“Se pueden decir cosas falsas creyéndolas verdaderas, pero la cualidad de mentiroso encierra la intención de mentir”: Pascal
Terminada de leer la última página del libro Sodoma de un escritor francés llamado Frederic Martel, queda una sensación de haber caído en la trampa amarillista de un personaje que por alguna razón pretende desprestigiar la Iglesia Católica y lo hace a partir de una especie de homosexualización generalizada del clero en la que no queda títere con cabeza. Curiosamente, en medio de señalamientos y acusaciones sin fundamentos serios, el único que no es marica es el papa Bergoglio, al que en algunos pasajes del libraco lo ensalza como el gran salvador de la Iglesia, aunque en alguna parte lo describe políticamente como peronista. ¿Disimulo?
No es el propósito actuar de abogado de oficio. La Iglesia no puede ser perfecta porque está compuesta, diseñada y dirigida por seres imperfectos, y el Vaticano es un centro importantísimo de poder político y económico. Alguna vez un sacerdote amigo decía que el sacerdocio era una de las formas más expeditas para ascender socialmente, refiriéndose a los muchos que entran a los seminarios por arribismo, más que por vocación. Si vamos al meollo del asunto, puede haber más conveniencia que sexo en las razones que llevan a una persona a abrazar el compromiso de la ordenación.
El autor analiza desde su óptica la gestión de los últimos pontífices, desde Juan XXIII, y a casi todos los vuelve trizas con el argumento de que son homosexuales o apoyan y fomentan camarillas de dignatarios y sacerdotes igualmente homosexuales, creando unas especies de mafias que desdibujan la esencia del catolicismo. A Ratzinger, después de reconocerlo como uno de los grandes teólogos actuales y como un asceta que cumple con sus votos, lo saca a empellones del armario que parece nunca ocupó, aduciendo que tiene un secretario de una buenamozura notoria y que debe ser su amante.
Trivializar de esa manera los conflictos internos de la Iglesia Católica, es un despropósito. Reducir asuntos tan serios como la Teología de la Liberación, la implementación de Vaticano II o la confesionalidad política de la jerarquía eclesiástica a una vulgar lucha sexual, es desconocer la situación de las comunidades eclesiales de América y el gran poder que ejercen comunidades como la de los jesuitas o el Opus Dei; es negar el gran divorcio que hay entre la lejana dictadura del Vaticano, con la situación y posición de clase de nuestros religiosos que piensan, y piensan diferente.
La iglesia particular de Medellín queda muy mal, a partir de los ataques contra el cardenal López Trujillo, de muy poco grata recordación, llegando a sostener que nuestra catedral es un sitio de prostitución. En un proceso judicial, por lo menos el noventa por ciento de las pruebas que trae el autor, serían rechazadas, pues meros dichos de prostitutos y curas resentidos, no darían para mucho. La Iglesia tiene problemas más serios que los traídos en el libro, en cuyas páginas el autor trae una oportuna cita de Pascal: “Se pueden decir cosas falsas creyéndolas verdaderas, pero la cualidad de mentiroso encierra la intención de mentir”.