Cuando la cabeza demuestra ser corrupta, hay que esperar otros focos de esa plaga que, si bien son perversos en cualquier instancia, en la justicia y en la fiscalía son doblemente malignos.
La captura de Luis Gustavo Moreno, jefe de la Unidad Anticorrupción de la Fiscalía General de la Nación, acusado de haber recibido sobornos para dilatar las investigaciones contra el exgobernador de Córdoba, Alejandro Lyons Muskus, no es la trama de ningún cuento de realismo mágico sino otra prueba de lo tragicómico que a veces luce el Estado Colombiano y su aparato de justicia.
Colapso carcelario arrastra a la Fiscalía
Vaya uno a saber si fue la intervención de la justicia norteamericana la que permitió sacar a la luz este capítulo paradójico. Lo cierto es que el anuncio del fiscal Néstor Humberto Martínez de que habrá una alianza con la fiscalía norteamericana para buscar todo trazo de corrupción, nos anima a esperar que el ventilador que Moreno va a encender aporte indicios ciertos sobre la vinculación de otros funcionarios de alto nivel en el país, pues no hay que perder de vista la trayectoria del hoy capturado, quien fue asesor de la Comisión de Acusaciones de la Cámara de Representantes, entre otros cargos, donde tuvo en sus manos expedientes contra el exfiscal Eduardo Montealegre, quien fue el que se encargó de entregarle jugosos contratos en el ente acusador.
Desde hace nueve meses Martínez Neira le había entregado, bajo la protesta de muchos que le conocían, el cargo de jefe de la Unidad Anticorrupción. Cuando la cabeza demuestra ser corrupta, hay que esperar otros focos de esa plaga que, si bien son perversos en cualquier instancia, en la justicia y en la fiscalía son doblemente malignos.