Hay palabras que inspiran respeto por lo insondables que son los hechos que nombran: amistad,
Hay palabras que inspiran respeto por lo insondables que son los hechos que nombran: amistad, amor, democracia, felicidad, violencia. James Joyce decía: “Me dan miedo esas grandes palabras que nos hacen tan infelices”. Hay dos que me alertan, recordar, olvidar. ¿Qué recordamos? Se reúne uno con amigos de la infancia y descubre que son tan personales los recuerdos que pareciéramos haber vivido en diferentes dimensiones. La memoria es singular y me atrevo a comprarla con la huella digital y si lo es la individual el problema se multiplica cuando se trata de reconstruir la memoria colectiva; los expertos dicen que no existe. Pero el hecho es que las cosas pasan, cataclismos, crueldades, muertes, desplazamientos, ideas que gobiernan, teorías que se concretan a sangre y fuego y palabras que se dicen y no solamente surcan el aire. Y lo que tenemos a la mano son palabras y escritura.
El gran valor de periodistas y escritores reside en su herramienta que son las palabras. Ahí empieza el problema. Como estamos hechos de palabras pueden ayudar a nuestra comprensión o desviarnos; ellas, dijo Leo Rosten, son “el opio de la raza humana”. Son un narcótico poderoso, un estimulante al corazón y al cerebro; pueden ser evocativas, alucinatorias o mortales como el anuncio que destruye a quien lo recibe. Las palabras sirven para enseñar, comunicar y también para herir, glorificar, enardecer o degradar. Las palabras comunican almas y sociedades. Bello y terrible es el poder de los buenos escritores, frente a la peste del olvido como los habitantes de Macondo le ponen los nombres a las cosas. Cuando la peste del olvido arrasa están las palabras para recordar, pero de nuevo ahí solo recomienza el problema.
Lo sentí al leer un periódico universitario. Sus páginas me pusieron en el orden de cosas que he vivido hasta los huesos, muerte de alumnos y colegas. Recordar es tan complejo que han venido expertos en el tema a decirnos que mejor olvidemos, o que tengamos cuidado. David Rieff dijo el año pasado: “No hay tal cosa como un recordar colectivo. La memoria colectiva es una fantasía. Y no se puede cometer el error de confundirla con la memoria literal o con la historia. La historia es crítica, y la memoria colectiva es ideológica”.
Se nos creció el gigante proyecto de recordar y no dejar en el olvido las secuelas espantosas de una guerra. Y resonó en mi memoria una frase de Gonzalo Sánchez: “No podemos avanzar en la agenda de la paz sin una agenda de la memoria”. Una agenda de la memoria significa que no obstante las dificultades que enuncio hay que asumir la tarea compleja de recordar y escribir, pues en todos los momentos y las naciones existe una historia oficial que escriben los dueños del poder y por eso hay que escribir contrahistorias. La historia oficial siempre la han escrito los vencedores y es necesaria una historia de los vencidos, los marginados, los olvidados de la tierra. Como colombianos tenemos una tarea que es la construcción de una memoria histórica, pero debemos estar atentos pues no hay memoria histórica neutra, todas pueden tener sesgos y en asuntos humanos siempre hay varias versiones. Por el camino de la violencia y las armas se lanzaron en direcciones diferentes compatriotas que hoy queremos sentar a la mesa, las trampas ya no serán minas sino barreras de la memoria, abismos de la vida terrible que hemos vivido. Nos quedan las palabras para recordar y conversar