Una escuela de liderazgo no es suficiente

Autor: Empresarios por la Educación
13 diciembre de 2018 - 09:04 PM

El dilema del individuo versus el sistema educativo

Por: Manuel Franco Avellaneda y Diego Corrales Caro*

En su libro La esperanza de Pandora, Bruno Latour utiliza una metáfora para referirse a la compleja urdimbre que hace posible que las cosas funcionen: afirma que el Boeing 747 no vuela, que son las compañías aéreas quienes realmente vuelan. Igual sucede con tantas otras cosas: artefactos, instituciones y personas que logran que la operación de un avión tenga sentido, que esa tecnología sea “social”, vinculando entidades humanas y materiales para aprovechar su poder colectivo y transformar el mundo.

Y pasa lo mismo con la anhelada transformación de la educación básica en Colombia. Desde los gobiernos pasados se ha puesto énfasis en la formación de docentes con acciones como el Programa todos a aprender y las Becas para la excelencia docente, que buscan fortalecer la práctica docente y, con ello, mejorar el aprendizaje de los estudiantes. No obstante, a pesar de que hoy existe consenso entre los diferentes actores del sistema frente a la importancia del liderazgo del equipo directivo para lograr transformaciones relevantes en cuanto a resultados de aprendizaje y calidad de la enseñanza, los directivos docentes han tenido históricamente muy poca atención.

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En varios países se han configurado centros o escuelas de liderazgo que adelantan investigaciones, proponen modelos de formación de directivos, el desarrollo de prácticas de liderazgo, plataformas para el fomento de redes, la vinculación de aliados y estrategias de escalamiento, entre otras actividades. Frente a este panorama, la noticia de que en Colombia podríamos contar con una escuela de liderazgo y la creación de centros intersectoriales para su desarrollo es fundamental, pero insuficiente.

Así como el Boeing 747 necesita una compleja vinculación de humanos y estructuras para volar, el sistema educativo colombiano requiere de una adecuada vinculación de esfuerzos institucionales, personas que se lo piensen en colectivo y condiciones materiales y estructurales para el mejoramiento de la calidad de la educación. Hoy, el sistema obliga a  los rectores a emplear la mayor parte de su tiempo en tareas administrativas (contabilidad, supervisión de infraestructura, atención de requerimientos de la Secretaría, etc.), y, por lo tanto, a desatender las tareas de mayor pertinencia pedagógica. El asunto se hace todavía más difícil cuando, en la práctica, hay directivos que tienen a su cargo hasta 25 sedes diferentes, y cuando, además, se está extinguiendo el rol de coordinador en las escuelas rurales porque no alcanzan la matrícula de 500 estudiantes. En esta situación, se pierde cualquier posibilidad de atender los criterios fundamentales para comprender cómo mejorar la calidad educativa y para considerar otros enfoques diferentes al ámbito administrativo. Así las cosas, la respuesta es obvia: si queremos que nuestros directivos prioricen la gestión pedagógica tenemos que configurar las condiciones para hacerlo posible.

Si queremos una escuela transformadora, en la que la educación se comprenda como un proceso de actualización cultural y la humanización de la sociedad se dé por cuenta de objetivos consensuados sobre qué se enseña y para qué se enseña, esta no podrá tener lugar en medio de un sistema que prioriza la economía administrativa gasto-eficiente y la competencia por los recursos. Delegar a los directivos como únicos responsables de orientar esta tarea es señalar prematuramente su fracaso e incrementar la ineficiencia de la misión pedagógica de la escuela.

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Asumir semejante responsabilidad sin contar con una formación profesional que permita trayectorias horizontales (moverse en el escalafón en diferentes niveles según la complejidad de las instituciones, la experticia, las mentorías, etc.) y verticales (diversidad de roles directivos como rector, director local, profesional experto en la secretaría, etc.), sin disponer de espacios para la formación inicial y en servicio, ni de mecanismos de evaluación y acompañamiento a los equipos directivos, condiciona significativamente las posibilidades de crecimiento profesional de los líderes de la educación básica en Colombia y bloquea los propósitos de hacer de la escuela el lugar en el que se preparan las transformaciones más importantes para nuestra sociedad, aquellas que abren las puertas a una utopía posible para quienes nos suceden.

*Asesores de la Línea de Liderazgo Educativo en la Fundación Empresarios por la Educación, una organización de la sociedad civil que conecta sueños, proyectos, actores y recursos para contribuir al mejoramiento de la calidad educativa.

 

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