Vista a una novela corta y autobiográfica de Patrick ModianoAn enigmatic reduction of sentence
Hay escritores que escriben la misma novela toda su vida. Puede tratarse —quién sabe— de un misterioso llamado del inconsciente. O, por qué no, al encontrar su territorio particular, la geografía interior, la obra, aunque con títulos distintos, puede ser, en esencia, un repetido “tema con variaciones”. A veces, estas últimas, son muy pocas. Y suceden más en lo formal. Lo que no significa ni un fracaso de la imaginación ni una concesión facilista o autocomplaciente. Es un encuentro con sí mismo, con lo perdido y lo recuperado. Con la memoria y con la existencia. Una lucha contra el tiempo y sus inexorables mandatos.
Y en este punto ya es hora de ir nombrando a Patrick Modiano, un escritor que siempre está volviendo a su París natal, el extraviado en viejos mapas, el que no se perdió en las demoliciones ni en la tenebrosa amnesia. El de la Ocupación (que fue el París de sus padres), el de los cambios y las permanencias. A veces, se advierte en su obra una búsqueda de lo que se fue, con técnicas detectivescas y pesquisas de archivo. Otras veces, un desgranar de lo que la memoria alberga, pero que, por la fragilidad de la misma, tiene que ser documentada, materia en la cual es experto el autor de Dora Bruder. Hay, en sus creaciones literarias, una mezcla de historia y periodismo investigativo. Pero con el propósito de dejar premeditados vacíos, o alguna penumbra, cuando no una oscuridad total, o apenas unas sugerencias en su acervo narrativo.
En la novela corta Reducción de condena (en francés se llama Remise de peine), la infancia del escritor-narrador, torna a un París con insinuaciones que van desde los tiempos del doctor Guillotin hasta los días de Edith Piaf, cantante cercana a Hèléne y otros personajes como Roger Vincent. Con elementos autobiográficos, por no decir todo un universo de lo que le sucedió a los diez años al muchacho que, después, a los veinte, ya era un escritor con aspiraciones de alto vuelo, construye una obra fragmentada, con saltos temporales, y con una dosificada cantidad de palabras, suficientes para crear un mundo sugestivo, bosquejado con sutileza.
En esta obra, narrada por un muchacho, con recuerdos de un narrador ya veterano, ya no solo es París, o un cercano pueblo, sino un mundo que, para un chico, no es todavía muy comprensible. Está, sin aparecer sus carpas ni trapecios, el circo en el que trabajan algunas de las protectoras de ocasión del narrador, a veces Manazas, como le dicen, a veces el “imbécil feliz”, como lo llama una de las tres mujeres que los cuidan. ¿Y por qué? La mamá de los dos chicos se ha ido a una gira teatral y los ha dejado al amparo de Hélène, Annie y Mathilde.
El lector no sabrá jamás (lo puede conjeturar, imaginar) si, en efecto, las mujeres trabajan en un circo (del cual los chicos quieren hacer parte), en un cabaret, si se relacionan con gentes del bajo mundo, si pertenecen a alguna organización delictiva, en fin, porque así lo decidió el contador de la historia, el pelado al que expulsan del colegio Juana de Arco. Son dos muchachos que habitan más en un medio femenino, aunque suceda la aparición circunstancial de hombres, incluido un marqués. Las mujeres fungen de madres o hermanas o cuidadoras. Y van creando un espacio infantil pleno de incertidumbres y desconciertos.
Edición en español de Reducción de condena, publicada en francés en 1988.
En la novelística de Modiano casi siempre se da la circunstancia de que haya alguien que esté buscando a otro alguien, de ir tras unos pasos, unas huellas, de saber dónde está o dónde se ha ido. Y se siente una atmósfera de abandono, de repetidas ausencias, de vacíos que tocan con lo existencial y con la sensación de pérdida. Y en sus narraciones, como en Reducción de condena, la infancia es una presencia-ausencia de altos quilates y con un peso específico fundamental. No faltan en muchos de sus libros los garajes, como una suerte de recuerdo ineludible de los primeros años del novelista.
