Se usaron las víctimas para la propaganda que pregonó ante el mundo que "las víctimas están en el centro”.
¿Cómo nos ve el mundo? Hoy, más que nunca, es saludable detenerse para reflexionar sobre lo que está pasando. Colombia está como la Torre de Babel descrita en el Génesis, donde los hombres buscaban con desesperación "hacerse un nombre famoso". Impulsados por sus ambiciones sin límite, querían exaltarse "para llegar hasta los cielos", con el afán de ser vistos, reconocidos, aplaudidos por la comunidad internacional a cualquier costo, aunque este implique sacrificar a los propios, menospreciarlos, “satanizarlos” si se atreven a formular la menor crítica.
Nuestros dirigentes soñaron con una torre tan alta, que al mirarla todos aplaudieran. Más que una torre, querían un pedestal. Los grandes medios de comunicación trabajaron arduamente para ayudar a construirla. El material empleado fueron las palabras engañosas, vacías de significado, vacías de verdad, palabras como instrumentos de propaganda. “Paz” y “reconciliación” pasaron a ser garrotes para debilitar al contradictor.
Se igualaron los pecados grandes y pequeños para esconder los delitos de lesa humanidad de las Farc. Daba lo mismo mentir que explotar un carro bomba.
Se usaron las víctimas para la propaganda que pregonó ante el mundo que "las víctimas están en el centro”, mientras se escondió, hábilmente, el dolor de quiénes siguen esperando el retorno de sus seres queridos secuestrados o reclutados a la fuerza.
Se anunció con bombos y platillos que las Farc serían aliadas en la lucha contra el narcotráfico, mientras se inundaron de coca nuestros campos. Producen rubor las justificaciones oficiales: que esa medición no les sirve ahora, porque el gobierno colombiano sigue otra y que los campesinos sembraron más ante la inminente llegada del Estado a sustituir los cultivos en esas zonas.
Fue muy fácil presentarle al mundo, de manera maniquea, una Colombia dividida entre buenos y malos. Entre amigos y enemigos de la paz. La consigna era “estás conmigo o estás contra mí.” El abuso del lenguaje contagió a todos y como sucede en los conflictos, la primera víctima fue la verdad.
Un dedo implacable, desde el poder, nos igualó a todos. Como en el tango “Cambalache”: En Colombia “da lo mismo ser derecho que traidor”. Se menospreció la soberanía del pueblo colombiano para decidir su propio destino, hiriendo gravemente nuestra democracia al desconocer los resultados del plebiscito.
Pero, tanta visibilidad, le permitió a la comunidad internacional apreciar la confusión de lenguas. Vio que las cosas no eran como se las pintaban. Que no es clara la disposición de la guerrilla de “entregar las armas” y menos de devolver a todos los niños reclutados. A los secuestrados desaparecidos, ya ni se les menciona. Una líder de esa guerrilla tuvo el descaro de afirmar ante los micrófonos de la radio, que los niños se enlistaron en sus filas "voluntariamente". No responden por la expansión de los cultivos de coca. Se subestimó al gobierno de los EEUU. La polarización artificiosamente incentivada dio como fruto el cansancio, la apatía de los ciudadanos y el debilitamiento de la ya desacreditada clase política y de las instituciones.
Las palabras vacías de verdad fueron los ladrillos de esta moderna torre de babel y la corrupción fue el cemento para pegarlos. La confusión de las lenguas acabó con la convivencia y la vanidad lleva al hombre a creerse Dios.
Y como “con la vara que mides, serás medido” la corrupción es, precisamente, la parte más visible de la torre que ve hoy la comunidad internacional.