No fue tan casual como pareció en su momento o como muchos lo han visto a través del tiempo. Cuando su hermano Guillermo, tal vez advirtiendo el trágico desenlace de su infame secuestro, decidió encomendarle la misión de que continuara enarbolando las banderas de la equidad, la defensa de la vida y la búsqueda de la paz, no fue por un simple capricho o por un improvisado gesto de generosidad con el que pudiera, de alguna manera, reclamar o perpetuar el mayorazgo familiar de un legado erigido sólo para valientes.

Ese llamado desde el cautiverio fue más bien el momento de un reconocimiento que Aníbal Gaviria Correa, el cuarto de ocho hermanos, ya se había ganado en casa y entre los más cercanos, no sólo por su capacidad académica, su inteligencia de vida o su juicio emocional, sino por su carisma, su liderazgo, su don de gentes y su vocación de servicio, siempre preocupado por el bienestar de todos los que lo rodeaban.

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Fue incluso a través de Aníbal que Guillermo conoció el postulado de la Noviolencia y lo que en ese sentido se estaba haciendo en Medellín con base en el mensaje de Martin Luther King y su lucha en favor de los derechos civiles y en contra de la discriminación y la pobreza, lo que se convirtió en una bandera compartida que el hoy gobernador electo (2020-2023) decidió mantener en alto tras el doloroso final del secuestro de su hermano mayor.

Para entonces -mayo de 2003-, el inquieto pero equilibrado joven Aníbal Gaviria, recién egresado de la universidad Eafit, donde se graduó con honores en Administración de Negocios, estaba vinculado al diario EL MUNDO, donde ocupó por varios años los cargos de gerente y editor general, una tarea que cumplió con lujo de detalles hasta aquel 8 de mayo de 2003, cuando en la despedida de su hermano en la Catedral Basílica Metropolitana anunció que continuaba en la defensa de esos principios. Era que portaba el “gusanito” de la política, y en casa todos lo sabían.

Las vicisitudes de la vida que cambian las vidas, porque fue el dolor por la pérdida de su hermano y el sufrimiento que veinte años atrás oprimió a toda la familia por el secuestro de su madre, doña Adela (1983), las circunstancias que no sólo lo maduraron y lo pusieron de frente a las crueles realidades del mundo y de muchos hogares, sino que lo encauzaron al escenario de su verdadera vocación: el trabajo en busca del bien común, nada más afín a su permanente deseo de servir.

“Es un hombre inteligente, transparente, sensible, trabajador incansable y humilde, que cuando llega a un cargo público tiene claro que su gran misión es servir para cambiar realidades, y eso no sólo compromete a quienes tienen el privilegio de trabajar con él, sino que los hace sentir orgullosos de hacer parte de esa labor, una misión cargada de humanismo”. Así es como lo ven quienes han entregado y compartido esfuerzos con él durante su gestión como gobernador de Antioquia (2004-2007) y luego como alcalde de Medellín (2012-2015).

Orgullo que además implica un gran sacrificio, “porque con él es trabajar 7x24, siete días a la semana las 24 horas de cada día, y eso, inevitablemente, significa alejarse de la familia”, por suerte para él, un esfuerzo en el que recibe todo el apoyo de su esposa Claudia Márquez y sus hijos Emiliana, Guillermo, Adela e Ismael, sus primeros y más cercanos alumnos, porque con ellos no sólo es papá, también es ese maestro que enseña y guía con amor y disciplina, porque de sus padres aprendió que esos son los pilares más sólidos para construir los mejores logros.

Afinidad con el campo

Su gusto por los caballos y la astronomía, pasiones que compartió desde niño con su padre, el empresario Guillermo Gaviria Echeverri (q.e.p.d.), así como su afición por la bicicleta y el atletismo, dan fe del espíritu libre y expansivo con el que desde sus primeros años miró al mundo. Siempre acompañado de una especial sensación de libertad y humildad que fortaleció en el campo, donde solía pasar en familia las vacaciones decembrinas, un tiempo que no sólo le permitió aprender a valorar el esfuerzo del trabajador del agro, sino a compartir pleno de dicha junto a ingenuos pero también espontáneos y agradables muchachos de su edad.

Eso creó en él unos lazos y una afinidad especial con el campo, que sumado a su experiencia y conocimiento le han permitido entender que hoy es un imperativo generar mayor desarrollo en esas regiones que, por falta de políticas de apoyo, han dejado de ser atractivas para muchos de esos campesinos que, hasta en situaciones de precariedad y vulnerabilidad, se están desplazando hacia las grandes ciudades, lo que genera un desbalance muy negativo para las sociedades, pues si no hay quien cultive en los campos también se pierde la garantía de la seguridad alimentaria.

Eso explica que una de las líneas estratégicas de su plan de desarrollo para el período 2020-2023, esté enfocada en generar equidad y equilibrio en el desarrollo, mejorando las condiciones para la productividad, precios justos, vivienda digna, servicios de salud y agua potable, todo eso enmarcado en los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), que son la agenda global definida por Naciones Unidas para tratar de mitigar el masivo y preocupante desplazamiento de campesinos hacia los centros urbanos, fenómeno que también afecta al territorio antioqueño, aumentando las cifras de inequidad, pobreza e inseguridad, tres de los retos que, desde su vocación de servicio, ha querido cambiar en procura de ese mundo mejor para todos con el que siempre ha soñado.