Es difícil encontrar algo más torpe, errático y descabellado que la oposición venezolana
Por enésima vez, en busca de un acuerdo, a instancias de Noruega celebraron conversaciones los dos bandos enfrentados en Venezuela. La idea, como ya es habitual, fue de Maduro, que, cada que se ve contra la pared, amenazado por Washington, muy debilitado, flaqueando y a punto de derrumbarse, convoca a su contraparte a la mesa de diálogo en pos de un arreglo siquiera parcial. Y el diálogo se prolonga tanto como se pueda, para ganar tiempo y recobrar el resuello. La oposición, con escasas excepciones (como la de María Colina Machado) se presta siempre para ello, cae en la trampa que los noruegos, haciéndole el juego al régimen, le tienden. Se deja manipular, mejor dicho, para que Maduro finja y aparente voluntad de paz y reconciliación. Y el mundo, desde la ONU y demás organismos internacionales, con la esperanza renacida, vuelve a respirar. Mas todo es un sainete que solo aprovecha a una de las partes, la que va en desventaja en este forcejeo que ya completa una década y no acaba.
El encuentro de ahora, iniciado en Barbados al parecer, se abortó. Lo cual era predecible. De sus pormenores poco se sabe, como suele ocurrir con los de su género en ese país. Guaidó fue advertido a tiempo, pero también esta vez, por lo que se sabe, que es muy poco, terminó cediendo. Sometido al desgaste que en circunstancias tales solo sufre la parte que está mejor situada, dado que quien está en aprietos ahora es el chavismo.
En pujas del tipo de las que se viven en las calles y demás escenarios públicos todavía disponibles (pujas que tampoco faltan en el resto de Latinoamérica) es difícil encontrar algo más torpe, errático y descabellado que la oposición venezolana. Basta con que a ella le pinten cualquier aproximación, o cualquier asomo de tratativas con el contendor, y acude presta, sin sospechar siquiera la celada escondida. Se regala, pues, sin poner condiciones, ni siquiera las mínimas exigibles en todo tiempo y lugar para sentarse a conversar. Empezando por la más obvia y que no puede faltar: la libertad de los prisioneros políticos más renombrados y no la de uno apenas. Mejor dicho, que el gobierno ceda en algo, afloje las tuercas. Algo, en fin, que justifique el acercamiento y compense el desgaste que se sufre con solo aceptar cualquier trato o invitación, en circunstancias tan arduas como las presentes. Porque la oposición, en tales trances, es la que sale afectada y menguada al paso que el gobierno, que hoy se encuentra a la defensiva, se recupera.
El episodio en comento, las tentativas de arreglo frustradas, son todo un sainete, anunciado y previsto desde antes. Guaidó, tan solícito y desprendido, atendiendo el llamado de Maduro y Noruega, aceptó reunirse en Barbados. Donde embolataron y dividieron a sus emisarios ofreciéndoles devolver apenas un preso político, pero sin hablar de elecciones presidenciales confiables y supervisadas, que son la base de cualquier transacción. Una fracción de su bando, así seducida, se avino a negociar, y con ello la oposición quedó rota.
Y a propósito de Noruega y su acostumbrada mediación, el mundo sabe cuál es el papel que siempre desempeña en la tragicomedia. Papel que a veces se remunera, como sucedió aquí a raíz del acuerdo de La Habana, rescatado del fracaso en el plebiscito (rescate que en medio de todo no dejó de alegrarnos). Ello tuvo su precio. Grande o pequeño, el monto no importa. Pero el premio Nobel al presidente que Noruega otorgó y que revivió el arreglo derrotado en las urnas, según se dice coincidió con una exploración de yacimientos petroleros que se le concedió a Noruega en Colombia. Casualidad ésta muy inquietante, pero ¿del todo inocente?