Se hace necesario rodear y apoyar a nuestras autoridades en la noble y difícil tarea de gobernar un país tan dividido, diverso y polarizado como el que hoy tenemos.
La verdad es que a pesar de todas las expectativas y las muy buenas intenciones, que con seguridad han rodeado este gobierno, no ha sido posible que se cumpla con las promesas de cambio y de transformación que han sido expuestas en la campaña por el entonces candidato Duque y que fueron la bandera fundamental en el proceso eleccionario, para que las mayorías salieran a votar por dichas iniciativas, pensando en que en realidad, con su juventud y liderazgo, se iban a introducir unas estrategias gubernativas que no sólo retomarían el –para ellos, equivocado rumbo que llevaba la Nación, hacia un mejor puerto, sino que también fundamentaron su programa en la necesidad de acabar con los enfrentamientos y los enconados odios políticos que han originado gran parte de los fracasos y desaciertos que se han tenido en materia administrativa y política de Paz en los últimos tiempos.
Algunas de las más llamativas propuestas, por las que votaron las mayorías ciudadanas y con las cuales persuadieron hasta los más desprevenidos electores, versaron sobre temas que hasta ahora no se han podido cumplir o se ha hecho frente a estos tópicos totalmente lo contrario a lo prometido, generando, por supuesto, desconcierto y estupor entre quienes conocieron y apoyaron el programa de gobierno que condujo al éxito al joven presidente.
Que no habría reforma tributaria, fue la consigna, y ello, a pesar del gran debate nacional que en su contra se originara, inclusive, hasta por importantes sectores sociales y económicos cercanos a la Casa de Nariño, es ahora toda una realidad. La promesa fue incumplida ante la mirada de asombro y tristeza de quienes con razón alegaban que dicha reforma no iría, pues ello había sido una reconocida propuesta de campaña.
Que la lucha contra la corrupción y las malas prácticas gubernativas sería su mayor desvelo y así lo prometió solemnemente en abierta y pública alocución presidencial. Este tema adquirió especial connotación porque así lo dispuso el pueblo en un histórico y clamoroso llamado popular, pues a través de la consulta realizada para esos efectos, el pueblo de manera contundente y clara dijo que era imperiosa esa lucha, no sólo para el entonces naciente gobierno, sino para toda la institucionalidad y la Sociedad misma, que se han visto envueltos y agobiados por los más altos índices que la historia haya arrojado en materia de corrupción, obligados a emprender una frontal lucha contra tan delicado y delincuencial fenómeno. Pero todo ello ha pasado a la historia, la consulta se perdió no solo porque a ella se opusieron importantísimos sectores políticos y de opinión comprometidos con el gobierno. Lo que de plano fue totalmente adverso y extraño, porque quienes eran los más llamados a defender la consulta por ser afines al gobierno, no dejaron de ocultar un cierto aire de desprecio y desazón por la propuesta de saneamiento político y social que se cocía en inmensos sectores de opinión de ciudanía que cansados, ante tanta corrupción, querían y solicitaban clamorosamente apoyo para esos importantes propósitos.
Hoy de la aludida Consulta Popular poco queda, infortunadamente resultó ser una burla más para el pueblo que apenas empieza a enterarse que a pesar de su copiosa votación y de las múltiples promesas gubernativas de hacerla una realidad, una a una, esas propuestas se fueron disipando en el escenario de un Congreso dividido por los odios, los enfrentamientos ideológicos y el desencanto con un gobierno que -a decir verdad- poco hiciera por defender esas leyes en medio de tímidas e inclusive arrogantes posiciones, que la fueron debilitando, hasta que se hundiera definitivamente. Con ello se perdió la gran oportunidad de establecer fuertes y eficaces instrumentos que permitieran efectivamente el acometimiento de la lucha prometida por propios y extraños, con políticas y medidas realmente eficaces y conducentes a resquebrajar y exterminar de una vez y por siempre a éste tremendo monstro de múltiples cabezas que nos está carcomiendo a todos con una creciente fuerza y poder realmente descomunales y sin que nada ni nadie pueda hacerle frente a tan ingenioso y maligno accionar. Si la atención y defensa del gobierno a esta reforma hubiese sido siquiera igual a la que desplegara, para no dejar hundir la reforma tributaria, otro muy distinto hubiese sido el resultado, pero infortunadamente ello no aconteció y los resultados nefastos, obviamente, no se dejaron esperar. Es que no podría ser de otra manera, se requería pasar del dicho al hecho, del discurso a la acción. Por ello estamos como estamos, ante una creciente e imparable corrupción que no tiene límites, ni pudor y que actúa sin control alguno, de la manera más libre, abusiva e impune.
De las demás propuestas vale la pena resaltar algunas otras, como la de la reforma a la Justicia que tampoco pudo sostenerse por mucho tiempo en su lánguido tránsito por el legislativo, pasando a recibir finalmente, como se dice en el argot popular, un entierro de tercera. La reforma política, siendo tal vez la mejor librada, hay que decir que también ha sido cercenada en casi todos los temas de mayor relevancia, si algo logra salir es apenas lógico que sea poco lo que pueda avanzar en la solución de los grandes males, dificultades y obstáculos que se quisieron eliminar y que fueron el motivo de su presentación e impulso.
Ahora bien, del engorroso tema pensional, que también es motivo de mucha preocupación social y que crea profunda ansiedad en un gran número de trabajadores que aspiran a lograr terminar bien su vida laboral y de muchos otros que ya gozan de ese beneficio y que pudieran resultar afectados con el trámite de esa importante reforma, lo que se sabe últimamente, por influyentes voces del palacio presidencial, contrario a lo ya se había afirmado por el ministro de las finanzas, es que no se presentará este año, se pospondrá para otra vigencia, tal vez como estrategia para no afectar, con este engorroso y neurálgico tema, al proceso electoral que se avecina.
Ni que decir del espinoso y difícil tema de la Seguridad, donde los desaciertos no se han dejado esperar, dejando en calzas prietas uno de los pilares más granados y básicos de la actual política gubernamental, bastaría revisar en esa materia, los grandes y fatales problemas que tienen hoy inmenso número de líderes y procesos sociales, y las grandes ciudades, que están también asediadas por complejos e imparables inconvenientes de orden público, a los que no se les ha podido otorgar los tratamientos adecuados. Son pues, todas éstas, grandes dificultades por las que atraviesa el país, que deben revisarse, para que en lo posible, por el bien de todos, se haga lo que ha solicitado ya el ex mandatario más afín y cercano al nuevo régimen, “hay que enderezar…” so pena de que las cosas empeoren.
Hay que reencausar, encaminar, encarrilar, consensuar y, si es necesario corregir, Colombia lo necesita. Para ello se hace necesario rodear y apoyar a nuestras autoridades en la noble y difícil tarea de gobernar un país tan dividido, diverso y polarizado como el que hoy tenemos.