“Cuando yo tenía seis o siete años vivía cerca de un barrio a las afueras de París, me cuidaba una mujer un poco extraña que me llevaba a un garaje, con unos coches que me impresionaron. Además, había un olor muy particular, una mezcla rara, un ambiente extraño en esos garajes y eso, ya digo que no sé por qué, me ha marcado. Yo me lo digo a veces: hay demasiados garajes en las novelas, pero no puedo evitarlo”. La confesión se la hizo Modiano al reportero Antonio Jiménez Barca, en una entrevista publicada por Babelia, suplemento del diario El País, de España.
Y en la obra que reseñamos, los garajes abundan y hacen parte de un entramado misterioso, en los que los carros, incluidos los “chocones” o de “choque”, como se les denomina en la traducción, tienen un poder simbólico que el lector debe desentrañar. En ese ir y volver, que es como un ritmo de olas marinas que se siente en la narración, nos encontramos con calles (como la insistente calle del Doctor Dordaine), distintos distritos parisinos, jardines, castillos y hojas muertas.
Es una novela en la que el sentido de la niñez se mezcla con las peripecias de los adultos, pero estos solo vistos por los ojos de un chico de diez años, que observa y siente, pero aún no alcanza a tener una cabal idea de qué se trata el universo complicado de los mayores. Y aunque el narrador es un muchacho lector (conoce a Verne, a Dumas, a James Fenimore Cooper), que ya el cine lo ha tocado con sus asombros y deslumbres, se queda a mitad de camino en muchos aspectos que tienen que ver con los adultos que tiene cerca. Él y su hermano son observadores, curiosos, caminantes, exploradores de jardines, pero siempre tendrán un enigma por resolver.
¿Qué hacen en realidad las cuidanderas? ¿Quiénes son sus amigos? ¿Son parte de una pandilla? Con trazos precisos, con pinceladas firmes, el mundo en que nos quiere hacer entrar el novelista va quedando como un cuadro maestro, en el cual hay que concentrarse en sus tonalidades. Es una escritura precisa, sin alardes, compacta, sin “literatura”. Con saltos adelante y atrás. Con plano-secuencias y también con primeros y primerísimos planos, como los que se pueden apreciar en la fase final, con el policía de “los grandes ojos azules” y el hombre de la gabardina.
En un mundo de infancia, en el que la delgada línea que separa realidad y ficción no está muy marcada o es muy borrosa, y en el que todo es posible y todo puede acaecer, Modiano crea un narrador protagonista infantil, un chico de diez años, pero visto desde la perspectiva de un adulto que intenta dar interpretaciones a un tiempo que vivió entre gente grande que, de pronto, se ha ido, ha desaparecido. Se ha esfumado. Y entonces le corresponde a la memoria hacer una gestión de búsqueda y exploración en una temporalidad que ya es parte de una vivencia.
Ah, al final de cuentas, el lector puede quedar como los policías que, por no interrogar a los niños, se pueden perder de muchas cosas. Es una novela para formularle preguntas y para interrogarse. Hay que abrir la imaginación a qué fue aquello tan horrible que pasó en la calle del Doctor Dordaine, donde habitaron dos muchachos por más de un año, dado que su madre estaba en gira por el norte de África y su padre, en Brazaville o en Bangui (aunque, antes, según se dice en la novela, se “había marchado a Colombia hacía varios meses con ánimo de descubrir unas tierras auríferas…”). Y a los que la policía no interrogó.
Modiano, en esta obra autobiográfica publicada en diciembre de 2008, vuelve por los laberintos de la memoria, la infancia, las calles y direcciones, los suspensos y la fragmentación. Con un epígrafe tomado de Un capítulo sobre sueños, de Robert Louis Stevenson, tal vez como exorcismo contra las pesadillas del pasado, esta novela, con acentos poéticos y manejos tremendos del claroscuro, es una joya literaria del escritor francés ganador del Nobel de Literatura en 2014.
Patrick Modiano. Reducción de condena. Editorial Pre-Textos. Traducción de Tomás Fernández Aúz y Beatriz Eguibar. 110 páginas.