Las situaciones de desesperanza y desilusión son caldo de cultivo para líderes populistas que ofrecen falsas soluciones a problemas mal definidos
Es fácil creer que el mundo va mal: Donald Trump y Kim Jong-un amenazan con iniciar una guerra nuclear a través de Twitter; el Eln tomó la decisión de no continuar con el cese al fuego bilateral con el Gobierno Nacional; en Venezuela, a pesar de la dura situación, se consolida cada vez más el poder del régimen; este año hay elecciones presidenciales en países como México, Brasil y Colombia, y en estas han tomado fuerza candidatos con plataformas claramente antiliberales.
El panorama parece oscuro, pero no lo es. El mundo está, de hecho, mejor que nunca. La Universidad de Oxford ha desarrollado un proyecto que se llama Our World in Data, en el que se recopilan y analizan datos en materia de salud, guerras, política, entre otros. El dicho popular señala que todo tiempo pasado fue mejor, pero la información disponible demuestra lo contrario.
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En materia de salud las mejoras son significativas: en 1950, el promedio global de la expectativa de vida al nacer era de 48 años, en 2012 había aumentado a 70 años. Mejoras similares se presentan en indicadores como la mortalidad infantil y la mortalidad materna. Por supuesto, existen importantes desigualdades entre países y dentro de los mismos. Pero estas también se han reducido. El coeficiente de Gini de mortalidad mide la desigualdad en la distribución de los años de vida dentro de cada país, siendo 1 alta desigualdad y 0 baja desigualdad. A mediados del siglo pasado, el Gini de mortalidad de Brasil era de 0.41 y el de Alemania de 0.16; los puntajes de inicios del siglo XXI fueron, respectivamente, de 0.16 y 0.09.
Los datos en materia de guerra y paz son aún más sorprendentes. A mediados del siglo XX, la tasa global de muertos en guerra por cada 100.000 habitantes fue de 20; en 2013 esta cifra fue inferior a 1. Tal vez esto esté relacionado con un dato político alentador: según Freedom House, en 1972 el 46% de los países del mundo podía clasificarse como “no libres”; para 2015, el porcentaje de países “no libres” fue de 25%.
Estos son solamente algunos ejemplos del progreso que la humanidad ha vivido en los últimos 70 años. Lo anterior, sin embargo, contrasta con las percepciones de las personas. Hace poco Ipsos Mori publicó la encuesta Perils of Perception, que se realizó en 2017 en 38 países y arrojó resultados muy llamativos.
En general, la encuesta muestra que en la mayoría de países existe la percepción de que las cosas están mucho peor de lo que en realidad están. Así, por ejemplo, el 51% de los encuestados en Colombia afirmó creer que la tasa de homicidios es más alta que la del año 2000, cuando en realidad los homicidios han disminuido en un 60%. Esto, sin embargo, no es una particularidad nuestra: en Suecia, el 52% de los encuestados manifestó la misma creencia, cuando en realidad la tasa de homicidios no ha aumentado ni un punto porcentual.
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A los encuestados también se les pidió que estimaran qué porcentaje de las mujeres de entre 15 y 19 años de edad daban a luz cada año en sus países. En Colombia, la estimación promedio fue de 44%, pero la cifra real es de 4.4%. En Argentina, Brasil, Perú, México y Chile el error de estimación fue similar. En países como Alemania, Francia y Gran Bretaña las apreciaciones fueron menos erradas, pero en todo caso fueron sobreestimaciones considerables, superiores al 10%.
El sesgo negativo de las percepciones es evidente y, a mi juicio, potencialmente peligroso. Las situaciones de desesperanza y desilusión son caldo de cultivo para líderes populistas que ofrecen falsas soluciones a problemas mal definidos y que prometen curar todos los males con medidas simplistas y destinadas al fracaso.
“La cura para estos sesgos es la aritmética: basar nuestro sentido del mundo no en titulares sangrientos o imágenes sangrientas, sino en medidas de florecimiento humano como la longevidad, la alfabetización, la prosperidad y la paz. Los números, después de todo, agregan lo bueno y lo malo, lo que sucede y lo que no. Y ofrecen la esperanza de que podamos identificar las causas de nuestros problemas y, por lo tanto, implementar las medidas que con mayor probabilidad los resolverán” (Steven Pinker, “Why we refuse to see the bright side, even though we should”). Esto es más fácil decirlo que hacerlo, pero los optimistas debemos seguir insistiendo.