Si Colombia pretende hacer realidad los “buenos deseos” de desarrollo, equidad y paz debe apostarle a la educación…
Luz Yesenia Moscoso Ramírez*
Una característica del ser humano es su capacidad de aprender a lo largo de toda la vida. Desde que se nace y hasta nuestra última despedida, se aprende, eso nadie lo niega. Sin embargo, desde la gestación y a medida que pasan los años, esos aprendizajes se ven determinados, en gran medida, por las condiciones en donde se desarrolla cada individuo, y por las oportunidades y dinámicas sociales y económicas que se configuran a su alrededor para que pueda ser lo que la sociedad espera y necesita que sea.
Pero, ¿qué es lo que Colombia espera y necesita de sus ciudadanos? Históricamente, el derecho a la educación se ha relacionado con la posibilidad de asistir y transitar por la escuela, anteponiendo el servicio educativo al derecho mismo, lo que ha hecho que las reflexiones sobre el tipo de educación que queremos y necesitamos queden relegadas a un segundo plano. Hoy, y de cara a los grandes retos que enfrenta el país de formar ciudadanos que convivan y participen de forma responsable, tolerante, solidaria, democrática, resiliente y activa en la comunidad, contribuyendo al desarrollo del país, combatiendo inequidades, en continuo diálogo con el contexto local y global, garantizar una educación de calidad y pertinente es, más que nunca, una necesidad urgente.
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Organizaciones como el BID, UNESCO, UNICEF y recientemente el Banco Mundial han hecho llamados a lograr aprendizajes más holísticos; que incluyan el desarrollo cognitivo, creativo, físico, social y emocional. El sistema educativo, y por tanto la escuela como reflejo del mismo, debe resolver la tensión que emerge entre lo que actualmente enseña y promueve frente a estas otras dimensiones del ser humano que también han de ser fortalecidas. Si bien hay que reconocer que existen esfuerzos aislados en este sentido, la concepción de aprendizaje que se tiene desde la estructura del sistema educativo afecta la escuela y sus dinámicas.
En esta tensión los extremos pueden llevar a una descompensación en la balanza. No se trata de caer en la construcción de cátedras para todo lo que buenamente se nos ocurra, continuando con la fragmentación del conocimiento y del individuo mismo pero, tampoco, de limitar los aprendizajes a conocimientos básicos en lenguaje, ciencias y matemáticas representadas en resultados de pruebas estandarizadas o, peor aún, en la lectura pobre y limitada de los mismos.
¿Qué puede hacer entonces el sistema educativo para orientar y garantizar el derecho a aprender de manera integral? Diagnósticos sobre el tema hay muchos y hay quienes creen fervorosamente que la solución está, precisamente, en el cambio radical del sistema. Sin embargo, la realidad también nos impone retos frente a transformaciones necesarias que requieren de tiempo y claridades y para ello se requiere armonizar actores, procesos y relaciones y demás condiciones que permiten que el derecho a aprender se cumpla: necesitamos fortalecer roles como los de los docentes, directivos, familias y secretarios de educación y brindarles elementos para comprender e impulsar el desarrollo de este tipo de competencias (cognitivas y socio emocionales) en los estudiantes; ofrecer lineamientos y acompañamiento situado y cualificado a los actores del sistema para lograrlo; aumentar los esfuerzos en formación, evaluación y plan de la carrera docente y directiva; garantizar ambientes dignos para el aprendizaje; y mejorar las capacidades de gestión de las entidades nacionales y regionales y enfocarlas hacia el aprendizaje.
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La lista, claro, puede ser aún más extensa, pero estos son unos mínimos. La buena noticia es que existen avances de años anteriores cuyas lecciones aprendidas se pueden retomar y que invitan a dejar de lado egos gubernamentales y a trascender poniendo de una vez por todas al niño en el centro. Si Colombia pretende hacer realidad los “buenos deseos” de desarrollo, equidad y paz debe apostarle a la educación; a los niños, niñas y jóvenes y a ciudadanos capaces de discernir, con criterio para la toma de decisiones, empáticos, críticos y con capacidad de construir en la diversidad. Definitivamente, aprender con sentido es y será siempre el mejor catalizador del desarrollo de un país.
*Asesora en la Fundación Empresarios por la Educación, una organización de la sociedad civil que conecta sueños, proyectos, actores y recursos para contribuir al mejoramiento de la calidad educativa.