Un buen padre no es cualquiera

Autor: Diana Sofía Villa Múnera
18 junio de 2017 - 02:00 PM

En el Día del Padre, EL MUNDO resalta historias de padres excepcionales que han hecho sacrificios para que sus hijos sean felices, han estado siempre a su lado para apoyarlos y han logrado dignificar lo que realmente es la paternidad.

Medellín

Aunque la tradición paisa exalta la figura materna y la sobrepone sobre la figura del padre, hay papás excepcionales que han entregado todo lo que son y lo que han conseguido para que sus hijos sean felices.

En el Día del Padre, EL MUNDO resalta las experiencias de un padre adulto, un papá joven y de un hijo que habla del significado de contar con el apoyo y el amor del hombre que le dio la vida. Todos ellos hablan de la aventura insospechada en la que han validado qPedro de Jesús García asegura que va a trabajar vendiendo dulces hasta que la salud se lo permita.ue ser papá va más allá de engendrar un bebé.

Que los hijos estudien y salgan adelante

Pedro de Jesús García Ocampo es papá desde hace 25 años. Tiene dos hijos, un hombre y una mujer que se llevan un año de diferencia en edad.
“Quería tener dos hijos para que nos ayudaran a salir adelante, quería darles estudio”, cuenta Pedro.

Los niños nacieron en San Carlos, Antioquia, cuando él tenía 35 años y se dedicaba a trabajar en el campo. Tenía una finca con café, caña, plátanos, ganado y potreros.

Aunque el campo le había dado todo, él considera que es un trabajo muy duro, entonces no quiso que sus hijos siguieran su legado, no quiso enseñarles a manejar el cafetal ni a labrar la tierra, sino que los dejó concentrarse en los estudios.

“A mí me ha tocado muy duro porque hace 14 años me vine de allá por la violencia. Aquí comencé a trabajar vendiendo confites, chicles y cigarrillos en los semáforos y fui saliendo adelante. Me ha tocado muy duro, pero ya gracias a Dios no tengo que matarme tanto. Ya tengo mi casa, que la levanté yo, y un apartamento que nos dio el Gobierno por ser desplazados. Y mis hijos están trabajando”, relata este papá.

Pedro, su esposa y sus dos hijos salieron de San Carlos en 2003, la mañana después de una masacre cometida por las Farc, de la que ellos se salvaron, pero 18 de sus vecinos fueron asesinados. 

“Después de esa matanza y cuando supimos que mi papá había muerto aquí, nosotros nos vinimos con tres mudas de ropa y con eso nos quedamos porque ya vimos todo el desplazamiento por Teleantioquia, todos esos carros sacando gente y escaleras con animales, entonces yo le dije a mi señora: ¿pa’ dónde nos vamos a ir ya? ¿no ve que la gente se desplazó y nosotros solos qué vamos a hacer por allá?  Entonces nos quedamos acá y nunca volvimos. Todo se perdió”, recuerda él.

Con la venta de dulces en los semáforos de la carrera 70 de Medellín, Pedro logró ‘levantar’ a su familia, y para su fortuna, su hijo mayor pudo graduarse como profesional en Periodismo, gracias a una beca de estudio del Fondo EPM. Su hija estudia deportes en la Universidad de Antioquia y también trabaja en un gimnasio para pagarse los gastos de su estudio.

“El papel mío con ellos ha sido darles estudio. Cuando ellos estaban pequeñitos yo quería irlos levantando lo mejor que se pudiera para que salieran adelante, que estudiaran cualquier cosa que les gustara”, afirma.

La crianza de los niños estuvo a cargo de la mamá, pues en el campo él tenía jornadas largas de trabajo que comenzaban desde las 5:00 a.m. y acababan cuando llegaba a la casa a comer y a acostarse.

“Yo de vez en cuando los regañaba, pero la mamá era la que estaba pendiente de ellos. Yo pelas no les llegue a dar, nunca les llegué a pegar”, confiesa Pedro.

Ahora, él los aconseja para que aún no tengan hijos, “que se queden solos un rato a ver qué les dice la vida”.

