¿La oportunidad para superar la patria boba?
Por: Manuel Franco Avellaneda*
Existe un acuerdo generalizado acerca del hecho de que la pobreza en Colombia tiene una estrecha relación con la exclusión y ésta, por su parte, se entiende desde tres dimensiones: la exclusión política, presente cuando no existen las condiciones que permitan una real participación de la población en el control a los servidores públicos; la exclusión económica, que se da cuando los ingresos son precarios e impiden tener condiciones dignas; y la exclusión cultural, en la que la educación es de baja calidad y existe poco o ningún acceso a infraestructura cultural.
La pobreza se convierte entonces en una “plaga” que se reproduce generación tras generación, siguiendo un flujo que parte de una familia pobre, que envía a sus hijos a un colegio pobre en tiempo (menos de 8 horas de estudio diarias), con déficit de profesores, materiales pedagógicos e infraestructura. Resultado de esa educación pobre, y producto de doce años de escolaridad (esperanza de vida escolar en las zonas urbanas en Colombia), esa nueva generación tiene empleos pobres, y, en consecuencia, conforma una nueva familia pobre que vuelve e inicia el ciclo de la pobreza…
En ese panorama, la educación juega un papel fundamental para frenar la reproducción de la pobreza. Urge promover transformaciones en los obstáculos existentes para lograr una buena educación desde la base. Esto es, en la calidad de los establecimientos educativos, escenarios donde se materializa el derecho a la educación. Transformar en educación implica poner en acción el ejercicio de un liderazgo no jerárquico, más bien distributivo, que logre el empoderamiento de cada actor de la comunidad educativa desde su rol para enfrentar la exclusión presente diariamente, condición que hoy nuestra sociedad requiere con urgencia.
Las y los directivos docentes son los llamados a asumir el liderazgo transformador para visibilizar y desnaturalizar problemáticas cotidianas, en búsqueda de soluciones a dichos obstáculos, entendiendo que su papel tiene como eje central la gestión pedagógica (académica según el Ministerio de Educación en su Guía 34), y que las otras gestiones (directiva, administrativa y comunitaria) son subsidiarias de la primera. Sólo así se cumplen los objetivos misionales de la escuela orientados a desarrollar las competencias para una vida social y productiva que, de no lograrse, la reducen a un lugar de custodia, guardería o contención para mientras los padres trabajan, poniendo en crisis su papel social.
Si sumamos la cantidad de establecimientos educativos que contribuyen a mantener el ciclo de la pobreza desde la ausencia de un liderazgo trasformador y la lógica de funcionamiento Estatal que planea anualmente programas asociados que se abren o cierran según las necesidades del gobierno de turno, se hace necesario considerar que tal vez sea este el momento de convocar un Pacto Social por la Educación.
Vea sobre el liderazgo diretivo
Para ello, tenemos que estar de acuerdo en que la pobreza y la exclusión son problemas que urge enfrentar con apuestas que vayan más allá de las vigencias anuales y los intereses particulares, y tenemos que estar de acuerdo en que es posible encontrar puntos comunes en medio de diferencias que parecen irreconciliables: entre educación pública y privada, entre educación sexual y educación moral, entre educación técnica y educación profesional y entre educación académica y educación vocacional. Necesitamos, además, superar deudas del siglo pasado (por no decir que del siglo XIX), como el analfabetismo y la falta de cobertura.
Todas estas circunstancias de diferencias y deudas centenarias nos llevan a pensar en proponer un Pacto Social por la Educación: un proyecto común que nos permita superar, en 2019, 200 años de inequidad y exclusión, 200 años de “patria boba”.
*Asesor en la Fundación Empresarios por la Educación, una organización de la sociedad civil que conecta sueños, proyectos, actores y recursos para contribuir al mejoramiento de la calidad educativa.