Un episodio de Perceval, Mircea Eliade

Autor: Carlos Alberto Gómez Fajardo
21 noviembre de 2017 - 12:10 AM

Hay calidad formal, estética, literaria y filosófica en el ensayo de Mircea Eliade, apoyado en la belleza metafórica del relato del Grial

Entre la densidad del bosque de la literatura y las artes se encuentran preciosas plantas, ejemplos de armonía y belleza. Suelen estar ocultas, como pequeñas y multiformes orquídeas, en medio de la confusión de los montes o bajo la sombra de los gigantes que consiguen la fotosíntesis por medio de la ganancia de las alturas, haciendo sombra a la mayoría de sus competidores. En el panorama del gusto literario actual suele prevalecer lo intrascendente, cuando no lo violento y lo vulgar. La popularidad y la fama de muchos se basa en una cuestionable aceptación general o masiva, que suele ir de la mano del éxito comercial y del endiosamiento artificial y hábil de falsos valores, incluidos los literarios. Es tal la confusión que parece aún arriesgado afirmar esto: como lector he hallado en Mircea Eliade páginas bellas, de la mejor calidad. No faltará quien cuestione, desde el inicio los conceptos “bellas” y “mejor calidad”, también con el argumento de que aquellos valores -lo bello, lo bueno, lo verdadero, lo justo- dependen de la subjetividad arbitraria y oscilan con el tiempo: lo que oscila y cambia veleidosamente es la moda, no el valor. El relativismo metodológico ha aniquilado también el esfuerzo por la formación del gusto, del buen gusto, en materia literaria.

El breve ensayo del escritor rumano titulado Un episodio de Perceval, y que hace parte de La isla de Euthanasius (Ed. Trotta, Madrid, 2005), es un ejemplo de lo que se podría llamar “calidad de página”, y por supuesto, “calidad de párrafo”. Es encomiable la tarea del buen traductor que convirtió estas páginas en productos generadores de admiración y de satisfacción estética como si estuviéramos frente a relatos de la factura de Borges, de Tolkien o de Lewis.

Cuenta el erudito rumano Mircea Eliade: “La enfermedad del Rey Pescador provocó la esterilidad de toda la vida del castillo en el que agonizaba el misterioso soberano. Las aguas dejaron de correr por sus cauces, los árboles dejaron de reverdecer, la tierra dejó de dar frutos, y las flores, de brotar ..”

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El joven e ingenuo Perceval, uno de los caballeros del rey Arturo, como muchos otros venidos de todos los rincones del mundo, visita al Rey Pescador. Pero a diferencia de todos, le formula la pregunta correcta, la pregunta justa: ¿qué ha pasado y dónde se encuentra el Santo Grial? Eliade añade: “… al acercarse al Rey Pescador  y al plantearle la pregunta justa, la pregunta necesaria, el rey se recupera milagrosamente y rejuvenece”.

Además del aspecto formal y literario presentado en términos armónicos, viene aquí la poderosa reflexión del propio Eliade, la cual, sin ser apenas una moraleja, invita al reconocimiento de la necesidad de una metafísica seria: “Este episodio de la leyenda de Perceval me parece muy significativo para la condición humana en su totalidad. Puede que sea nuestro sino rehuir la pregunta justa, necesaria y urgente, la única pregunta que cuenta y fructifica. En lugar de preguntarnos en términos cristiano: ‘¿Dónde está la verdad el camino y la vida?’, erramos por un laberinto de preguntas y preocupaciones que pueden tener un cierto encanto e incluso ciertas cualidades, pero que, sin embargo, no hacen que toda nuestra vida espiritual fructifique”.

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Hay calidad formal, estética, literaria y filosófica en el ensayo de Mircea Eliade, apoyado en la belleza metafórica del relato del Grial. La esterilidad y la enfermedad hoy afectan a toda la vida del castillo. Pero siempre –en todos los tiempos y lugares- habrá personajes, “ciertos hombres valientes y preclaros, que se atreven a plantearse la pregunta justa”.

   

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