No hagamos que lo que la educación logró con tanto esfuerzo se extravíe porque no supimos comprender que, al recibir formación estábamos recibiendo una nueva forma de ser
Diría mi querido profesor Francisco Rodríguez, o como le decíamos solo sus amigos más cercanos: Pacho, que “hacer tinto es de las actividades que no requieren fundamento”. Un tinto negro, como nos gusta, se puede preparar directamente en la cocina, sin consultar expertos. Se requiere tal vez un poco de experiencia. Algo de café, de agua, un recipiente y por supuesto un fogón, en lo material. En lo espiritual, quizá tinto y tacto para balancear la mezcla de agua y café, pero no más. Sin conocer los secretos de la física llenamos de agua el recipiente. Sin saber de termodinámica la llevamos al fogón. Ignorando soluciones y solutos vertimos el polvo marrón en el agua caliente. Lejanos de pesos y medidas rebullimos con la cuchara. Sin conocer de dinámica, Newtones o ergios, empujamos el émbolo hasta separar el cuncho del precioso líquido dorado. El olor que despide el recipiente es un enigma, como las estatuas de pascua y su hermoso pregón, como la llegada del hombre a América, como el último componente del átomo, como el breve momento antes del sueño, como un chicharroncito con unos frijolitos como solo acá se sirven. Misterio de los misterios como la Santísima Trinidad, nadie lo puede ver pero todos lo podemos sentir. Como un canto de sirena nos enloquece ese sorbo si no lo pasamos al paladar. Finalmente, sin pensar en teóricos, Piaget o Vigotsky, Habermas o Van Dijk, nos “zampamos” el primer sorbo humeante y llegamos al cielo. Olor a patria, sudor de campesino y calor de hogar se unen en un acto cotidiano de contemplación.
El proceso de enseñar tiene, igualmente que al hacer un tinto, unos pasos que habría que recordar. Uno prepara su vida, junto con la familia, para iniciar esta experiencia. Luego, nos sometemos a un proceso de transformación y, en el mismo acto cotidiano de contemplación, uno va sintiendo que su vida va cambiando y como consecuencia, siente uno que crece, que evoluciona y finalmente, nos realizamos personalmente. Cuando en las instituciones recibimos a nuestros estudiantes, les medimos la temperatura y los equilibramos para que juntos, desde los lugares donde vienen, las familias a las que pertenecen, los intereses y experiencias con las que llegan, las ambiciones, los propios sueños se puedan equilibrar para que juntos, en el compartir cotidiano de la vida educativa, caminemos en nuestra propia transformación. Ese equilibrio se traduce en ser más humanos, más responsables, más sensatos, más maduros.
No permitamos que esto se pierda, no hagamos que lo que la educación logró con tanto esfuerzo se extravíe porque no supimos comprender que, al recibir formación estábamos recibiendo una nueva forma de ser, una nueva forma de actuar, una nueva forma de proceder ante la vida. La segunda ley de la termodinámica dice que "la energía total del Universo se mantiene constante. No se crea ni se destruye, sólo se transforma". Cuando un estudiante va ascendiendo en su carrera, la energía que viene del aula, de la biblioteca, de las conversaciones, del conocimiento dado en la investigación realizada, se concentra en su propia vida y empieza ese proceso de transformación que es definitivo. Es acá donde damos sentido a esos momentos de desesperación, de frustración, de trasnocho, de no entender los conceptos que se nos presentaban, de sentirse impotente frente a la forma como éramos evaluados, allí donde sentimos que algo estaba cambiando, que ya no se contaba con el tiempo. La vida tiene muchos de esos momentos de transformación, momentos en el que sentimos que algo nuevo está pasando y que aunque queramos ya no podemos ser igual a antes.