Los altos índices de consumo de energía, la destrucción los ecosistemas, pero, sobre todo, la dimensión suicida de la mayor parte de las culturas es visible a unos ojos sin mayor entrenamiento.
Que el mundo empezó sin el hombre y terminará sin él es la predicción que realizó el antropólogo francés Claude Levi Strauss a mediados del siglo XX. Cómo observador cuidadoso solo necesitó observar la suerte de los pueblos de la Amazonía, uno de sus temas de investigación. También vivió las dos guerras. Los signos de nuestra tragedia como especie son abrumadores y de manera clara podemos anticipar que nuestro estilo de vida actual es insostenible. Los altos índices de consumo de energía, la destrucción los ecosistemas, pero, sobre todo, la dimensión suicida de la mayor parte de las culturas es visible a unos ojos sin mayor entrenamiento.
Como animales depredadores perseguimos por siglos y cruelmente a muchísimas especies hasta hacerlas desaparecer, a otras las hemos privilegiado criándolas sin ponderar el hecho de la enorme destrucción que traen aparejada. Ya sabemos que el consumo de carne bovina incrementa los factores del cambio climático, no solamente expulsan una gran cantidad de gas metano, sino que consumen extraordinarias cantidades de granos para su sostenimiento. Las voces de alarma lo vienen divulgado sin mayor éxito y ni siquiera las grandes organizaciones mundiales para una vida saludable se quieren interesar en el asunto toda vez que reciben enormes cantidades de recursos de esa industria que se apuntala como sea y recurre a la mala prensa.
La destrucción de la tierra tiene responsables directos. Los fabricantes de automóviles y casi todos los industriales desde el siglo 20 nos han embarcado en una trampa mortal cuando empezaron a producir con la idea de la obsolescencia programada. Desde hace ya más de un siglo no se producen unidades duraderas sino productos y servicios de baja durabilidad y que tengan una corta vida útil. La publicidad también se ha encargado de propagar valores deplorables como el lujo desmedido, la fugacidad de las modas imponiendo estilos de vida nefastos que dependen de profusas y costosas indumentarias. Indudablemente hay un circuito deplorable entre publicidad engañosa, unida a una industria y unos comerciantes inescrupulosos, acentuados en su locura como parte de una estrategia deplorable para, sin lugar a dudas, llevar a la humanidad a este callejón sin salida.
Los filósofos preguntan si la extinción humana sería una tragedia y soy de los ciudadanos corrientes que piensan que la extinción no es ninguna tragedia pues es el curso de los procesos evolutivos y la transformación de la vida lo que nos ha llevado a ese callejón sin salida. Fue la falta de compasión el primer motor de los seres humanos por el cual hemos destruido gran parte de la tierra y le hemos ocasionado un sufrimiento enorme a muchos de los animales que la habitan. Por supuesto ya hace rato hemos abandonado la idea de la naturaleza cómo paraíso, ella dista mucho de ser un lugar de paz y armonía. La única razón que los optimistas tienen para ver al hombre con buenos ojos es que el ser humano ha aportado un cierto nivel de razonamiento qué podría ser principio de un orden mundial. Pero el nuevo orden mundial ya existe, como una aplanadora descomunal y en él están articulados precisamente grupos minoritarios de seres humanos muy ricos que no tiene interés alguno en la continuidad de la especie humana. Es una élite que parece estar apurando el fin por el mecanismo de las guerras planificadas, la extinción de sociedades enteras. Por momentos Venezuela pareciera el laboratorio de una catástrofe planificada, de un genocidio direccionado para apoderarse de sus extraordinarios recursos del subsuelo. Al lado y en fila estamos nosotros.