El líder de las Farc, Rodrigo Londoño, les pidió a Iván Márquez y otros de sus compañeros que abandonen la nostalgia por la guerra y asuman la responsabilidad histórica de construir la paz. Un llamado que debe tener en eco en todos los sectores.
Sigue teniendo eco en la opinión pública el llamado de Rodrigo Londoño, a su excompañero de lucha conocido como Iván Márquez, para que abandone la nostalgia por las armas, por la guerra, y asuma la responsabilidad con que se comprometió en la desmovilización y el ejercicio de la política. Un llamado al que hay que hacerle eco, sin abandonar las profundas diferencias con alias Timochenko, su partido y las ideas que representa.
La nostalgia implica el deseo íntimo de regresar a una época o a un lugar. Eso es lo que no podemos permitirnos como sociedad, porque lo que está en juego es el proyecto de nación y el futuro de los ciudadanos. Quedarnos añorando épocas aciagas no es otra cosa que renunciar a la posibilidad y a la obligación histórica de construir un país más justo, equitativo y tolerante, en el que en lugar de balas intercambiemos ideas y las confrontaciones ocurran en el terreno ideológico y no en el militar.
El llamado de Londoño a quienes han manifestado dudas sobre mantenerse en el proceso, pone de presente que un grueso número de quienes abandonaron la guerra no quiere volver a ella, pero evidencia también que algunos no tienen problema en hacerlo. Triste, preocupante y significativo en una sociedad que creció siempre en la sombra de la muerte, con el aliento de la zozobra permanente y en búsqueda de oportunidades de enriquecimiento rápido, sin principios y sin valoración de la vida.
Esa división evidente entre los antiguos guerrilleros que han emprendido la tarea de crear un partido, tiene un reflejo en las otras orillas en las que también se advierte la nostalgia por ese pasado sangriento. Son personas sin rostro que han asesinado sistemáticamente a los líderes sociales y reclamantes de tierra, pero también quienes animan prácticas como las que describe el eufemismo colombiano de los “falsos positivos”. En un Estado de Derecho como el nuestro, toda ejecución es ilegal y toda muerte violenta es un asesinato, no importa quién figure como víctima ni quién como victimario.
“En coyunturas históricas tan definitivas como las que vivimos, no podemos darnos el lujo de vacilar en cuanto a la corrección de nuestro rumbo”, le dice Londoño a Márquez en la misiva pública. Una expresión que habla de reconocimiento del error de la guerra y la aceptación de la carga política que representa haberse mantenido en ella por tantas décadas. Por eso, la decisión del principal líder de la antigua guerrilla de mantenerse en el proceso, debe ser respaldada por todos. Como debemos respaldar a las Fuerzas Militares como institución, pero exigir su depuración y la garantía de preservación de los derechos humanos y del ejercicio democrático.
Lodoño también recrimina a Márquez por no haber asumido la responsabilidad que le otorgó el partido y en la que confiaron el país y la comunidad internacional de asumir su curul en el Congreso, es decir, de liderar a su gente en la política. Los acontecimientos de esta semana que involucran a los senadores Julián Gallo (conocido como Carlos Antonio Lozada), y José Obdulio Gaviria, deja pensar que es mejor que los integrantes de las Farc estén en el Congreso y no en el monte echando bala, como añoran muchos.
Nostalgias que van de lado y lado como queda evidente en la preocupación por la “extraña y peligrosa” relación de algunos desmovilizados con delincuentes de la talla de Marlon Marín. Con lo que se abre la posibilidad de que tanto Márquez como alias el Paisa y Santrich sigan involucrados en asuntos de narcotráfico. De ser así, es menester que se les persiga y castigue con el peso de la ley, pero siempre bajo el respeto del debido proceso y con todas las garantías democráticas que nos diferencian del estado de guerra.
Sin duda, cada uno de ellos deberá asumir sus responsabilidades individuales y como colectivo, las que sean atribuibles a una organización que desatendió innumerables llamados a la civilidad y al respeto por la vida, y que aún hoy, se resiste a desligarse del todo de su pasado nefasto enarbolando incluso la bandera de un nombre que significa para nosotros, dolor, rabia y desconsuelo. Un dolor que debe servirnos para impulsar los cambios profundos que requiere el ejercicio de la política en Colombia, para afincar la decisión de favorecer la dialéctica y reiterar que la nostalgia por la guerra, venga de donde venga, nos involucra a todos, y por eso debemos unirnos para tomar distancia de los violentos.