Sin información confiable ni libertad de prensa las sociedades occidentales son insostenibles y peligrosas, y la democracia queda reducida a una ilusión.
Enrique Ángel, uno de mis colegas más cercanos, dice que uno de los mejores indicadores de una sociedad civilizada es que un día cualquiera, a las 10 de la mañana, haya un señor mayor tomando tinto en una cafetería, mientras lee un periódico.
Aunque lo parezcan, ninguna de estas cosas es trivial. Que una persona mayor pueda estar tranquilo en una cafetería por la mañana es un indicador de los niveles de salud y seguridad económica de la población, que permiten aprovechar el tiempo de ocio sin preocupaciones. Que se pueda tomar un café, tampoco es menor. Para que el café se sirva en una mesa se necesita que exista una agroindustria y cadenas de suministro funcionales, servicio de agua y energía confiables, y la oportunidad de generar y mantener empleo en las ciudades.
En cuanto al periódico, este es probablemente el elemento crucial. Sin información confiable ni libertad de prensa las sociedades occidentales son insostenibles y peligrosas, y la democracia queda reducida a una ilusión. No en vano, el slogan de The Washington Post, uno de los diarios más influentes del mundo es “Democracy dies in darkness” (La democracia muere en la oscuridad).
Por esta razón, el cierre de un periódico serio, sea grande o pequeño, local o internacional, siempre va a ser una pérdida irreparable para la sociedad. En estas épocas donde abundan los trinos emocionales, el vértigo de contenidos, las burbujas de información y las noticias falsas, una voz sensata que comparta información verificable es un verdadero tesoro. Un periódico menos es perder una posibilidad de darle las personas una visión balanceada y objetiva de la realidad. En un planeta tan convulso como el que vivimos, no debemos subestimar el impacto nocivo que la desinformación puede causar.
Esta es una época difícil. Con la llegada de las redes sociales, el periodismo a nivel global tiene inmensos retos de reinvención, de buscar nuevos modelos de negocio, recuperar la confianza de los lectores, y de competir contra contenidos incendiarios. Pero el periodismo no ha bajado la guardia, y ha buscado todas las formas posibles de adaptarse a los tiempos. Pero esta adaptación no ha modificado su base fundamental: informar con veracidad y responsabilidad.
Hoy, con profunda tristeza, nos toca presenciar el cierre de EL MUNDO. Este periódico siempre luchó para mantener el espíritu de la prensa libre que nuestras democracias liberales necesitan. Como muchos otros periódicos del planeta, no aguantó el pulso económico que generó la pandemia global del coronavirus y le tocó pasar la página.
Medellín no solo pierde un medio de comunicación, sino pierde una escuela irremplazable. En los días siguientes al anuncio del cierre, los periodistas que más admiro casi decían al unísono que todos se habían formado en EL MUNDO, ya fuera durante sus prácticas profesionales, sus primeros trabajos o durante periodos de su carrera profesional. Todos añadían que gracias a lo que Luz María Tobón les había enseñado se habían convertido en los profesionales que eran. El legado profesional de Luz María es un tesoro para nuestra ciudad.
Luz María fue quien me invitó a estrenarme como columnista en el periódico. EL MUNDO también se convirtió en mi casa. Pude compartir espacio en el periódico con colegas a quienes admiro muchísimo, lo que siempre fue un motivo de profundo orgullo. Para Luz, no tengo sino un sentimiento de gratitud y cariño inmenso. Gracias por todo.
A mis lectores, también muchas gracias. Ojalá que en estas columnas hayan podido encontrar cosas valiosas e interesantes. Me encantó escribir para ustedes, y espero volverlo a hacer en el futuro.
Todavía no sabemos que va a pasar con la pandemia. Yo, como muchos otros, espero que EL MUNDO pueda regresar algún día para ayudarnos a entender, con serenidad y seriedad, la realidad tan extraña que nos toca vivir todos los días.