Mariluz Uribe ha cedido el espacio de su columna a su hijo Jorge Holguín Uribe, autor de este documento
No lejos del Río Dniéster que corre hacia el mar negro vivía un TSADIK o santo de la secta hasidica. Disfrutaba leyendo la Torah, el Talmud… Se iba a las montañas con sus ovejas y alababa al Señor saltando de una a otra orilla de algún arroyuelo. Pasaba el día brincando alegremente sobre la corriente y la gente se reía de él, porque nadie podía imaginar cuánto le gustaba al Señor el saltar del Tsadik. Citado por Mayer Levin en “Montes Cárpatos de Moldavia” 1795. Edic. New York 1932
Se puede sentir una inclinación hacia Dios en el apresuramiento que ocurre cuando es necesario lavarse y alistarse para orar, al escuchar los gritos del Iman que desde el minarete convoca por medio de un altoparlante tres veces al día. Sabemos o nos han dicho que Dios escucha todo esto.
Aquí o allá, cerca de nosotros hay un hombre que también hace sus oraciones, pero no a un dios, el reza algo aún más incomprensible, el reza a aquello que no existe. Nadie vive allí y nadie escucha sus palabras, sus oraciones se ahogan en la nada. Pero él tiene una finalidad, una dirección aunque no apunte hacia ninguna parte. Él sabe lo que está haciendo aunque no lo sepa. El sol escondería su cara y dejaría de brillar pero a pesar de todo este poderío las oraciones de nuestro hombre no obtendrían respuesta.
Sir Thomas Moore inventó una isla imaginaria que representó como el lugar donde se disfrutaba de la máxima perfección. La llamó UTOPIA, palabra que según el diccionario viene de un compuesto griego y significa “no lugar “. Platón era un utopista pero también lo fueron Saint-Simon, Fourrier, Thoreau, H.G. Wells, Huxley y Orwell.
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Pero este hombre nuestro de todos los días no es un utopista. La utopía ya existe, puesto que está representada por una palabra que figura en el diccionario y fue usada por Thomas Moore para el título de su libro, si no existiera no tendría su palabra correspondiente.
Pero de todas maneras, ¿cómo se alcanza una utopía? La utopía no se alcanza, llega. Puede ser que sea el Mesías en su venida, quien traiga la utopía a nosotros. El escuchará con un oído atento nuestras palabras, súplicas y quejas mientras comanda sus huestes desde su trono de Jerusalén. Leerá una vez más todas los pequeños mensajes que los judíos han insertado por más de 20 siglos en las hendiduras del templo de Salomón. Y en la más temible de las horas el tomará y reunirá, recogerá y guardara consigo a todos aquellos a quienes les esté permitido permanecer, quedarse, llegar a la Utopía.
Y ¿qué acerca de aquel nuestro hombre orante? Él continuará enviando sus oraciones en cofres y bajeles hechos de hilos plateados y cobrizos, refulgentes de piedras preciosas y adornados con guirnaldas. Esos cofres y bajeles ondularan sedientos hacia ninguna parte, mientras nuestro hombre caminará, volará con sus alas propias. Pero nunca nada llegará a ningún lugar. ¿Cómo podemos aceptar este comportamiento sin sentido de parte del hombre? ¿Debemos reírnos de su falta de compromiso? ¿Es el trabajo de todo hombre un desperdicio, una pérdida de tiempo y energía? ¿Por qué no se diseña sencillamente una utopía lista “para usar” y terminamos este embrollo?
Mientras haya un pastor hasidico que salte a uno y otro lado del arroyo, diciendo “tiene que hacerse“, “hay que hacerlo“, nos recordará que cada uno de nosotros vive, reza, juega, adora, reverencia de diferente manera.
Jorge Holguín Uribe.
Con permiso del autor+. reenvía Mariluz Uribe