Tal vez el más grande reto que tiene el pensamiento crítico es la lucha contra la ignorancia.
Tal vez el más grande reto que tiene el pensamiento crítico es la lucha contra la ignorancia.
¿No ha notado usted que antes, y después de estas elecciones, se impuso un tono en la conversación y en el actuar político que tiene además resonancias en otras esferas de la actividad diaria de este país?
Ser una o un patán se convirtió de repente en un fenómeno aspiracional. Cada quien sofistica más la construcción de su insulto, lucha por ser más contundente en la manera como arrincona al otro, más voraz en la carnicería, más ingenioso en la mentira. Entretanto la tribuna aplaude, difunde, se excita y pide más, más, más.
Envilecido el discurso, envilecida la palabra, envilecida la ética, cobra una dramática actualidad la frase del sociólogo y economista John Kaneeth Galbraith, citado por el inefable Savater: “las democracias actuales viven bajo el temor permanente de la influencia del ignorante”.
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El ignorante al que se refiere el sociólogo no es ni mucho menos ese excluido que no sabe leer o, el que sabiendo, tiene un conocimiento reducido o, aun teniendo conocimiento, ignora cuántos kilómetros tiene el río Nilo, la altura exacta del Everest o el día del nacimiento de Albert Camus. No.
Se trata del ignorante que es incapaz de entender en dónde se origina la opinión del otro, el ignorante que reduce la esfera del universo a su microcosmos, ese ignorante para quien resulta inadmisible que alguien tenga una orientación sexual diferente a la suya o que ignora toda la inmensa y poderosa capacidad que tienen las mujeres, ese ignorante incapaz de soportar que exista gente con un color diferente al que él tienen y que asume a rajatabla que él y solo él, con la gente que él escoge, integran el universo de los buenos.
A esos ignorantes que con el argumento del “duélale al que le duela” expresan sus afirmaciones categóricas y las presentan de malas maneras, los ignorantes guaches que exhiben con orgullo su ordinariez, que saben mucho por ejemplo de los signos del zodíaco, de los avistamientos del último Ovni y cuántos goles marcó Maradona en su existencia como futbolista, pero son incapaces de entender la dimensión, diversidad, belleza, poesía y humanismo que le cabe al mundo en el que se encuentran. Es a esos ignorantes a los que se refiere Galbraith y sí, son una amenaza para la democracia.
Poseídos por la fe del fanático, actúan en gallada para silenciar cualquier signo de pensamiento crítico, son felices con el argumento de la fuerza, son horda enferma.
Los países que han sufrido los estragos del fascismo dan fe de ese comportamiento y es por ello que debemos estar vigilantes, pues contrario a lo que muchos piensan, no se encuentran solo en las huestes de la derecha recalcitrante sino que anidan en todos los bandos.
Fernando Savater entrega una voz de alerta: “Hay personas que no están preocupadas por la ignorancia, sino por el contrario, la ven como un campo abonado, planean su política pensando en que la mayoría de la gente es lo suficientemente ignorante como para respaldarla…”
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Y entonces ocurren cosas como Trump o, en nuestro caso, concejales, diputados, representantes y senadores, periodistas, gerentes, ingenieros, abogados, economistas, actores, trabajadores, empleados en fin, cuya ignorancia, procacidad y zoquetería elevada a niveles superiores ha configurado un espectro que se extiende y avanza como una mancha negra y elige presidentes incapaces creyendo que no va a pasar nada.
Tal vez el más grande reto que tiene el pensamiento crítico es la lucha contra la ignorancia.