Su vocación paternal se la inspiró su padre: “a mí siempre me ha gustado ser responsable, como era papá, él era responsable en todo, no faltaba con nada en la casa. Tomaba trago pero la comida era suficiente y hasta sobraba. Éramos 10 hijos, él compraba al por mayor y estaba para lo que necesitáramos. Él fue muy buen papá, nos dio tierra para trabajar y conseguir billete, desde pequeñitos”.

Después de ver crecer a sus hijos y verlos coger sus propios caminos, Pedro no tiene arrepentimientos y se siente orgulloso de ellos. “Hasta que de pronto el mayor pueda irse a trabajar como periodista en Argentina, para que gane más duro”, comenta Pedro con una sonrisa.

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Un rol no convencional

Diego Alejandro Machado Herrera siempre quiso ser papá y tuvo su hijo a los 27 años. Nicolás Machado tiene dos años. Ambos pasan las 24 horas del día juntos. Él es quien cuida al bebé de la casadesde que tenía cuatro meses, pues entre su pareja y él llegaron al acuerdo de que por lo menos en los dos primeros años de Nicolás, iba a ser alguno de los dos el que se encargara del él. No quisieron dejarlo en salacuna, con niñeras o los abuelos, como hacen otras parejas para poder trabajar.

Al momento de decidir quién dejaría su trabajo para cuidar al bebé, acordaron que sería él quien renunciaría a su empleo como instructor de capoeira y no ella, quien trabajaba en una empresa como trabajadora social, pues la mamá del niño era quien tenía el trabajo más estable y con más garantías laborales.

“Yo extraño mucho esa independencia porque ni siquiera tengo libertad de trabajar como lo hacía antes. Y eso es lo que a muchas mamás les toca pasar cuando el esposo es el que se va a trabajar todo el día y ella es la que se queda cuidando a los niños y pierden su libertad. Entonces es un sacrificio grande porque estás acostumbrado a manejar tu dinero y ya no lo puedes hacer. Al fin te conviertes en una ‘ama de casa’ porque estás al tanto de lo que hace falta en el hogar”, comenta Diego.

Él afirma que planeó cómo ser un papá basado en su experiencia, pues tuvo uno que dejó de preocuparse por él y por su hermano cuando se separó de su mamá: “él respondió por nosotros un año o dos y luego se desapareció por completo. Entonces yo nunca tuve papá, por eso decidí ser papá de un hijo. Lo que pasó con mi papá yo lo tomo como un muy buen ejemplo de lo que no se debería hacer, entonces estoy haciendo todo lo contrario de lo que él hizo conmigo”.

Es por esto que él considera que el nacimiento del bebé no es lo que convierte a un hombre en padre, sino que lo que hace al padre es compartir con el niño.

“La verdad es que ser papá es renunciar a la gran libertad que uno tiene. Sí es un sacrificio muy grande porque uno ya no ve por los ojos de uno, sino por los de ellos”, confiesa Diego.

Para él, estar 24 horas en función de su hijo es cambiar la forma de pensar y volver a ser niño, es disfrutar de verlo crecer y asombrarse día a día de cómo avanza y muestra su inteligencia.

Hasta ahora, la única frustración que ha tenido como padre es cuando Nicolás no se toma la sopa que él le prepara.

Aunque tradicionalmente es la madre quien asume las responsabilidades de la casa y la crianza de los hijos, Diego asegura que su familia y sus amigos lo han apoyado en la decisión que tomó.

“Hay personas que no les cabe en la cabeza, que piensan que estamos haciendo las cosas al revés, pero cuando ven lo que hago yo a diario, uno recibe hasta felicitaciones”, comenta.

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En su cotidianidad, Diego y Nicolás tienen momentos mágicos, que hacen que él se llene de orgullo paternal, como cuando el niño imita los movimientos de capoeira cuando escucha la música o ve a su papá practicando. También cuando tocan juntos el berimbao y Nicolás retiene a su papá para que toque el instrumento durante horas.

“Cuando le pongo música de capoeira nos ponemos a practicar, entonces ¿a mí cómo no me van a brillar los ojos? Lo que más me emociona es que la iniciativa es de él y verle la cara cuando saco un instrumento o cuando escucha cualquier ritmo de capoeira y de una me llama y se tira al piso a hacer los movimientos”, cuenta Diego.

