En el año 2003 un grupo de jóvenes artistas emprendieron un proyecto con el cual enseñaron al mundo del arte el valor de la libertad como el más importante a las jerarquías que impone el statu quo. Quince años después, Taller 7 se despide, dejando un legado que ha sido ejemplo para las nuevas generaciones de artistas, y las nuevas iniciativas de espacios autogestionados que cada vez surgen en la ciudad.
Hace trece años pisé por primera vez ese espacio en la ciudad que hoy conocemos como Taller 7, y desde ese momento he podido vivir el arte en su más sincera expresión humana. Liderado por un grupo de jóvenes que estudiaron en el Instituto de Bellas Artes, hoy Fuba, empezaron a ser conocidos por desarrollar un proyecto con el cual, pudieron demostrarle al mundo del arte que la “institución”, esa maquinaria jerárquica que muchas veces está corrompida por el arribismo de las élites, la influencia de los inescrupulosos y el dinero, muchas veces, de los ricos ignorantes, no debía ser la única elección para los artistas que tenían el potencial, el talento y las ganas de crear; por lo que nunca pensaron en permanecer sentados a la espera de que algún samaritano con poder los lanzara al estrellato. No, esta no parecía una opción considerable para aquel grupo de emprendedores. Taller 7, ubicado en una vieja casa en el Centro de Medellín se concibió como un punto de encuentro, como un laboratorio para experimentar el arte, tejiendo redes entre diversos contextos, posibilitando la visibilidad recíproca y el flujo contino de experiencias entre estudiantes, artistas, gestores y productores con el propósito de fortalecer la reflexión, la exploración y la investigación en el arte.
Conformado inicialmente en el año 2003 por Paola Gaviria, Julián Urrego, Carlos Carmona, Adriana Pineda, Mauricio Carmona, Albany Henao, Milton Valencia, Javier Álvarez y María Isabel Vélez, nació con la premisa de ser un lugar absolutamente independiente de las desigualdades de las galerías, los museos y los lugares institucionales, y se consagró como un espacio donde en cada proyecto presentado podía reconocerse una profunda libertad creativa en tanto que sabían, desde esa rebeldía tan necesaria en el arte, que sin reconocer en los otros sus potencialidades, no sería posible desarrollar las ideas que posibilitaran la excelencia de un trabajo autónomo pero apasionado. Así, concentraron sus fuerzas en estimular la investigación, la producción y el desarrollo de proyectos individuales y colectivos que posteriormente socializaban con una dinámica abierta y cálida permitiendo desde el diálogo, escuchar y debatir las diferentes miradas que cada participante que pasó por sus puertas expresaba sobre el arte. En sus espacios se mostraron obras y proyectos de muchísimos artistas de Medellín, de Colombia e incluso de otros lugares del mundo. Se realizaron talleres de lecturas, tardes de dibujo, residencias, celebraciones, y exposiciones que nutrieron y dinamizaron la actividad artística de la ciudad.
En estos últimos años, estuvo bajo la dirección de Mauricio Carmona y Adriana Pineda, pero siempre contó con la presencia y el apoyo de algunos de sus integrantes como Julián Urrego o Carlos Carmona. Ahora, todos ellos se desempeñan como artistas, gestores y productores audiovisuales, pero jamás han dejado de creer que el arte puede transformar un contexto, y la forma en la cual nos desenvolvernos como humanos y como sujetos conscientes de que la cultura es una herramienta invaluable para transformar a una sociedad.
Ir a taller 7 nunca fue lo mismo que pisar una galería o las salas de un museo. Llegar a sus eventos era un momento en el que podíamos ser auténticos, porque todos, absolutamente todos los que pisaban su espacio, eran tratados por igual. Desde los maestros consagrados hasta los jóvenes estudiantes podían sentir que hacían parte de algo importante, de una familia de personas que entendieron que el arte, aquella que se mueve entre la frivolidad y la arrogancia, solo puede ser posible desde la libertad; y con ello, parecían responder a la pregunta de Albert Camus sobre si el arte solo puede ser un lujo mentiroso; pues, paradójicamente, el valor más acusado es el valor de ser libres, y sin embargo, los integrantes de Taller 7 supieron entender que sin este valor, no era posible nada.
Fueron pioneros en lo que llamamos “espacios autogestionados” y trabajaron con la obstinación necesaria para que las cosas se pudieran hacer diferente. Fueron 15 años de creer verdaderamente en el arte, no en un estatus, ni en una institución; 15 años de impulsar a nuevos artistas, desestabilizar las nociones normativas del sistema, de ser una referencia artística para la ciudad y de entender que el trabajo en equipo siempre puede ser más fuerte y más provechoso que los caprichos de la vanidad y de los egos particulares. Es el momento de decir adiós a Taller 7; es el momento de despedirnos con algo de nostalgia, de un espacio que entendió el arte como libertad.