Quienes aspiren a los altos cargos y dignidades de la nación, deben tener claro qué es el Estado, cómo está organizado y hacia qué fines está dirigido. … es de los electores la responsabilidad de votar por quien pueda con la carga.
Las cosas que no se dicen en la Constitución, pero que esperamos todos los ciudadanos de nuestros congresistas, son la seguridad y la confianza en ser nuestros dolientes para que, eso sí, se cumpla lo del mandato por medio del cual “representan al pueblo, y deberán actuar consultando la justicia y el bien común.” De ellos, nuestros senadores y representantes, esperamos un trabajo serio y comprometido con el bienestar y la felicidad generalizada en los términos del artículo segundo constitucional sobre los fines del Estado, de los cuales ellos son responsables y guardianes.
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El país necesita construir un concepto nuevo, renovado y conveniente de la figura del congresista. Tenemos que desterrar de nuestras mentes y de la realidad la personalidad parásita y por ende seudo delincuencial de quienes tienen en sus manos la creación y manejo de las normas que permitirán el respeto de nuestros derechos y la garantía de nuestro bienestar. Para comenzar, quienes aspiren a los altos cargos y dignidades de la nación, deben tener claro qué es el Estado, cómo está organizado y hacia qué fines está dirigido. Lógicamente, es de los electores la responsabilidad de votar por quien pueda con la carga.
Un aspirante a congresista debe estar inscrito y sujeto al ideario político de un partido, y con esto proponer modelos sociales justos desde su perspectiva intelectual y los lineamientos del colectivo que lo respalda. Nuestros partidos están destrozados. Las organizaciones que se dicen tal son meras montoneras que aspiran al negocio de los contratos y los puestos, sin consideración alguna con el electorado y mucho menos con el país. Lo peor es que quienes ejercen control y vigilancia sobre los partidos, son tan inocuos y tan poco comprometidos como los miembros de los partidos, de su dirigencia y su militancia.
Recientemente uno de los periódicos de la ciudad hizo un recuento sinóptico pero acertado de las actividades de nuestros veintiocho congresistas, once senadores y diecisiete representantes, y la verdad es que deja la sensación de que podríamos en Colombia vivir perfectamente sin Congreso. Entre nosotros son las cortes de justicia las que terminan legislando por medio de la interpretación y control de las normas existentes, y el control político se lo hemos entregado a las redes sociales con la preocupante consecuencia del anonimato de ataques y la perversa tendencia de descalificar y calumniar a conveniencia.
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Hubo uno, de acuerdo con el informe citado, que se atrevió a decir que su única actividad en el Senado es hacer oposición al Gobierno, a decir no a todo lo que se atravesara. No faltara el que piensa que la compra de votos lo exime del compromiso de trabajar por los colombianos. En fin, tenemos que madurar políticamente para elegir un buen Congreso y un presidente que sepa de qué se trata gobernar un país. Hay que exigir de los candidatos conocimiento, experiencia y sobre todo estar por encima de toda sospecha. No podemos seguir eligiendo a los mismos ignorantes e improductivos de ahora.