Quedó expuesto allí todo ese manto de perversidad que identifica a las prácticas de la mano dura y el corazón grande.
El espectáculo del señor Macías y sus secuaces del Centro Democrático, el Mira, Colombia Justa Libre y los sectores más retardatarios del Partido Conservador, actuando ellos bajo la siniestra coordinación del senador Álvaro Uribe, para impedir a toda costa que las mayorías de esa corporación derrotaran las objeciones de la “Presidencia” del señor Duque a la Jurisdicción Especial para la Paz, quedará grabado en la memoria de los colombianos como una muestra aterradora e incontrovertible del escandaloso nivel de envilecimiento al que ha llegado el ejercicio de la política en nuestro país.
Quedó expuesto allí todo ese manto de perversidad que identifica a las prácticas de la mano dura y el corazón grande: la mentira institucionalizada, las triquiñuelas y marrullas exhibidas sin escrúpulos, los ardides y artimañas de la más baja factura.
Los votos que se venden sin vergüenza fueron integrados de igual manera a ese bochorno y, ¿cómo iba a faltar? el golpe físico de Uribe - el macho Alfa - sobre la humanidad del senador Lidio García porque pidió una moción de suficiente ilustración para proceder a votar.
¡No se ahorraron nada para hacer explícita la degradación!
Es evidente que en ese forcejeo absurdo se cometieron múltiples delitos sobre los que ya existe una clara jurisprudencia. Las “avivatadas” de quienes huyeron de la sala no obstante haber manifestado como iban a votar, tienen sanciones de ley que son taxativas. El deplorable presidente del Senado y su secretario generaron obstrucciones y componendas decididamente ilegales y ni que hablar de las maniobras del fiscal y de los ministros, repitiendo argucias que ya han pasado por sanciones penales.
Fuimos pues espectadores de cómo, a la manera de una manguala de delincuentes, un grupo de legisladores en gavilla y auspiciados por el presidente de la República, pretendían imponer su voluntad en contra de las decisiones de las mayorías.
Y en el camino de su actitud irracional, arrasaron con todo lo que significaba la dignidad de la actividad parlamentaria, entendida como ese respeto, esa estima, esa calidad humana que deberían exhibir quienes están ahí representando los intereses de sus electores. Se supone que quienes llegan a esas posiciones han de tener conductas irreprochables.
En el pasado, el parlamento no era una institución sino un acontecimiento que tomó forma por el remoto siglo XIII, como un mecanismo desarrollado por los reyes medievales para que sus “súbditos les ayudaran a gobernar”. Ya para el siglo XVIII, cuando en Inglaterra se establece la soberanía parlamentaria, el acontecimiento se institucionalizó y hoy se ha generalizado en la vida republicana de las naciones. Con reglas del juego claras, con una oposición a la que se le respetan los derechos y con un riguroso apego a la ley, los parlamentos son expresiones destacadas del avance de la civilización. No en este país desgarrado y envilecido, a quien una caterva de enajenados pretende sepultar en la violencia.
¡No pasarán! Ellos son la decadencia.
La sociedad está entendiendo que solo sirven a sus intereses, que no representan a nadie, que solo se representan a ellos mismos. La sociedad es más inteligente y sabrá tomar las decisiones que demuestren que todo este desespero hace parte de su estertor. Seremos capaces de recoger de entre los escombros de la ética pisoteada, la fuerza de nuestra propia dignidad.