Le están informando a la ciudadanía colombiana y le están informando al mundo, que este país les pertenece porque “¡ajá!”, así no más.
Se ha definido a la implosión como un fenómeno cósmico, que consiste en la disminución brusca del tamaño de un astro. Esta palabra (que no tiene sinónimos) sirve de igual manera para describir la destrucción total de una organización o un sistema, por las cosas que están sucediendo dentro de él.
Pienso ya, sin lugar a la más mínima duda, que la elección reciente del señor Arturo Char Chaljub se constituye en la señal indiscutible del inicio de la implosión, no solo del Senado de la república, sino de la estructura total que cobija la narco-democracia en la que se ha convertido nuestro país. Es una elección que dialoga con la suma de desafueros y trapisondas y excesos de la administración Duque.
Si, ya se que usted está seguro de que esta premonición es lo más parecido a pensar con el deseo y que cada que ocurre una desvergüenza institucional como ésta, se ha vuelto un lugar común decir que hasta aquí llegamos. Lo se. Pero convoco a que reflexionemos sobre una diferencia sustancial, en nada sutil, altamente representativa del significado de esta decadencia:
Mientras que la patética elección del deplorable senador Macías como presidente de esa corporación, se constituyó efectivamente en una bofetada al país; debemos reconocer que éste no era nada distinto a un personajillo de poca monta, un lagarto que, a fuerza de medrar y batir la cola frente a sus superiores, llegó hasta allí a hacer mandados nada más. Una especie de Duque a menor escala.
Pero es que Char es otra cosa. Se trata de uno de los príncipes de esa dinastía empresarial y política, que ha estado ligada a todos los males que caracterizan la decadencia ética de nuestra nación: Negociados, corrupción, paramilitarismo, compra de votos y de congresistas, jueces, autoridades, cargos públicos. Una dinastía enseñoreada con el país y que ha asumido, en su lógica feudal, que el resto somos siervos de la gleba y que logró torcerles la cerviz a apellidos “notables” como los López y los Lleras, para no mencionar sino dos de ellos.
Arturo Char es displicente, le importa un rábano la institucionalidad. No va al congreso (¡150 días dejó de asistir en la anterior legislatura!), le tienen sin cuidado las acusaciones con pruebas que se le hacen por compra de votos. Su vida ha sido una fiesta divertida, no estudia, no habla, su única “virtud y condición” ha sido la de ser un príncipe en su reino.
Su discurso de posesión, una vez cooptadas las bancadas del Partido Liberal, el Partido Conservador, el Centro Democrático, el Partido de la U, Cambio Radical y los senadores cristianos, si, los senadores cristianos, (lo que demuestra que no existen diferencias entre todos ellos) su discurso -digo- es no solo una cínica exposición de lugares comunes, sino una profesión de fe sobre su certeza de impunidad:
“Quien no cree en la justicia acude a otros medios para resolver los conflictos y esa ha sido la tragedia que ha vivido nuestro país desde hace ya más de medio siglo. Recuperar la credibilidad del ciudadano en su justicia es una de las tareas más importantes de este Congreso”(¿?¡!)
Si, todo el clan Char, todos los Gerlein, los Uribe, los Vargas Lleras, los Pastrana, los Sarmiento, creen ciegamente en su justicia, es la de ellos, la que han puesto a su servicio.
Claro que esta elección es un hecho muy particular. Le están informando a la ciudadanía colombiana y le están informando al mundo, que este país les pertenece porque “¡ajá!”, así no más. Ya sin intermediarios, sin payasos, sin títeres. Les pertenece, dicen. Es suyo el reino de la corrupción, el del crimen organizado, el de los paramilitares, el del narcotráfico; suyo es el reino de los negociados oscuros, el de las riquezas aceleradas. Y, a no dudarlo, la fuerza de esa certeza, los hará implosionar.