Una foto antigua, antes de la guerra

Autor: Carlos Alberto Gómez Fajardo
17 marzo de 2020 - 12:03 AM

Más de un siglo después recordamos a ese pariente que no regresó. Su vieja foto es hoy símbolo, memoria, enseñanza, significado.

Medellín

Revisando los álbumes de familia, conservados con amor y respeto, nos encontramos una imagen inquietante. Un poco de reflexión y de búsqueda histórica descubre los significados, significados posibles y graves, a pesar de lo borroso e impreciso de algunos datos. Pero la historia habla: podría ser de 1898 o 1899. La antigua foto muestra a dos hombres jóvenes, sentados, cada uno en el extremo opuesto de una banca, solemnes, serios, elegantes.  Ambos miran –era el uso en aquellos lejanos años- a un punto distante, supuestamente ajenos al examen del ojo de la cámara. El efecto del tiempo hace su tarea: los tonos del negro se degradan, confirmando la antigüedad sin artificios. Es una foto muy similar a la que a las que muchos heredamos de los archivos de los abuelos; las hemos visto fugazmente y probablemente olvidado su sentido, a fin de cuentas se trata de personajes que ya no están entre nosotros y que incluso los bisabuelos pudieron apenas conocer. Imágenes poco propicias para la contemplación hoy, tan obsesionados como solemos estar, con la rapidez y el vértigo y con un progreso veloz, igualmente oscuro en significados: ahora suele ser difícil hallar instantes para la concentración, la memoria y la honra a lo antiguo.

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El personaje del lado izquierdo es un joven bien vestido, con un bigote incipiente. Tiene una chaqueta cruzada, de pliegues largos y amplia solapa; al pie de la fotografía, escritas por una mano que se dirige a la posteridad, están estas precisas palabras: “Alberto mi hermano mayor antes de irse a la guerra”. Sabemos por las fechas que fue antes de la guerra de los mil días. También sabemos, por la tradición de los mayores, que Alberto no regresó. Sus padres recordaron por siempre, esa imagen, fue lo que les quedó. Este es el hecho central: no regresó. Como otros de los miembros de su familia desapareció en la guerra de los mil días, como otros en otras guerras. ¿En algún combate?, ¿en Peralonso? No logro discernir dónde. Conciliando datos no más de dos años después de la foto, ya no estaba Alberto entre los suyos. Incluso, reflexionando sobre el caso, no importa el sitio: da lo mismo Peralonso, que las Termópilas, el Somme, Guadalcanal, Waterloo…  En cada una de aquellas batallas históricas se ha repetido la aventura mortal de todos los hombres, es igual. Incluso, es más probable, en términos epidemiológicos, que su desaparición no sucediera en un combate: las circunstancias nos hacen considerar otras opciones como las fiebres, la disentería, el paludismo, la fiebre amarilla, pestes implacables, peores que las explosiones, las balas y los cañonazos, en las tórridas playas o recodos desconocidos de un rio como el nuestro de la Magdalena… No se necesita gran imaginación para recrear un escenario de caminatas y privaciones después de semanas y de centenares de kilómetros bajo el sol inclemente: mosquitos, hambre, fiebre, picaduras de bichos, pies llenos de ampollas y llagas. La cuestión del ejército en el cual hubiera sido reclutado el protagonista se convierte en algo de menor importancia, pues a fin de cuentas, como dice la ensayista y crítica norteamericana Susan Sontag, las fotos son en último término, un rito de la vida familiar. También dice agudamente: “… todas las fotografías son memento mori”. Siempre son un recuerdo, un testimonio gráfico de la fragilidad existencial, de la transitoriedad de cada uno. Protagonistas efímeros: queremos fijar en la memoria de otros nuestra imagen, pasajera.

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Algo muy grande se encuentra en el código genético y familiar de cada uno, con independencia del origen, de la nacionalidad, de los momentos históricos y ubicación geográfica que nos fueron dados. A fin de cuentas, somos prolíficos en cuanto a batallas que se llevan a millones de jóvenes de todas las generaciones: El Somme, o Peralonso. No importa; es la misma historia de siempre, válida para todos los tiempos y los países, se repite en cada siglo y en cada rincón del cambiante mapamundi. En la memoria quedan el rostro juvenil y la discreta anotación al margen, hecha con amor por alguien quien ya no está, pero que escribió para la posteridad: “Alberto mi hermano mayor antes de irse a la guerra…”. Más de un siglo después recordamos a ese pariente que no regresó. Su vieja foto es hoy símbolo, memoria, enseñanza, significado.

 

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