La tristeza también es reflexiva: solo la puede ver en sí mismo, mirándose al espejo, quien la siente, quien la padece
El verbo suicidar es un verbo pronominal. La acción que indica siempre cae sobre quien habla. La acción se refleja, se ve en el espejo, por eso los pronominales también se llaman reflexivos. Nadie puede suicidar a otra persona.
La tristeza también es reflexiva: solo la puede ver en sí mismo, mirándose al espejo, quien la siente, quien la padece. Tiene unas dotes mágicas: alarga el tiempo, le quita brillo al entorno, amarga la saliva, le pone mal sabor a la comida, tapa el sol con un solo dedo. Y lo tapa porque logra que uno se concentre en ella y se olvide de todo cuanto ella no toque, y parece que tocara todo, que todo alrededor fuera triste también, desde el vecino hasta un edificio viejo.
No hay peor hora para el triste que la del despertar: la conciencia se demora un menos de un segundo y regresa con toda, recuerda el nombre, recuerda que está vivo y le resume sus penas sin misericordia.
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La tristeza es una sensación pectoral y estomacal parecida a las náuseas, pero más contundente y filosa, y más difícil de evacuar. La vieja medicina de romanos y griegos, la que llaman hipocrática, culpaba al bazo de la melancolía: un exceso de bilis negra, producida por el bazo, causaba ese estado de ánimo tan bello como doloroso. Y digo bello porque ayuda a admirar cada elemento de la gran creación con sensibilidad. Pero doloroso, digo también, porque es un nudo bien hecho que amarra al pasado, y entonces cualquier objeto, cualquier vieja canción, cualquier rincón del barrio de antaño es una reserva de recuerdos que duelen ahí, cerquita del bazo.
En español tenemos la palabra esplín, que llegó caminando desde el inglés, idioma que tiene a spleen para nombrar, ¿adivinen?, al órgano que llamamos bazo, el antiguo sindicado por la culpa de causar melancolía. Pero el español también tiene palabras en su repertorio que se derivan de la voz latina splen (con la que el inglés formó spleen): esplénico (todo lo que se refiera al bazo, los médicos lo llaman “esplénico”) o esplenitis (inflamación del bazo).
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Y como si no bastara con las nuestras, el portugués nos ha prestado la palabra “saudade”, madre y padre de tantos poemas. ¿Quiere saber si tiene el humor del bazo jodido?: tome una foto vieja, de esas que había que revelar, y mírela diez segundos. Camine por su barrio de infancia, por esas calles donde jugó a las escondidas y robó un beso. Tome las cartas de los amores que se fueron sin ser amores. Escuche una vieja canción. Los ojos le dirán si sufre de melancolía o no.
Y no se fíe: la melancolía, una forma bien vestida de la pobre tristeza, sabe esconderse en las carcajadas más sonoras.