Pone a los que nombran el problema en una cabina altísima de metrocable moral, desde la cual ven hacia abajo a esos otros que se matan, se golpean y sufren.
Basta con conducir media hora en cualquier dirección de la ciudad para evidenciar la falta de tolerancia, si se va demasiado rápido o si se va demasiado despacio. Si se es prudente por ser estorboso, o si se es arriesgado por ser agresivo. El estado anímico del tráfico de la ciudad es oscuro y espeso. Es corriente que olvidemos que los automóviles pueden llegar a ser también armas letales. Si tuviéramos en cuenta las cifras de muertos en la vía, al viajar pensaríamos que vamos subidos en un fusil. En relación con las fiestas, los fines de semana que empiezan con festejos terminan en muchos casos en tragedia, los compañeros de parranda son los mismos implicados en el proceso penal. El día de la madre es también un día de alerta roja en el país por el número de riñas. La victoria del equipo de fútbol amado aumenta el número de muertos, riñas y lesiones. ¿Qué nos hace ser tan violentos?
En estas columnas me he referido a la violencia homicida, a la crisis de la movilidad urbana y del aire de la ciudad, a los inadecuados manejos de las mascotas, entre otras ocurrencias. En todas las líneas ha estado presente este tema: la intolerancia, o mejor, nuestra tozudez y falta de respeto por el otro. O quizás, a la conflictiva manera como tramitamos nuestros asuntos.
En Bogotá algunos analistas los llaman casos de “intolerancia” y en Cali he escuchado el término “ajustes de cuentas”. Términos mágicos que explican casi cualquier tipo de resultado violento. Problemas de convivencia, intolerancia y ajuste de cuentas no logran describir con plenitud la cuestión, además, ponen el asunto afuera y lejos. En el caso de la “intolerancia” nos remite a la problemática que algunos sufren con la leche o con el gluten, lo cual nos lleva a pensar que es natural que unos cuantos individuos en la sociedad no lo toleren y por consiguiente incurran en prácticas violentas. Lo que por supuesto no debe ser aceptado. Creo que el término naturaliza la problemática social cotidiana y exime de culpa.
En el caso de “ajuste de cuentas” pone el problema lejos y no nos permite vislumbrar soluciones, es similar a la frase antioqueña de: “se están matando entre ellos”. Esta última manera de nombrar los asuntos tanto de seguridad como de convivencia genera una división entre ellos y nosotros, entre barbarie y civilización. Pone a los que nombran el problema en una cabina altísima de metrocable moral, desde la cual ven hacia abajo a esos otros que se matan, se golpean y sufren. En ese sentido, es también muy inconveniente.
He escuchado que se nombran como problemas de convivencia, como si se tratara de una disfuncionalidad en la maquinaria social que debe ser reparada. Es una mirada que equipara todas las sociedades y todos los niveles económicos, sociales y culturales y nos dice la adecuada manera de interactuar. Sin embargo, afuera las reglas informales dictan otras disposiciones, otras velocidades, otros reconocimientos. Entonces, ¿Cuál es la forma de convivencia (entendida como coexistencia) que tenemos?, ¿podrán las pautas de convivencia actuales protegernos antes una ciudad de lobos?