Según los cálculos, muchas personas en zonas de conflicto dependen totalmente de la ayuda humanitaria ya que no tienen ni siquiera recursos suficientes para comprar un plato de comida al día, cuyo coste puede llegar a ser “astronómico”.
Un plato de alimentos que en Nueva York cuesta 1,2 dólares alcanzaría un valor de 321 dólares si se tuviera que pagar en correspondencia a la proporción de ingresos que destina una persona para comprar ese mismo plato en Sudán del Sur.
La comparación es el resultado de un análisis realizado por el Programa Mundial de Alimentos (PMA) de Naciones Unidas, y cuyo informe expuso los costos relativos de un plato de comida en 33 países.
A diferencia de otros estudios donde los cálculos se realizan tomando de referencia los precios de los alimentos, el PMA esta vez midió la proporción de los ingresos diarios que una persona en un país pobre o en conflicto tiene que emplear para acceder a un plato básico de comida, y lo compara con los recursos que tendría que emplear un ciudadano de un país desarrollado para obtener el mismo alimento.
El estudio puso en contexto la situación tomando como botón de muestra al estado de Nueva York, donde adquirir los ingredientes para un plato de judías de 600 calorías tendría un costo equivalente al 0,6 por ciento de los ingresos diarios.
Según el informe, una persona en Sudán del Sur, actualmente en guerra, necesita pagar hasta el 155 % de sus ingresos diarios para permitirse esa misma comida, lo que -ajustándolo al nivel de compra en EE.UU.- sería como si un neoyorquino tuviera que pagar 321 dólares por un plato de judías.
El coordinador del informe, Andre Vornic, explicó este miércoles que, con esa comparación, quieren hacer que la gente en el mundo rico “se ponga en la piel” de quienes intentan alimentarse de la forma más básica en parte del mundo en desarrollo.
En el noreste de Nigeria, afectado por el terrorismo de Boko Haram, esa ración de judías representa el 121 % de los ingresos diarios per cápita (equivalente a pagar 200 dólares en Nueva York), mientras que en la provincia de Deir al Zur, en la conflictiva Siria, el porcentaje sería del 115 % (como gastar 190 dólares).
Para reflejar esas grandes disparidades en el acceso a los alimentos, el PMA se inspiró en el índice Big Mac de The Economist, que permite comparar el poder adquisitivo de los países donde se vende esa conocida hamburguesa, aunque centrándose en cómo perciben el precio los compradores.
“El hambre no es necesariamente un asunto de comida. Tiene que ver con el coste de los alimentos, con la forma en que se producen y distribuyen”, aseguró Vornic, que recordó que, en un mundo en el que se producen suficientes alimentos, el problema está más relacionado con las pérdidas y el mal funcionamiento de la cadena.
Destacó que en Occidente la comida es “barata por el modo en el que el sistema alimentario está organizado”, enfocado a lograr la máxima eficiencia, y por otros factores como una mayor resiliencia de las sociedades y mejores estándares de gobernanza.
Sin embargo, los alimentos son relativamente más caros por el mal funcionamiento de la cadena productiva en los países pobres, que -incluso en situaciones de paz- tienen que lidiar con el impacto del clima, los problemas políticos, la falta de infraestructuras o una agricultura ineficiente.
“El conflicto exacerba las disfuncionalidades del sistema alimentario”, agregó el especialista del PMA.