Según lo ameno o agrio del rato, podemos pasar de abolicionistas penales a garantistas para terminar pidiendo la pena de muerte, la ejecución sumaria o el linchamiento con ley del talión potenciada.
En un día o en un rato podemos cambiar de ánimo y con ello de percepción, análisis y decisión, pero no solamente en relación con asuntos íntimos o relacionados con el entorno propio y más concreto sino también con los más más públicos, ajenos, universales y abstractos. Así por ejemplo, según lo ameno o agrio del rato, podemos pasar de abolicionistas penales a garantistas para terminar pidiendo la pena de muerte, la ejecución sumaria o el linchamiento con ley del talión potenciada. Y estos estados de ánimo se trasladan a la política o vienen de ella.
El optimismo es generoso en la mañana, después de un sueño tranquilo, los tiernos besos de la alborada, la primera vista de un horizonte amplio y despejado que no cabe en la ventana, un cafecito que sabe a lo que huele, un baño tibio y tarareado, la ropita bien arreglada y un opíparo desayuno con algunos trinos de fondo. Este es ambiente negativo para violencias, sean crudas o delicadas, pero positivo para perdonar y olvidar porque se considera que el hombre es bueno por naturaleza y que siéndolo puede redimirse por cuenta propia. Es el ambiente de la delicadeza moral y del humanismo pleno y hasta romántico, del liberalismo ubérrimo.
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Comienza a ser moderado después de los noticieros, el tráfago de la calle y la rutina del trabajo, y declina más en el descanso de media mañana cuando se replican en conversación los sucesos sensacionales de los noticieros matutinos y las opiniones del correo social, de las cuales, por la brevedad del descanso, solo se sacan conclusiones adjetivadas con muy poca descripción y mucho menos contexto. Este es el ambiente propicio para ser moderadamente indulgentes de dos maneras. De acuerdo con una ética basada en el moralismo humanista que considera necesaria la penalización limitada por los derechos humanos, lo cual implica necesariamente una maximización de derechos y garantías de las personas y una minimización de las penas; o bien a la manera del utilitarismo penal en el sentido de calcular la penalización de los delitos por los costos y beneficios sociales. Aquí encontramos posibilidades para la minimización de las penas, la resocialización, para el derecho penal garantista y aún para la alternatividad penal.
El optimismo matutino que pasó a ser moderado en la media mañana se va convirtiendo en pesimismo durante el meridiano y el almuerzo en el que confluyen la fanfarria de los cubiertos, el parlache del correo social crispado y el ruido de las noticias repetidas con histérica estridencia, cuya espectacularidad compite con el sabor y la capacidad nutriente del condumio al que no pocas veces malogra; y se va acrecentando en la misma medida del sopor vespertino y del cansancio laboral, se van menguando las exquisiteces morales y los amparos jurídicos y se asientan definitivamente el realismo y la penalización vengativa. Una ligera charla de sonoche que replica el ambiente pesimista del mediodía y de la tarde, refuerza el ambiente para el autoritarismo penal bien sea en la modalidad suave de la máxima pena contemplada por la ley o en la exigencia de la pena de muerte si no existe.
Y si camino a casa te violentan o maltratan o al llegar te cuentan que lo han hecho con alguien cercano a tus afectos o alguien conocido, se abona el ambiente para el pesimismo neto y para penalismo irracional en el que no hay perdón, ni olvido, ni indulgencia, ni garantías, sino linchamiento mondo y lirondo.
Por la dulzura o agriedad del día hemos pasado de la despenalización y la abolición de la cárcel, a la penalización moderada por los derechos humanos y a un sistema de resocialización, para llegar a la máxima penalidad legal como la pena de muerte con muy buen abono para reprimir comportamientos inmorales, hostiles o penalizar la ociosidad, el vagabundeo, la sospecha, el delito de cara y de procedencia, las cualidades desviadas de las personas, el delito de opinión o confundir prohibición o pecado con delito. Y aun nos puede quedar ánimo para “cufiar” a alguien para que tome justicia por propia mano o para participar personalmente.