Su experiencia como padre, ya le ha dejado el susto más grande de su vida que fue cuando Nicolás estuvo hospitalizado durante doce días, después de una convulsión febril. Para él fueron días eternos.

“Ver a tu hijo inconsciente y entubado es un apretón al corazón increíble. En ese momento es inevitable no llorar, no tener rabia, son muchas cosas las que pasan ahí. Ese ha sido el susto más grande de mi vida. Una vez yo estuve 20 días en el hospital porque haciendo un salto mortal de capoeira caí mal y me di en la cabeza. Pero después de esa experiencia con Nicolás prefiero darme mil veces en la cabeza antes de volver a pasar por eso”, cuenta.

Entre tantas experiencias gratificantes para Diego, tiene la satisfacción de que la primera palabra que balbuceó Nicolás fue “papá”.

Desde los ojos de un hijo

Mauricio Sierra nació cuando Rubén Darío Sierra tenía 35 años, es el primogénito, quien le ha dado las pista de cómo convertirse en el gran papá que es ahora, no solo para él, que tiene 24 años, sino también para su hermano menor que tiene 23.

Desde la percepción de Mauricio, su papá es la voz de mando, quien lidera y toma las decisiones principalmente en temas económicos y administrativos. Es quien da consejos de empresa, de cómo administrar la vida, de saber trabajar. Y es también esa figura espiritual, creyente, que quiere transmitirle la devoción por Dios y la disposición piadosa de la religión católica.
Es un hombre bonachón, muy amoroso, que le importa que la gente se sienta bien y quiere que sus negocios y su vida vayan bien. Es quien lo acompaña a mercar para el negocio que administra. Y en la plaza le enseña a escoger la verdura, a regatear y a encontrar lo más barato.

Mauricio lo ve como un hombre negociante, muy fuerte, de una imagen muy varonil, pero quien también muestra su lado sensible, el que él admira, porque llora, es emocional y se deja permear por las personas.

Recuerda que cuando era niño, ese hombre en el que ahora reconoce tantos de sus rasgos, lo llevaba a montar en burro en un estadero en San Pedro, Antioquia. También recuerda verlo esperar durante horas enteras en la tribuna mientras él practicaba natación, equitación y tantos otros deportes y actividades.

En su cabeza tiene vívidas imágenes de los cumpleaños en los primeros años de colegio, porque sus papás siempre llevaban una torta para compartir con los otros niños y cantar el cumpleaños.

Ahora comparten los domingos, van a misa o la finca. Hablan de negocios y de la vida.

“Creo que un papá tiene ideas muy estructuradas de cómo ser papá y a medida que van viviendo se dan cuenta que es distinto el plan que tenían a lo que está sucediendo, pero yo creo que aún así él se siente satisfecho con lo que somos nosotros y con la forma en que nos ha criado”, señala Mauricio.

Ese tiempo que su papá ha dedicado en él, Mauricio sabe que ha significado dejar de salir con los amigos y aunque lo sigue haciendo, es más medido porque hay otras obligaciones y le gusta compartir con la familia. 

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Esa figura que ha representado Rubén para él le da razones y argumentos para querer ser papá en un futuro. “Quisiera transmitir cosas de las que me ha enseñado mi papá y hay otras cosas que no haría así. Ese amor desmedido, la idea de ser solidario, de preocuparse con el otro, son ejemplos que él me ha dado de cómo ser un buen papá”, afirma Mauricio.

Para él la figura de su papá está muy presente y muy viva en su vida cotidiana. Reconoce características de su padre en él como el mal genio y el ritmo acelerado con el que enfrentan el día a día. También la solidaridad y la personalidad extrovertida.

“Creo que una familia puede estar conformada de muchísimas formas. Pero también creo que soy un afortunado de contar con mi padre, porque uno puede tener un mal papá, un irresponsable o uno violento. Entonces sí creo que es un papá excepcional porque siento que tiene muy interiorizado el rol de papá, esa responsabilidad económica y emocional que hay que tener para serlo”, concluye el hijo.

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