevado y permanente, pero si el electorado escoge el Metro subterráneo, el pronóstico es aterrador, por los extracostos inevitables en la perforación de túneles en el subsuelo de Bogotá, donde predominan arcillas plásticas y compresibles, que desaconsejan ese tipo de trabajos.
La Nación asumiría 70% del costo, aumentando en 10 billones de pesos su preocupante endeudamiento, de manera irresponsable, y el Distrito tendría que desmejorar durante décadas servicios esenciales para poder atender más de 4 billones de pesos adicionales de deuda, y el inevitable subsidio multimillonario para la empresa.
Bien sé que es tarde, que Bogotá y Colombia serán embarcadas en la mayor y más discutible “inversión” de nuestra historia, desaconsejada por grandes expertos internacionales que la han estudiado, como John Kain (Harvard, 1998), Ralph Gakenheimer (MIT, 2008) y Philip Kottler (2009), que lo ha considerado una “trampa populista y un engaño”. Con una suma menor podrían completarse todas las vías de Transmilenio para recuperar la viabilidad de ese sistema, ofreciendo a todos los habitantes de la capital un buen servicio accesible.
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Si alguna de las 16 demandas presentadas por los amigos del tren subterráneo de Petro para impedir la adjudicación del elevado, es acogida por los jueces, será el electorado, el próximo 27 de octubre, el que defina finalmente un asunto totalmente por fuera de su conocimiento, como quien dice escoger entre Guatemala y Guatepeor.
Quien lea estas líneas podrá observar que uno de los grandes problemas de la historia de nuestro transporte ha sido el predominio en ella de decisiones políticas, en vez de técnicas, con las previsibles consecuencias.
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